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Indiana Jones y la gran espantada (II): Denny O’Neil

Es curioso repasar estos cómics y ver como Byrne no es un gran retratista, porque muestra un Indy que no es un calco de Harrison Ford pero que aun así… Tiene parte de su encanto, que ya es mucho más que decir que la mayor parte de dibujantes «fotorreferenciales». Pero en fin, ayer lo habíamos dejado ayer con Indiana Jones embarcándose a la aventura después del asesinato de uno de sus antiguos alumnos, Charlie, así que mejor seguimos con el cómic.

Byrne se esfuerza, pero que no, que es un personaje byrneano de tantos.

Le da la bienvenida a la ciudad Edith Dunne, la hermana de Charlie, una chica risueña a la que Indy comunica su intención de no buscar los ídolos de Ikkammanen y limitarse a encontrar al asesino (ya, yo tampoco me lo creo), pero para cuando llegan al hotel se encuentran su habitación completamente patas arriba, siendo asaltados por dos siniestros tipos con chilaba que se raptan a Edith. Indy sale corriendo tras ellos y, tras una laberíntica persecución con puertas que se cierran solas y trampillas, llega a la guarida de Solomon Black, un Kingpin liberiano que tiene el mismo sentido de la decoración que los ladrones de Alí Babá y que, por supuesto, tiene dos guardaespaldas encapuchados enormes sujetando a la pobre Edith. Solomon está interesado en el valor crematístico de los ídolos y obliga a Indy a trabajar para él, diciéndole que esperaba forzar a Charlie a hacerlo pero que él tendrá que valer. No haciéndole mucho caso a las quejas de la pobre Edith afirmando que el descubrimiento es tanto suyo como de Charlie, la expedición ahora liderada por Solomon Black zarpa hacia la misteriosa isla en la que supuestamente están los ídolos.

Solomon Black, no se quedó calvo pensando el nombre…

Tras dos días de travesía, Black fuerza a Indy y Edith a bajar solos a la isla para localizar los ídolos, con lo que volvemos a encontrarnos al Doctor Jones forzado a hacerle el trabajo sucio a los demás. Llegados a este punto creo que hay que este cómic está realizado varios años antes de Indiana Jones y la Última Cruzada, y aunque buena parte de estas escenas sean tópicas del género de aventuras, lo cierto es que la estructura general me recuerda mucho a dicha película, con Edith en el papel de Elsa Schneider con su habitación revuelta y con Indy teniendo en que encagarse de desentrañar todos los puzzles de acceso al tesoro. Pronto los dos cruzan una misteriosa ciudad desierta y entran en una cámara llena de misteriosas figuras de oro maniatadas hiperrealistas que se retuercen de dolor, pero en cuanto empiezan a descubrir la terrible verdad de las estatuas son capturados por los nativos y atados a una cadena gigante.

Yo a estos los llamaría la tribu de los Goldfinger.

Resulta que las figuras eran sacrificios rituales de los nativos, y que Indy y Edith van a ser recubiertos de oro, y mientras la cadena va bajando durante el ritual, el cómic termina y así tenemos el primer cliffhanger de la serie, a pesar de que el propio Byrne afirma que el mismísimo Jim Shooter le prohibió dejar la historia cortada al final del número, porque en aquel momento tenía la política de que cada número debía tener un final definido que no cortara la historia; ésto no quiere decir que no se pudiera contar historias que continuaran de número a número -sin ir más lejos la Patrulla X en aquel momento tenían su odisea espacial con El Nido- pero para Byrne era una limitación tremendamente molesta porque la gracia del género en el que se enmarca Indiana Jones, los seriales de aventuras de los años treinta y cuarenta, estaba en sus finales de «continuará» planteando situaciones imposibles para los protagonistas que se resolvían de la forma más pintoresca en su continuación. En cualquier caso, está claro que al final Byrne se salió con la suya y el final tiene su propio cliffhanger.

Vamos a hacer una sopa, venga.

