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Hasta las bolas del dragón: Cómo Marvel me enseñó a detestar la nostalgia (II)

Seguimos por este viaje por una de las partes más tortuosas de nuestra biografía como lectores, y llegamos por fin al momento terrible en el que revelamos cómo Marvel (y Forum) me enseñó que la nostalgia es fascismo. O, por lo menos, algo igual o hasta peor. Vamos a ello.

Había una esperanza, una luz en el cielo encendida por Jim Starlin y George Pérez…

Confieso que me quedé leyendo algunos cómics de Marvel realmente mediocres-tirando a lamentables, cuando debería haber guardado mi dinero y, yo que sé, tal vez gastármelo en esa PlayStation. La trilogía del Infinito de Starlin eran tebeos a cual peores, empezando por una historia entre Estela Plateada y el propio Guantelete del Infinito que estaban bastante bien, pero tanto la Guerra como la Cruzada del Infinito apestaban a aquello de «cómo seguir con el negocio». Warlock y la Guardia del Infinito era una serie que trataba de mezclar humor y drama cósmico, pero a Starlin eso nunca se le acabó de dar bien y la cosa acabó… Vaya, ni siquiera me acuerdo de cómo acabó. Hubo un punto en el que dejé de leerla, o cancelaron la serie en España, y ni me molesté en seguir leyendo. Recuerdo a un personaje llamado Maxam o algo así que no pintaba nada y con el que Starlin parecía ir improvisando, un tal Conde Abismo en plan Mister Siniestro (ugh) y poco más. No sé, era una época en la que el mundo pareció ponerse de acuerdo en que tenía mejores cosas que hacer que leer tebeos, y se empleó a fondo porque me cerraron hasta la revista Superlópez.

¡Hala Jim Starlin, cierra la puerta al salir que esto no se lo aguantaría ni a Chris Claremont !

Y es que… Soy cabezón. En una época en la que Marvel se esforzó por activa y por pasiva en decir que lo importante eran los personajes y no los autores -por todo aquello de Image- yo me dije «vale, de acuerdo, no me puedo creer que esta editorial haya pasado de publicar todo mierda a no publicar nada bueno». Y sí, estaba el Hulk de Peter David, un tebeo irregular con grandes momentos y otros bastante insulsos, pero que destacaba por parecer «normal» entre tanta mediocridad, entre tanto guionista que no sabía que un personaje pareciera la misma persona de una viñeta a otra, entre tanto dibujante o entintador que creía que lo más importante en un cómic era que el personaje mirara directamente al lector con el máximo de venas en el cuello. A principios de los 90 no nos había dado tiempo a sentir nostalgia por el pasado, así que el sentimiento era el de querer colgar del palo más alto a los responsables (si los hubiere) de todo aquel desastre, y tardaríamos muchos años hasta que por fin conseguimos una explicación de aquella hecatombe. Porque al final lo que sentimos los que vivimos aquello en primera persona no fue nostalgia si no el dolor del trauma, porque nos despertaron de nuestra infancia como lectores, del «todo lo que sale en los tebeos es una ventana a un universo paralelo en el que existe el Capitán América», y lo hicieron a cañonazos, de la peor forma posible. Y sí, todos éramos un poco Chris Claremont, porque de todos los autores que despertaron en aquella pesadilla, el suyo es el caso más sangrante. Y yo leí sus números de WildCATs -dos, los únicos que compré de la serie- y me compré Sovereign Seven hasta que termino. Había que ser leal, cojones, a pesar de que nos colaron otra vez al dichoso Ron Lim que ya había destrozado el Guantelete del Infinito.

 

Sí, Zinco publicó un tomo con los primeros números de Los Siete Soberanos. Y el resto me pilló comprarlos en inglés, que se la va a hacer.

Mientras tanto, por supuesto, Marvel se fue a la mierda. Si soléis leernos por aquí ya conocéis de sobra como la burbuja de la especulación que había alimentado estas malas bestias estalló entre el 93 y el 94 y en última instancia mandó a Marvel a la bancarrota, porque su propietario por aquel entonces, Ron Perelman, había iniciado una expansión agresiva de la empresa a golpe de talonario comprando distribuidoras, editoriales de cromos y hasta jugueteras para convertir Marvel en un «todo en uno» del marketing, con los desastrosos resultados que ya conocemos. Forum, esos ases del marketing, aprovecharon el último grito de supervivencia de la Marvel de aquellos años -que bautizaron como la Marvelution, una idea de los ejecutivos que el Bullpen detestó hasta lo más profundo de su ser- para relanzar toda la linea como fuera posible. Para entonces el Departamento de Populares de Planeta (que así era conocido internamente Cómics Forum) se alimentaba solo de mutantes y sobre todo de Manga, con lo que casi era digno de elogio el intento de relanzar el resto de Marvel y darle una serie en solitario al Capitán América o a Thor, que llevaban casi diez años sin ella. Por supuesto y a pesar de que las series habían mejorado respecto a las atrocidades de años anteriores, el intento fracasó. Y nos volvimos a las tinieblas…

Marvelution o como no entender que el valor principal de tu empresa es el universo compartido.

