Aparte de su amistad, había algo en Al Jaffee como empleado que a Stan Lee encantaba, le podía dejar hacer lo que le diera la gana, porque sabía que al final iba a cumplir. Lee se seguía reservando el derecho de hacer cualquier tipo de modificaciones sobre el trabajo de los demás, pero estaba encantado de leer un cómic y no tener absolutamente nada que hacer, dejarlo como estaba. Ése era su ideal de editor, y lo que provocaba que fuera a la vez tan buen maestro como buen jefe… Si no fuera por ciertas atribuciones dudosas. Pero en cualquier caso y antes de reencontrarnos con Jack Kirby, creo que para entender al Lee que se encuentra a finales de los 50 debemos de volver a mediados de los 40, con Stan Lee volviendo de la guerra.
Dice Stan Lee que la guerra no le marcó en absoluto, porque se la pasó todo el rato detrás de una máquina de escribir motivando a las tropas. Y aun así la mayor parte de sus modismos como Excelsior! Face Front! o ‘nuff said! los atribuye a gente que conoció en el ejército, y su personalidad como publicista extravagante se nutre mucho de esa fase de su vida. El nuevo Stan Lee es un publicista consumado, parece haber ganado más confianza en si mismo y presume de su condición de seductor escribiendo columnas en las revistas de Goodman. Que narices, a finales de 1947 hasta llega a escribir un artículo en la revista para escritores Writer’s Digest sobre cómo escribir cómics animando a los posibles escritores diciéndoles que hay negocio en los cómics, que es un area de trabajo grande y bien pagada (heh). Curiosamente el artículo no incluye ejemplos de sus propios guiones, si no uno de Al Sulman para la Fantasma Rubia en el que se usa un estilo completamente tradicional y hasta algo restrictivo, completo, con descripción de viñetas y diálogos completos.
Curiosamente y contrariamente a la opinión de muchos -algunos editores incluidos, ya sabéis a quién me refiero- uno de los consejos que más resalta Lee en el texto es la idea de que no se debe de tomar a los lectores por tontos, porque una parte importante de los lectores son adultos, y los niños también son bastante espabilados, además de demandar una evolución del diálogo respecto a los tiempos en los que el Capitán América golpeaba a Cráneo Rojo al grito de «¿así que quieres jugar?»; alguno con muy mala leche ha querido ver en esta línea un intento de apedrear a Simon y Kirby, pero en mi humilde opinión esto es más una declaración de intenciones que un ataque al «enemigo». Lee busca un diálogo naturalista, abandonando la fórmula, y su ejemplo puede que sea desafortunado conociendo su historia con Simon y Kirby, pero a la hora de la verdad es la filosofía que seguirá el resto de su vida a pesar de que en DC continuarán triunfando con la contraria durante muchos años. Y dicho lo cual, supongo que hay que hablar del otro texto polémico escrito por Stan Lee por la época, el Stan Lee’s Secrets Behind the Comics, un fanzine autopublicado por Stan Lee más o menos por la misma época en el que recontaba el origen del Capitán América:
Cuesta no pensar mal, ¿verdad? En aquel momento Martin Goodman es su jefe y tiene una relación paternalista con Stan Lee, con lo que no es raro que Stan no quiera hacer enfadar a «papá». En cualquier caso, lo interesante de este documento está en que demuestra que el Stan Lee editor, el que todos conocemos, ya existe en 1947 y, si nos creemos lo que el mismo dice -cosa que, bueno, eh… Mejor no digo nada- no le va nada mal. Los superhéroes han muerto, pero Timely ya es una editorial hecha y derecha que produce sus propios cómics sin recurrir a packagers y hasta tiene escritores y dibujantes en plantilla, todos ellos trabajando en series de aventuras o cómicas que en muchos casos son copias de tiras de la competencia, pero lo importante es que venden y Stan Lee es un jefe al que la gente estima, sobre todo porque no solo se preocupa por sus trabajadores en plantilla, si no porque también mira por sus freelancers dándoles trabajo en los momentos difíciles aunque realmente no necesite sus historias, guardándolas como «inventario». Y, según algunos, son prácticas como esta última las que provocan que Martin Goodman le ordene despedir a todo el bullpen en 1949.
