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Los orígenes del manga: Osamu Tezuka y la «homogeneización» del manga

Ayer hablábamos de Godzilla Minus One y mencionaba de pasada como Kurosawa retrató en algunas de sus películas ese Japón de la posguerra, ése que había perdido la divinidad de su emperador, la fé ciega en sus militares -a efectos prácticos, Japón fue una dictadura militar durante la guerra y la abolición de su ejército fue todo un acto de limpieza democrática- y comenté que esa posguerra marcó de forma decisiva los orígenes del manga. Y no voy de farol.

Sí, ésto es un fotograma de Godzilla Minus One, ¡aquí se aprovecha todo!

Ya hablé de la historia del manga anterior a la guerra aquí  y confieso que me da mucha rabia no saber japonés para entender más en profundidad esa época, porque quieras que no estamos hablando de un manga completamente desconocido en occidente y algo muy distinto a lo que tenemos hoy en día. Un manga más parecido a MAD o El Jueves que a los shonen y shojo de hoy en día, y que tras la guerra empieza un lento fundido en negro porque, como decía en el artículo, la escasez generalizada de aquel Japón bajo el Plan Marshall provocó que las grandes publicaciones de manga posteriores a la guerra pasaran a un segundo plano en favor de auténticos fanzines publicados en papel lamentable -cuando no directamente cartones- y precio ridículo, el único precio que podían permitirse el grueso de los lectores de la época. En un mundo sin televisión y con la radio como un aparato demasiado caro, las revistas y los cómics eran todavía una fuente entretenimiento directo, y la principal fuente de viñetas sigue siendo la prensa escrita. Así, la aparición de estos fanzines ofrece cómics sin apenas ningún filtro -lo cual contrastaba con la rigidez de los tiempos imperiales y la censura todavía presente en los tiempos de protectorado- a precios de derribo, porque en la mayor parte de los casos los autores ni siquiera cobraban y el coste de producción de la revista no era muy inferior al precio de portada.

Vendes 800 mil ejemplares y tienes que seguir trabajando en un hospital y recibiendo puñetazos de soldados yanquis. Vivir para ver.

Con unas ventas que se calculan entre los cuatrocientos y ochocientos mil ejemplares, «La Nueva Isla del Tesoro» (Shin Takarajima) fue el primer éxito de un joven Osamu Tezuka, que se abrió paso en el mercado a través de ese formato. El dibujo de Tezuka era muy deudor de los grandes estudios de animación norteamericanos como Disney o Fleischer, había aprendido a dibujar copiando a los grandes maestros de la animación y eso había provocado que su estilo narrativo fuera mucho más cinematográfico, bastante distinto a lo que se veía por la época, que se apoyaba mucho más en el texto. El éxito fulminante de Tezuka, que inmediatamente empezó a trabajar en las revistas «caras», lo colocó explorando distintos géneros a toda velocidad (aventura y ciencia ficción con obras como Metropolis, Kimba el León Blanco) mientras le aparecían multitud de imitadores. Para 1951 y ya con la primera aparición de Astro Boy bajo el brazo, Tezuka ya se ha graduado y combina su trabajo en un hospital con su trabajo en el manga, viviendo en un edificio de dos plantas en Toshima, Tokyo, que comparte con otros jóvenes autores de manga. La sinergia creativa provocada por la convivencia entre autores llegaría hasta tal punto que sería retratada años más tarde, durante los 90, en la película «Tokiwa: The Manga Apartment» y en ella vemos como durante los veinte años posteriores y el edificio es un constante desfilar de los mayores talentos del manga de la época como Fujiko Fujio (los de Doraemon, y de los mejores cronistas de la época, habiendo llegado al edificio en 1954, justo tras la marcha de Tezuka), Shotaru Ishinomori (ayudante de Tezuka y auténtico pionero de los grupos de superhéroes japoneses que evolucionarían al supersentai) o Hideko Mizuno (una de las antecesoras directas de Rumiko Takahasi).

Hala, para que luego me digan que paso de los salones del cómic.

Para finales de los 50 la realidad japonesa ha cambiado por completo. El boom económico ha empezado ya, los japoneses empiezan a tener acceso a televisores y Tezuka y otros autores ya pueden dedicarse exclusivamente al manga porque el lector ya tiene dinero para pagar formatos más caros y demanda más y más contenidos, con lo que para 1959 Kodansha empieza a publicar Shonen Magazine, una revista completamente dedicada al manga cuyo tamaño empieza a crecer exponencialmente hasta el formato de guía telefónica de trescientas páginas que todos conocemos. Más importante todavía es el hecho de que estas revistas ya no pedían contenidos mensuales a los autores si no semanales, lo cual provocaba que éstos no solo tuvieran que centrarse únicamente en el manga -lo cual estaba bien- si no que tenían que dedicarse a ello en cuerpo y alma, aun a costa de su salud. Las jornadas maratonianas y las pocas horas de sueño para todos ellos venían espoleadas por haber conocido los periodos de escasez del país, y las editoriales se aprovecharon de esos miedos para explotar a todos los autores sin la más mínima compasión. Japón quedó inundada por los mangas de una generación que, en su mayoría no llegarían a los 60 o 70 años.

Stan Lee y Osamu Tezuka, que por algo llevamos cosa de 50 años de globalización.

Mientras tanto, las revistas que habían alojado todo el manga anterior a esta «nueva ola» iban desapareciendo. Eran revistas políticas, con sátiras y con artículos periodísticos, pero el formato ya estaba completamente caduco. Aquellos mangas, en su mayoría en color y de un estilo mucho más parecido al humor gráfico occidental pero con una marca identidad nipona, acabaron desapareciendo con la muerte de estas revistas, y ni siquiera tuvieron refugio en los periodicos, teniendo que pasarse sus autores a trabajos publicitarios o adaptarse a las nueva moda, porque hasta las tiras de prensa tenían que imitar el estilo de la «nueva ola». Si en EEUU los héroes de Marvel marcaron la diferencia mientras Ibáñez hacía que todo Bruguera girara en torno a él, en Japón Tezuka ya era considerado el Dios del manga y su trabajo, sintetizado y destilado a un nivel prácticamente mecánico, sería utilizado como plantilla de todos los autores hasta finales de los 70, con la llegada de una nueva ola de autores como la ya mencionada Rumiko Takahasi, Katsuhiro Otomo o Akira Toriyama, verdadero responsable de la eclosión de la popularidad del manga en todo el planeta.

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