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25 años de Starship Troopers: La celebración del miedo

Éste post tenía que haberse publicado el lunes. Mira que ando yo liado estos días que se me ha pasado el veinticinco aniversario de Starship Troopers, una película de la que llevo pensando hacer un post la friolera de doce años, desde que empezó la cosa esta de Brainstomping. Y así se me ha ido pasando el tiempo, dejando y dejándolo para más tarde, con lo que supongo que ya toca, aunque sea por vergüenza torera. Ésto es una cuestión de fuerza mayor, ¡así que vale ya de charla, que hay bichos que matar!

¡Fascismo del bueno, oiga!

Si alguien cuenta un chiste y casi nadie lo pilla, pero los que lo entienden se descojonan vivos como nunca se habían descojonado en su vida, ¿el chiste es malo? ¿Debería hacerse un chiste menos gracioso pero que lo entienda más gente? Si algo hizo Starship Troopers cuando se estrenó en 1997, es demostrar que la gente no era tan espabilada como pensaba. Era una película de ciencia ficción que destacaba por sus bichos generados por ordenador, pero la ironía que desprendía por los cuatro costados pareció escapar de muchos de los sesudísimos críticos de la época que en su día tampoco habían captado Robocop o (je) Showgirls. Todo el mundo tenía claro que la película buena de Verhoeven era Instinto Básico, que en realidad era la más tontorrona de todas pero como era un thriller que ni arañaba la ciencia ficción pues oye, era la mejor y Sharon Stone no llevaba bragas. Como diría Homer «ganas de matar aumentando…»

Uno de los grandes hallazgos de la película -y de los más imitados- en realidad era una repetición de una idea de Robocop, el introducir a lo largo de la película segmentos de la televisión del universo en el que se mueven los protagonistas.

Pero el caso es que Verhoeven era un director que en realidad no debería haber encajado en Hollywood, y su llegada allí con Robocop (otra película de la que ya es hora de la que hablemos largo y tendido) fue una absoluta carambola. Verhoeven no dejaba de ser un director holandés con una carrera de más de veinte años que no entendía como era posible que su primera película en habla inglesa, Los Señores del Acero una película de aventuras medievales coproducida entre Países Bajos, España y EEUU que había tenido bastante éxito en Europa, aun así no había conseguido encajar en el mercado americano, por lo que Verhoeven decidió emigrar allí para tratar de entender ese mercado y así es como acabó con el guión de Robocop entre las manos… Y lo rechazó. El guión venía firmado por un ejecutivo de Universal, Edward Neumeier y un tal Michael Miner, y la única razón por la que en Orion debían de estar insistiéndole a Verhoeven para firmarlo debía de ser porque tenían amigos o algo parecido, porque aquello al director holandés le pareció una absoluta mierda. Sin embargo y gracias a que su esposa le echó un vistazo también al guión, pronto descubrió que, entre otras cosas, la película contenía un subtexto de crítica social del capitalismo exaltado de los tiempos de Ronald Reagan que acabó haciendo la historia la mar de interesante.

Por la época varios gobernadores repúblicanos empezaron a meter en sus programas electorales la retirada de las restricciones de control de armas. Dos años después del estreno de esta película ocurrió la masacre de Columbine.

Por supuesto, Robocop fue un éxito y el estudio se quiso poner a trabajar en la secuela cuanto antes, pero Verhoeven no tenía el menor interés y su carrera fue por otros derroteros mientras el equipo de producción liderado por Jon Davison buscaba otra forma de reunir a toda la banda. Robocop había sido una película muy especial, la típica producción por la que nadie apostaría pero que sin embargo triunfa y es todo un éxito, juntando a un equipo técnico espectacular y blablabla, por lo que cuando siete años después y durante la producción de Showgirls le ponen a Verhoeven el proyecto de Tropas del Espacio encima de la mesa, pues como que se lo tiene que pensar. Por supuesto que consideró que el guión era otra mierda y que la novela original era otra, pero de nuevo el subtexto le empezó a parecer más y más atractivo; Verhoeven había crecido durante la ocupación nazi de Holanda, sabía lo que era vivir en un estado fascista en el que oficialmente todo va bien pero en realidad es una completa pesadilla, y Starship Troopers le hablaba de exactamente eso. Y claro, volvió a picar.

Aquí el uniforme de Neil Patrick Harris, que no puede gritar «nazi» más alto.