Vimos la luz al final del túnel allá por 1996, cuando los mismos heraldos del apocalipsis, Rob Liefeld y Jim Lee, relanzaron Vengadores y 4 Fantásticos y casi todo el mundo pareció despertar y odiar a Rob Liefeld. Durante unos siete años habíamos vivido una pesadilla en la que Rob Liefeld era un dibujante millonario de gran éxito que vendía películas a Hollywood y que le gustaba a todo el mundo, con montones de dibujantes tratando de imitar su estilo. Y, de repente, la gente empezó a decir que el Capitán América tenía tetas, Joe Kelly convirtió a Masacre en un personaje divertido -confieso que empecé a leer esa serie sin saber que era un personaje creado por Rob Liefeld- y Kurt Busiek lideró una enmienda a la totalidad de los cómics del lustro anterior, con Grant Morrison devolviendo a la Liga de la Justicia a su antiguo ser. Había un pestazo de nostalgia en aquella contrarreforma y la Marvel de Bob Harras, post Perelman, trató de aprovecharla lo máximo posible, pero lo cierto es que todo aquel tufo nostálgico que gritaba desesperadamente «comprad nuestros cómics» seguía enmascarando unas formas de ser y hacer que continuaban siendo los de la etapa anterior; dijeran lo que dijeran, no podías hacer una serie de X-Man sin que la condición de clon de un universo paralelo que se lía con su madre saltara a la vista, mucho menos si mantenías al mismo guionista desastroso de la etapa anterior. Que no pasó lo mismo con Cable, vale, pero yo le tengo manía a Cable y no lo aguanto ni en el Marvel VS Capcom 2.

Así es como Marvel descubrió que su pasado sin portadas holográficas también vendía.

Y así es como yo le pillé manía a la nostalgia, porque en realidad Marvel estaba dándonos gato por liebre. No recuperó a los grandes autores de antaño -Busiek era el guionista de Vengadores y a Stern se le daban las migajas- y, cuando lo hizo, los resultados fueron horrendos como en el caso del Chapter One del Spiderman de John Byrne o los Neo de Claremont -en su día nos preguntamos qué es lo que salió mal, hoy en día lo tengo más claro-. Para el año 2000 los tiempos habían cambiado, el público demandaba otras historias y nosotros éramos otras personas, con diez años más. La nostalgia que nos vendía Forum con las Bibliotecas Marvel -¡EN GLORIOSO BLANCO Y NEGRO! ¡CON PORTADAS DE LÓPEZ ESPÍ! ¡CON EL MARAVILLOSO MUNDO MARVEL DE RAIMON FONSECA!- no hizo más que dejarnos claro que todo era pura mercadotecnia. Que el arte iba por otro lado y que ni siquiera los que publicaban los cómics entendían que el color era fundamental en los cómics de Kirby y Ditko, pero para entonces ya llovía sobre mojado porque hacía años que habíamos dejado de tomarnos los artículos que acompañaban nuestros tebeos como si fuera el BOE.

No me habíais engañado con Rob Liefeld y no me íbais a engañar con el Lopez Espí este de las narices, que todas sus portadas eran horrorosas.

Veintidos años después de aquello y con todo lo que ha pasado en esas dos décadas, se puso sobre la mesa -no intencionadamente, lo sé- que lo único que sentía era nostalgia, morriña por tiempos mejores. Sí, bueno, no siento precisamente nostalgia por Los Nuevos Vengadores de Englehart y Milgrom, aunque recuerdo con cariño los tiempos en los que era más inocente y podía leerme esos tebeos sin echarme las manos a la cabeza. Pero hacerse viejo, «ser mayor», crecer y hasta el mismo hacerse persona es lo que tiene, aprender muchas cosas y entre ellas está el saber que el pasado está en el pasado. Que por mucha diarrea rockwelliana que nos pongan para idealizar nuestro pasado común, vivimos en el presente y nuestra vida es lo que vivimos ahora, no nuestro equipaje. Repito lo que decía el viernes, es un sentimiento muy infantil eso de querer volver a épocas idealizadas y más inocentes, de recuperar la primera patria que es la infancia, pero hasta que alguien no invente una varita mágica que nos devuelva a los muertos y nos rejuvenezca hasta lo que éramos en aquellos tiempos, eso no va a volver.

Eso sería tan idiota como volver a convertir a Son Goku en crío y meterlo en las mismas broncas de Dragon Ball Z, ¡nadie sería tan idiota como para hacer algo así!

Y sí, todo esto es lo que me hizo detestar la nostalgia, y por eso allí donde M’Rabo se derrite con los niños de Stranger Things yo miro de reojo como el gato de Saga y digo que mienten. Me parece bien volver a ver y releer obras del pasado, pero no que las imiten ni las referencien buscando mi complicidad, para querer venderme la moto. Tom DeFalco y Ron Frenz ya lo intentaron en los «divinos» ochenta plagiando al mismísimo Jack Kirby en su Thor y solo consiguieron darme asco, imagínate lo que puedo pensar ahora cuando me viene el enésimo mamarracho con cinta del pelo y chaleco rojo a citarme Regreso al Futuro, el Equipo A o cualquier cosa de los 80. Pues sí, como buen vejestorio que soy, saco la recortada y les grito que se vayan de mi cesped. Que os creeréis que soy mayor, pero no gilipollas.

Otro día podríamos abrir el melón de los videojuegos pixel art, que en muchos casos son otros caraduras que con la excusa de la nostalgia te cuelan cada truño que asusta. Y no, Shovel Knight es una de las pocas excepciones de que hacerlo al «viejo estilo» sigue mereciendo la pena.

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