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Mutantes pasándolo mal: El día en que Frank Miller salvó Marvel (II)

No sé si lo he dicho ya mil veces, pero me cuesta hablar de cómics que me encantan. No tengo la sensación de mantener la cabeza fría, y aun así me he empeñado en hablar de los mutantes de Chris Claremont porque quieras que no al hombre nunca se le ha reconocido lo suficiente su aportación a los personajes y a las arcas de Marvel. Sin Claremont puede que tuviéramos una Patrulla X, pero no sería nuestra Patrulla X y seguramente todas las barbaridades que se hicieron con ellos durante los últimos treinta años nos darían absolutamente igual. Y es por eso que te sientas a leer el número 141 de Uncanny X-Men y joder, vuelves a estar en casa:

Lo dicho, para bien o para mal cuando una portada llega a ser un icono es por algo.

La portada es un clásico de John Byrne y Terry Austin en un momento en el que el mundo todavía creía que Claremont y Byrne eran una pareja artística completamente compenetrada que no se separaría jamás. Byrne presumía de que sus ideas se plasmaban en el cómic, y Claremont no lo negaba en absoluto y se deshacía en elogios hacia «John». La pasión de ambos se veía reflejada en portadas como esta, que bajo un foco de busca nocturno muestra a un Lobezno envejecido (no demasiado, solo tiene las sienes plateadas) tratando de proteger a una mujer que dentro del cómic descubriríamos que era una adulta Kitty Pryde, personaje que prácticamente acabábamos de conocer en la serie y que para colmo de males había sido bautizada por el propio Byrne, que tuvo una compañera de clase que se llamaba así y le hizo gracia el nombre. Tras ambos podemos ver los carteles de se busca en el que nos avisan que mutantes como la Patrulla X original han sido asesinados (Jean Grey acababa de morir, estos locos eran capaces de cualquier cosa) y otros como Tormenta o Coloso habían sido apresados. Todo ello encabezado por un logo resquebrajado, que deja claro que estamos ante una imagen de un futuro distópico en el que las cosas han ido realmente mal. Vamos, que estamos ante la que probablemente sea la mejor portada de John Byrne (y ojo que las tiene tremendamente buenas) un auténtico icono del género que ha sido homenajeado hasta en los videojuegos. Y ahora dime que Frank Miller es el autor más influyente de la Marvel de los 80…

El título del cómic integrado en el dibujo, otra cosa muy Eisneriana que Miller utilizaría bastante.

No os voy a engañar, es complicado hablar de este cómic con los «ojos limpios», tal y como piden las reglas de esta serie de posts. Claremont y Byrne poco menos que se pueden acreditar a si mismos como los inspiradores del futuro apocalíptico de Terminator, y aun así sabemos que hay una pequeña película de John Carpenter estrenada unos meses antes (tres), Escape from New York, en la que se ve una Nueva York muy parecida a la de la escena inicial de este cómic, con macarras pintorescos como los que se encuentra Kate -ésta si es Kate- Pryde en la segunda página del cómic y que Lobezno despacha con tanta soltura. En poco tiempo y sobre todo a través de bocadillos de pensamiento descubrimos la situación desesperada de los personajes, pero a través del diálogo conocemos que opinan los humanos de los centinelas, qué ha estado haciendo Logan durante todos estos meses, lo que han estado haciendo el resto de gobiernos del mundo ante la tiranía centinela y que el resto de los supervivientes del grupo están presos de los Centinelas.

Byrne quería dibujar a una «joven Sigourney Weaver» pero cuando pudo dibujar a una Sigourney adulta… No aprovechó la oportunidad. Curioso.

John Byrne no es el prodigio narrativo que iba a ser Miller, pero ya en este momento es uno de los mejores del negocio y nadie habría podido poner queja alguna a la forma en la que cuenta la historia, con lo que no es de extrañar que se quejara de tanto texto de Chris Claremont «tapando» sus páginas. Pero es precisamente en estos cuadros de texto donde el guionista planta algunas de las semillas que definirán el resto de su etapa en los mutantes, al contarnos una hoja de ruta completa sobre cómo se ha llegado a esta situación; en 1988 se aprobará el acta de registro mutante -y sí, eso pasó tal cual en los cómics publicados en 1988- y la historia que tenemos entre manos se desarrolla veinticinco años después. Claremont nunca llegó a contar todo lo que tenía pensado al respecto, pero estaba claro que de haber seguido en la serie los veintidos años que hubiera necesitado, algo habría hecho con ello. Aun así, la página del paseo de Kate sirve para ilustrar la realidad social del momento, el día a día del personaje y que los centinelas por lo menos tienen el detalle de dejar que la gente entierre a sus muertos en vez de tirarlos a una fosa común o directamente quemarlos. Pues gracias.