Porque Starship Troopers es una película tremendamente nazi, sí. Dicho literalmente por Verhoeven, el plan era crear una utopia fascista, ese mundo perfecto de jovenes y bellos, de perfección absoluta, en el que todo va bien. Que sí, que hay que ir a la guerra, pero porque la guerra nos da carácter y la violencia es la única autoridad real en este mundo, cojones ya. Por eso el reparto está compuesto en su mayoría por veteranos de películas de acción como Clancy Brown o Michael Ironside que actúan como instructores de una pandilla de actores postadolescentes que tienen más pinta de estar anunciando dentrífico que estar en una guerra. Son veteranos de series como Sensación de Vivir (sí, así tradujo en españa Beverly Hills 90210) o Melrose Place, los culebrones para chavalería de la época en los que todos eran guapísimos según los cánones de belleza de la época, pero de actuar sabían poco. Y, aunque a posteriori Verhoeven reconocería que a la película tal vez le habrían venido mejor actores un pelín mejores (seguramente el mejor actor que hay en ella es Neil Patrick Harris, que borda su transición de empollón de instituto a científico nazi y que por la época solo era conocido por haber protagonizado la serie Doogie Howser, M.D., Un Médico Precoz) lo cierto es que funcionan. Y funcionan porque no empatizas con ellos, son carne para la picadora, auténticos niñatos que no deberían caerte bien, porque ni siquiera son buenas personas.

Archie, Betty y Veronica. Pero de Buenos Aires.

El protagonista, Johnny Rico (Casper van Dien), no deja de ser un niño pijo borrego que se alista en el ejército simplemente porque no sabe que hacer con su vida y cree que es la forma de mantener a su novia del instituto, Carmen Ibáñez (Denise Richards), pero ante la imposibilidad de sacar nota suficiente para entrar en la flota espacial, se alista en la infantería movil, el ejército de tierra; uno se pregunta en todo momento como es posible que Rico, aun cuando Carmen le repite constantemente que lo más probable es que no vuelvan a verse, decide alistarse en el ejército solo para impresionarla, porque más allá de eso no tiene ningún plan y ojo, que Carmen va a su bola y en cuanto puede corta con él. Por el otro lado tenemos a Dizzy Flores (Dina Meyer), una compañera del equipo de futbol americano del instituto de Rico que hace todo tipo de maniobras para quitárselo a Carmen, pero él pasa de ella porque, como ya he dicho, es idiota. Y finalmente tenemos a Carl Jenkins (Neil Patrick Harris), supuestamente amigo de Rico pero que aun así no pierde la oportunidad de humillarlo públicamente cuando saca una nota horrenda en su test de aptitud. Es gente hipercompetitiva, muy poco empática y lo peor, Carl es telépata y aun así es un sádico redomado.

Si visualmente te recuerda a un videojuego de esos con escenas de video de los 80/90 no es nada casual, de hecho el principal trabajo de Casper Van Dien antes de esta película fue un pequeño papel en Wing Commander IV.

Y éso es lo tremendo del primer acto de la película, que en realidad es una comedia juvenil de sábado por la mañana en el contexto de una civilización fascista que reconoce que un día fue democrática, pero que los «veteranos tomaron el control y nos dieron décadas de paz». Un golpe de estado en toda regla para crear una sociedad en la que los militares tienen el poder porque son los únicos con derecho a voto. Con élites adineradas que pueden evadir el servicio militar porque puede permitirse estudios superiores que las clases bajas no pueden lograr. Y éso está en la película, mientras todos sonríen y son felices, y también está cuando la chica negra que se ha alistado para hacer carrera política mata por error a uno de sus compañeros por un error de un superior y es ella la que es expulsada del ejército, mientras que su superior blanco de sonrisa perfecta solo recibe un correctivo público (diez latigazos) y hala a seguir mandando. Starship Troopers es cruel, es despiadada y si parpadeas te lo pierdes, y por eso muchos de los críticos de la época no entendieron absolutamente nada, llegando a acusar a Verhoeven de ser un neonazi porque no veían la ironía por ningún lado. Y esos no eran los peores, porque en este auténtico test de rorschach democrático que supuso esta película en su día, muchos ni siquiera vieron algo «político» en ella porque en realidad veían el fascismo como algo normal o atractivo, que recuerdo que por la época más de uno consideraba con toda su jeta que el sufragio universal no debería existir y que debería existir una prueba de ciudadanía, yo que sé, un examen o un cursillo o algo…

Mención especial al gran Phil Tippet, responsable también del stop motion de Robocop y el mago que consiguió sacar adelante esta pequeña escena que consiguió que la película fuera aprobada por el estudio.

Veinticinco años después nadie niega la ironía de Starship Troopers, y la equiparan a la de la propia Robocop. Hasta Showgirls ha sido reivindicada, y probablemente la propia Instinto Básico ha sido valorada en su justa medida (ciertas partes han envejecido bastante mal) pero Starship Troopers fue más querida por las generaciones que crecieron con ella, aunque de niños pensaran que era una película de aventuras y quisieran alistarse en la marina para matar bichos (bichos a los que la humanidad había invadido y colonizado, que los humanos estamos empeñados en hacer esas cosas) y de mayores… Pues de mayores espero que hayan pillado el chiste, que la cosa me acojona. Porque igual la solución no va tanto por hacer un chiste peor pero que entiendan todos como educar a todo el mundo para entender el chiste.

Por la cuenta que nos trae.

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