Cuando murió Osamu Tezuka yo ni siquiera sabía quién era ese señor. Sabía quién era Jack Kirby, me pilló sabiendo mucho mejor quién era Will Eisner. Moebius. Joe Kubert. John Romita. Ibáñez. Muchos llegaron a cierta edad, cumpliendo siempre más allá del deber, pero lo que siempre ha dolido más es cuando se muere un Edvin Biukovic, cuando se nos va un Mike Wieringo, un Darwyn Cooke.
Es algo curioso, cuando eres un niño y ves que alguien se muere a los 54 años te parece algo natural porque crees que es un viejo, no digamos si se va con 68. Luego conoces conceptos como la jubilación y te das cuenta de que la esperanza de vida ya no es la de la edad media, y bueno, todo lo que baje de 85 años te parece poco. Que cojones, ahora deberíamos aguantar todos como mínimo hasta los 100, sobre todo cuando hablamos de genios maravillosos como Akira Toriyama. Toriyama era otro de tantos pintamonas, uno de esos creadores de monigotes que nos hizo felices cuando más falta nos hacía. Primero a través de sus adaptaciones televisivas, los famosos animes, que muchas veces venían sin acreditación pero en su caso si que lo ponía, un tal Mario Bistagne y un tal Akira Toriyama. Quién sería ese puto genio, de donde había podido salir, ¿cómo podía ser tan divertido? Pero en Tori todo parecía natural, sin ningún esfuerzo. Era un sentido del humor muchas veces la mar de básico, pero siempre optimista, feliz. Te contaba que el mundo estaba lleno de aventuras, que todo podía ser divertido, algo que algunos lo llamarían escapismo, pero que en realidad era la mejor actitud posible para la vida, mirarlo todo con los ojos bien abiertos y aprender de todo. Sé feliz, ningún obstáculo es demasiado grande, siempre iremos adelante. Optimismo.
Luego la realidad se impone. Arale pudo terminar en sus propios términos, pero a Son Goku le vino tanto éxito que acabó siendo una herramienta más del beneficio rápido y directo. Que las cosas no se hacen por amor al arte, desde luego que no, y Toriyama se enriqueció (muy merecidamente, todo hay que decirlo) convirtiendo aquella historia en una pelea tras otra, violencia para alterar a las asociaciones de padres y excitar a la chavalería. Noticias de críos reventando un coche «a lo bola de dragón» (en realidad yo diría que estaban emulando a cierto videojuego de Capcom) y las revistas de consolas llenándose de portadas de Son Goku que vendían como pan caliente. Dragonball, Son Goku, fue el gran fenómeno de finales de los ochenta y principios de los 90, lo que abrió las puertas del manga a occidente de par en par y lo que salvó a más de una editorial de cómics de la quiebra. Los cascarrabias de siempre dirán que le quitó mercado a Toutain, a Cimoc y todos estos, que se cargaron el Mortadelo y yo que sé que más, pero yo diría que el cómic se habría hundido mucho más si no hubieran existido Bulma y Son Goku.
Que el capitalismo hiciera su trabajo habitual no es culpa de Toriyama, porque tuvimos a Son Goku hasa en la sopa, y no tenemos más que ver como algunos buitres han corrido a aprovecharse de su muerte para crear titulares con el peor clickbait posible. Pero perdonadme que no hable de esas miserias, porque quieras que no hoy estoy intentando celebrar a Toriyama, un maestro que hasta en los momentos en los que el manga estaba escrito a través de encuestas entre los lectores, seguía siendo vibrante, directo. Sí, bajó la calidad de los guiones y aquello ya no era tan divertido en su cambio de la comedia a la acción, a la creación del género del Battle Manga tal y como lo conocemos hoy en día y el millón de imitadores que surgieron, casi todos una sombra de lo que estaba haciendo Tori.
Y aun así, irónicamente, ése es su trabajo más conocido. Porque allí donde otros metian palos por doquier, Toriyama se empeñaba en contrastar la inocencia con la maldad, la estupidez en los momentos más dramáticos y cuando parecía que le habían arrebatado su historia del todo, la retomo e introdujo toda la comedia que pudo. Y cuando se cansó del todo de ganar montañas y montañas de dinero dijo basta, se retiró y se puso a hacer tebeos por placer, cuando le venía en gana. Una ilustración por aquí, otra por allá, series como Jaco o Sandland mientras continuaba con su trabajo diseñando personajes para el videojuego Dragonquest u otros proyectos puntuales como Chrono Trigger o Blue Dragon, trabajando con sus amigos. Toriyama no iba a convenciones, vivía muy feliz retirado en un casoplón en un pueblo perdido, siendo la principal fuente de ingresos del ayuntamiento de su municipio. La gente pasaba por delante de la puerta de su casa solo para intentar verlo de lejos, pero él reclamaba su derecho a mantener su intimidad y así siguió toda su vida, incluso cuando volvió a colaborar en los animes de Dragonball y apadrinó una continuación del cómic, creando argumentos para que uno de los fans que se criaron leyéndole, Toyotaro, imitara su estilo tratando que el cómic pareciera dibujado por el mismo. El mismo, pero de hace treinta años.
Porque su propio estilo había cambiando en todo este tiempo, y hasta en sus diseños de nuevos personajes se notaba una frescura que contrastaba con ese dibujo tan antiguo. Dragon Ball Super empezó con polémicas por la animación lamentable, el cómic ya no estaba tan bien narrado como el original -intenta enmendarle la plana a Frank Miller- pero aun así de vez en cuando se seguía viendo el espíritu juguetón de Tori, cada vez más, con lo que en cierto modo acabé prefiriendo Super a Z, aunque a algunos les suene a sacrilegio. Z estaba mejor dibujada sí, pero en Super se nota que se están divirtiendo, que Toriyama está tirando ocurrencias locas y Toyotaro sudando la gota gorda. Y justo cuando estábamos esperando la nueva serie de animación, con otra idea absurda que trataba de volver a los orígenes con Daima (Dragon Ball GT bien), pues…
De forma cruel, completamente a traición, nos hemos quedado sin Tori.
La vida sigue, sí, y sabemos que seguirá habiendo Son Goku hasta en la sopa, dibujado por Toyotaro o quien sea. Pero nos hemos quedado sin aquel espíritu juguetón, aquella mente llena de chistes malos, aquella inocencia en el cuerpo de un señor de casi 70 años.
Gracias de verdad, sensei. Nunca pensé que acabaría perdonándote que hicieras crecer a Son Goku pero seguiste haciéndome reir cuando menos lo esperaba, así que muchas gracias por todo y buen viaje al cielo.
Montado en Kinton, por supuesto.