Sin embargo, para el segundo número Byrne ya no es el único guionista, y es que es en ese momento en el que el autor canadiense pegó una de sus primeras espantadas. Y es que siempre según su versión, la última gota la provocaron las exigencias de Lucasfilm, que llegaban a pedirle cambios en el argumento con el cómic ya dibujado o hasta a pedirle que publicaran antes el tercer número cuando el primero ya estaba listo para la imprenta. Por una o por otra cosa Byrne dejó la serie tras encargarse del dibujo de esta segunda entrega, aunque desconozco hasta que punto porque Byrne solo firma como «layouts» y Austin marca estilo mucho más allá de lo normal. Lo que si indica el cómic es que los diálogos acabaron cayendo en manos de Denny O’Neil, que en aquel momento desempeñaba labores editoriales y que hace una labor de apagafuegos encomiable; desconozco el tiempo con el que contó, pero al leer el cómic no se le echa de menos a Byrne, porque leídos los dos seguidos tal y como los publicó originalmente Forum en España, el cambio en los diálogos no se nota en lo más mínimo, y al retomar la acción con el cliffhanger del número anterior parecen exactamente la misma historia realizada por el mismo autor.

Yo creo que hubo mucho acabado de Terry Austin.

Y así es como Indy y Edith se libran de la cadena «forzándola» con un movimiento pendular mientras los nativos son masacrados por las tropas de Solomon Black, que aunque en un principio planea matarlos, es convencido por la labia de Indy de que «hay más ídolos» y que solo él puede hacer las traducciones necesarias para su localización, por lo que el mafioso decide llevárselos en su barco pero, eso sí, encerrados en su camarote y con un guardia en la puerta. Pero por eso no hay problema para Edith, porque la arqueóloga se suelta el pelo y se pone un vestido y de la misma consigue seducir al matón el tiempo suficiente como para que Indy lo tumbe de un puñetazo y consiga llegar a la radio del barco para pedir ayuda… Pero no valdrá para nada, porque justo cuando estaba en ello un disparo de no se sabe dónde -no parece que el barco sea un espacio lo suficiente espacioso como para que alguien dispare sin estar relativamente cerca, pero bueno- y de la misma lleguen los hombres de Black y acaben con la pequeña rebelión, primero capturando a Edith -que lleva una pistola- y luego a Indy. Y justo cuando estaban a punto de hacerlos pasar por la plancha y ser pasto de los tiburones -o de, simplemente, ahogarse- aparece un submarino alemán y hunde el barco, quedando como únicos supervivientes Edith e Indy que sobreviven sujetándose a una de las cajas que llevan los ídolos, siendo recogidos por el submarino germano.

Sí, esta chica es la misma Edith del resto del cómic.

Tras un mes de travesía por el atlántico, el submarino llega a Nueva York y deja a la pareja y el cargamento intactos en la ciudad, porque, a pesar de que Indy los trata fatal, supongo que los nazis de puertas para fuera todavía tenían que simular ser educados antes de empezar a bombardear población civil. Después de despedirse de los nazis de forma adecuada «-He disfrutado de nuestras conversaciones, Doktor Jones.-Ojalá pudiera decir lo mismo.» Edith tiene un radical cambio de atuendo y se dispone a disfrutar de la fortuna y gloria que le va a dar su nuevo descubrimiento, así que contrata un avión para transportarla a ella y su ídolo -o más bien, señor bañado en oro- y para su sorpresa Indy se le acopla, revelándole en ese momento quién era exactamente el asesino de Charlie. La resolución, un tanto traída por los pelos y casi tan forzada como los nazis taxistas, tal vez sea uno de los puntos negros de un cómic que la única vocación que tenía era la de evocar el espíritu aventurero de la película original y de los seriales en los que se inspira, con lo que no deberíamos ponernos demasiado puntillosos.

Lo dicho, son nazis taxistas

Los dos números del Indiana Jones de Byrne eran una promesa de cómics desmelenados, sin ningún complejo, y es una auténtica pena que el autor canadiense no pudiera contar todas las historias que tenía en la cabeza al empezar el proyecto. Por supuesto y como decíamos, su espantada se debió a tanto cambio de última hora que sacó de quicio a Byrne y le dejó muy mal recuerdo de la experiencia, a pesar de que a los lectores son unos cómics que dejan muy buen recuerdo y les pasa aquello que decía René Bellocq, que con los años no hicieron otra cosa que ganar valor.

Que pena no tener más Indiana Jones de Byrne, pero así es la vida.
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