Hoy quiero hablar de uno de los animes más peculiares que he visto en mucho tiempo, uno que escapa a las clasificaciones pero que podría definir como surrealista, original, agridulce y a ratos tremendamente frustrante: Sonny Boy. Una serie que, sin duda, no es para todo el mundo y que puso a prueba mi paciencia más de una vez, pese a su corta duración, pero que, tras haberla visionado en su totalidad, tengo que reconocer que es una experiencia que ha valido bastante la pena. Por lo que vamos a embarcarnos en este delirante viaje acompañando a sus protagonistas a través de esta odisea de las que no se olvidan.
Un día de verano, un grupo de estudiantes es transportado junto con el propio edificio de su instituto a una dimensión en la que nada parece existir, donde las leyes de la física no funcionan como deberían y en la que todos han adquirido poderes sobrehumanos. Utilizando sus nuevas habilidades, descubren que su nuevo hogar es más maleable de lo que creían, pero que el camino de regreso a su mundo parece encontrarse fuera de su alcance. Una situación dramática en la que, a medida que este grupo de “náufragos” descubre que quizás no son los primeros que se han encontrado en esa situación, las pruebas a las que deben enfrentarse en ese mundo pondrán en peligro no solo la convivencia del grupo, sino también sus posibilidades de regresar a su hogar.
Sonny Boy es fruto de la imaginación de Shingo Natsume, un animador, escritor, artista de storyboards y director con más de dos décadas de experiencia en la industria a sus espaldas y a quien quizás algunos conozcan por la serie con la que debutó como director en 2014, Space Dandy o por su trabajo dirigiendo la primera temporada de One Punch-Man. Y aunque no se trata de un creador muy prolífico, ya que ha trabajado en solo seis proyectos desde entonces, hay que reconocerle que sabe salirse de la norma. En otras manos, esta serie hubiera sido el enésimo “Isekai” (historias en las que los protagonistas viajan de la Tierra a algún mundo de fantasía) que ha sepultado las pantallas en los últimos tiempos, otra serie genérica de aventuras en otro mundo con la que evadirse un rato, pero aquí esa fórmula que ya parecía estar agotándose cobra nueva vida de formas inesperadas.
Aunque es cierto que llamar a esta serie un Isekai sería injusto, ya que, pese a que comparte con este género muchas de sus características básicas, Sonny Boy va en una dirección radicalmente diferente. Y es que, detrás de esta premisa fantástica que no es más que una excusa, lo que encontramos es una historia mucho más clásica: la del paso de la adolescencia a la madurez, solo que envuelta en numerosas capas de surrealismo, fantasía y delirio a la que debo reconocer que cuesta un poco entrar. Porque aquí no hay épicas aventuras ni gestas heroicas, al menos no como las entendemos tradicionalmente, aunque igualmente sirven a sus protagonistas para descubrir quiénes son realmente y hacia dónde quieren dirigirse.
Y esto lo hace Shingo Natsume a través de una estructura narrativa deliberadamente confusa, introduciendo saltos temporales en los que han sucedido eventos importantes cuya naturaleza debemos deducir a través de sus consecuencias y de los diálogos de los personajes, cambios en ocasiones muy bruscos de escenario o la introducción de personajes nuevos surgidos casi de la nada. Algo que tiene sentido cuando nos planteamos que todo el aspecto fantástico de la serie no es más que la mecha que pone en marcha los aspectos de la historia que de verdad le interesan a Shingo Natsume: la psicología de sus personajes, cómo reaccionan ante ese nuevo e irreal entorno y al encontrarse alejados de todo lo que conocen sin saber si podrán regresar a su hogar algún día. Algo que le permite explorar unos temas universales que a todos nos han tocado de cerca más de una vez, independientemente de nuestro origen o edad.
Un enfoque narrativo que sé de primera mano que puede resultar tremendamente frustrante, lo que, sumado a que no siempre se nos ofrecen respuestas a las preguntas que plantea la serie, o que cuando estas llegan resulta complejo interpretarlas, provoca que el visionado de esta serie pueda convertirse ocasionalmente en algo muy cuesta arriba. Hay que tener en cuenta que Shingo Natsume cita como una de sus principales influencias el anime de Neon Genesis Evangelion. Y aunque al final he disfrutado de la serie, pese a que he tenido que tomármela con calma ya que no es una serie que se pueda ver del tirón y hay que digerirla poco a poco, si uno no es capaz de dejarse llevar y aceptar que, como en la vida, no todo tiene una respuesta, quizás sea mejor no acercarse a Sonny Boy.
Pero Sonny Boy destaca además por otro aspecto: el increíble trabajo realizado por parte del veterano estudio Madhouse en la animación. A estas alturas, creo que sobra hablar de las virtudes de este estudio que, desde su fundación en la década de los setenta, nos ha ofrecido innumerables animes irrepetibles y ha probado con creces que saben lo que hacen, algo de lo que Sonny Boy es un clarísimo ejemplo. Sin un apartado visual tan potente, Sonny Boy no hubiera pasado de ser un drama fantástico poco llamativo, pero aquí Madhouse lo ha dado todo para trasladar a la pantalla los delirios surrealistas de Shingo Natsume. Es cierto que, a nivel técnico, no estamos ante una revolución, pero la forma en la que juegan con los recursos tradicionales de la narrativa del anime, retorciéndolos para dar forma a esta historia tan poco convencional, y un inspiradísimo diseño de producción que casi nos transporta a ese extraño mundo, hacen de esta serie toda una delicia para la vista, repleta de momentos memorables capaces de dejarnos boquiabiertos.
Todo esto ha hecho de Sonny Boy una experiencia tan fascinante como frustrante (ese capítulo final ha debido provocar más de un tirón de pelos), pero que me ha dejado con muchas ganas de ver de qué más será capaz Shingo Natsume en el futuro. Porque este creador ha demostrado aquí con creces que le sobra originalidad y que valdrá la pena seguirle la pista, ya que, como poco, sabemos que no es alguien que se limitará a ofrecernos más de lo mismo.