Una cosa buena que nos han dado los centinelas: transporte público ecológico, nada de gasolina.

Otra de las «ideas a futuro» que se manifiestan en este cómic están en el Magneto sustituyendo a Xavier, Kate casada con Peter Rasputin y en Rachel, de la que no se dice que es hija de Jean Grey y Scott Summers pero cuya elección de color de pelo y poderes ya de por sí son interesantes teniendo en cuenta que Jean Grey murió haciéndose llamar Fénix. Los supervivientes ponen en marcha su plan y mandan a Kate al pasado, presente de los lectores de 1981, para avisar a la Patrulla X de aquel momento de lo que va a pasar y evitar el futuro en cuestión. El contraste entre futuro y presente es tremendo, porque se pasa de un cómic pesimista y negativo a uno con una escena de cachondeo al mostrarnos como Kitty con sus poderes de fase es capaz de superar sin ningún esfuerzo la prueba que estuvo programando Xavier durante semanas, para acto seguido ser «poseida» por su yo futuro y que vuelva todo el dramatismo fatalista del arranque del cómic, porque al grupo se le pone encima de la mesa una situación desesperada que, dicho sea de paso, vuelve sobre la hoja de ruta de histeria antimutante que dominará la serie durante todos los ochenta. Eso sí, es cierto, un racista bigotudo no será presidente de EEUU en 1984, pero para 1988 el propio senador Robert Kelly se planteará el ser candidato. Y sí, toca hablar de Kelly.

¿A que punto tiene que llegar un superhéroe para pensar que merece la pena retconear su propio presente? ¡Lo digo porque si alguien del presente viajara a 1981 para evitar lo de Krakoa la Patrulla X le ayudaría de mil amores!

Porque Kate cuenta que curiosamente la radicalización de la sociedad es la que realmente la lleva al abismo, especificando que Kelly era un hombre decente que estaba preocupado ante el aumento de mutantes con superpoderes en el mundo, y que la Hermandad de Mutantes Diabólicos -a mi este nombre me encanta- se lo cargó «para acojonar», provocando una reacción de odio entre toda la humanidad que llevó al señor con bigote al poder, la ley de registro mutante y el que los centinelas tomaran el control y se cargaran a todo el que tuviera poderes. Días del Futuro Pasado no deja de ser una historia que toma la idea original de Lee y Kirby y la lleva al extremo, al mundo que nos habrían dejado los centinelas si Molde Maestro se hubiera salido con la suya. Recontar lo mismo de siempre, pero de otra forma, llevándola más allá, precisamente mucho de lo que hará Miller en Daredevil.
Ya no es tanto qué se cuenta -no hay argumento más trillado que «la Hermandad de Mutantes Diabólicos ataca a políticos y la Patrulla X los defiende»- como el cómo se cuenta, y es que el conflicto principal que se verá en está historia contada en paralelo entre presente y futuro (pasado en ambos casos para nosotros, oh tristes señores mayores del futuro) nunca será tan memorable como esa presentación inicial de este cómic. Frank Miller lo tenía bien jodido para estar a la altura de esta joyaza, y aun hoy en día me cuesta pensar en un cómic de Miller que sea mejor que este. Que alguno se me echará las manos a la cabeza y sacudirá en mi cara los Born Again, Sin City y lo que haga falta, ¿pero habría existido un Dark Knight sin Días del Futuro Pasado? Ningún cómic nace del vacio, y Miller está tomando buena nota de Claremont y de un Byrne que sigue siendo muy deudor de Neal Adams y Jack Kirby.

La primera viñeta tiene el Kirby subidísimo.

Y sí, el diálogo de Claremont no es naturalista, nadie tira una pared de un petardazo y suelta con el brazo extendido «Una pregunta adecuada, senador Kelly, y una con su propia respuesta… Porque todos sabemos lo que el primer cromagnon le hizo al último neantherthal. ¡Soy Mística!» Y aun así, ésto era una convención del cómic en aquel momento que fue derribada por completo. Porque, como decía Harrison Ford «ésto puedes escribirlo, pero no decirlo en voz alta», y por la tontería de que el cómic imitara al cine -algo que ya había empezado a hacer Will Eisner y de lo que también Miller es culpable, aunque ambos lo hicieran con la cabeza que les faltó a muchos de sus imitadores- ya no vemos porque está «caduco». Ay, que sería de nosotros sin nuestros villanos de lenguaje grandilocuente…

La semana que viene tendremos a Thor enseñando cristianismo. O algo así.

 

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