Vamos a ver una cosa, Martin Goodman y Stan Lee acabarían llevándose fatal, y el propio Stan Lee describiría los 50 como «los años en el limbo». Más allá de su situación personal, el despido en masa de tantos autores y el que Marvel pasara a ser una empresa completamente dependiente de profesionales autónomos marcó a Lee. Sí, a muchos de ellos los tuvo trabajando independientemente, pero ya no les podía ofrecer la misma seguridad y la mayor parte de ellos la buscó en otro lado. Lo más frustrante es que Lee siempre afirmó no saber qué es lo que movió a Goodman a tomar esta decisión, aunque los tambores de guerra de Fredric Wertham y su Seduction of de Innocent ya sonaban bastante fuertes en aquel momento. Otra teoría más pragmática es que Goodman nunca consideró importantes los cómics (por lo menos no hasta los 60) y creyó que la división podía seguir produciendo los mismos beneficios sin tener tantos gastos por contratos, con lo que forzó la situación y, para no variar con las iniciativas empresariales de Goodman, le salió fatal, con lo que Timely se encogió sobre si misma y se transformó en el limbo de Atlas.
Y cualquiera pensaría que la editorial inició así un peregrinaje por el desierto hasta los años sesenta, pero no, Stan Lee seguiría peleando. Surgirían imitaciones de Mad como Snafu, revivals de la Antorcha Humana y Namor con sus creadores originales y de Capitán América con guiones del propio Lee y dibujo de John Romita en su infame fase de «cazador de rojos» y hasta se meterían en río revuelto y publicarían algunos cómics de terror, pero en último término lo que hizo funcionar a la editorial fueron los cómics humorísticos, misterio, los westerns y los cómics de ciencia ficción sobre monstruos. Hasta el mismísimo Jack Kirby, ya separado artísticamente de Joe Simon, empezó a aceptar encargos puntuales que escribía y dibujaba él mismo, mientras Steve Ditko empezaba a hacer sus primeros trabajos… Y entonces ocurrió la dimisión de Al Jaffee, la línea humorística se vio afectada de forma irreversible y, para colmo de males, Martin Goodman tuvo otra decisión editorial y hundió la editorial más todavía. Ten jefes para esto…
La última ocurrencia de Goodman fue la de cerrar su distribuidora, Atlas News, y firmar un contrato con American News, el mayor distribuidor de cómics de la época. El problema es que, tras el asunto Wertham y la salvación in extremis del medio en EEUU gracias a la invención del Comics Code Authority, American News vio como el negocio encogía de forma alarmante y dejó de distribuir cómics poco después, dejando a Goodman sin distribuidora y llevándolo a firmar un contrato con Independent News, la distribuidora de National Periodical Publications… Vamos, que le estaba distribuyendo DC Comics, una DC que sin cortarse un pelo y conociendo la reputación de Goodman como tipo dado a los excesos, decidió limitar el número de cómics que editaba mensualmente a ocho, obligandolo así a reducir su producción en un 80% y a Stan Lee a volver a decirle a la mayoría de sus freelancers que no había más trabajo para ellos. Otra vez Goodman se la había vuelto a liar, y Stan Lee decidió que ya era suficiente y empezó a buscarse la vida en otros ámbitos, aceptando trabajar como guionista de radio y principalmente tratando de colocar varias tiras de prensa en sindicación, lo cual conseguiría con «Willie Lumpkin» -sí, y también era cartero- y sobre todo con Mrs Lyons’ Cubs, dibujada por Joe Maneely. Había perspectivas de futuro, pero todavía no daba para ganarse la vida fuera de los dominios de Goodman.
Porque había seguido trabajando para Goodman, sí, pero cualquier posibilidad de escapar de allí desapareció cuando Joe Maneely moría en un accidente de tren en junio de 1958. Para Lee fue un golpe demoledor y tal vez fue por eso que Jack Kirby se lo encontró llorando esa misma semana cuando por fin volvió a «la editorial de Stan» tras el fiasco de su propia tira de prensa, Sky Masters. Kirby estaba tan necesitado de trabajo como Stan Lee de Jack Kirby, y aunque el hubiera preferido sacarse todas las muelas con una batidora industrial, el Stan Lee con el que iba a reencontrarse ya no era el postadolescente traidor que conoció en su día, era un vendedor de aceite de serpiente ampliamente experimentado que había sobrevivido dos o tres veces a la estupidez de su propio jefe y ya no tenía gran cosa que perder.