Yo debo reconocer que me reí un poco cuando descubrí cual fue la primera toma de contacto de Diógenes con el Caballero Luna, ya que mientras que el lo descubrió en medio de una época que no es la mejor del personaje, yo tuve la suerte de descubrirle de la mano de Doug Moench y Bill Sienkiewicz. Toca remontarnos (como debe ser) al comienzo de esa gloriosa era de la humanidad conocida como los 80, cuando Ediciones Vertice,a través de su linea de Mundicomics, había comenzado a publicar la serie del Caballero Luna que había debutado un año antes en Estados Unidos. Y aunque durante unos cuantos años ese segundo numero de la serie fue el único que tuve en mis manos, lo que descubrí allí consiguió que siempre le tuviese mucho cariño al personaje.
Aquel numero, hoy desgastadisimo a base de incontables relecturas, contenía la mitad del segundo numero americano,»The Slasher», y todo el tercero, «Midnight Means Murder». Dos historias que poco o nada tenían que ver con lo que yo conocía sobre el cómic de superhéroes en aquellos años o que conocí en los años posteriores. El mundo en el que se desenvolvían las aventuras del Caballero Luna eran mucho mas oscuras y sórdidas, y acostumbrado a leer sobre monstruos de laboratorio que se pegaban con Spiderman, o el enésimo plan del Doctor Muerte para conquistar el mundo, los enemigos contra los que se enfrentaba el Caballero Luna resultaban mucho mas aterradores.
La primera historia, rebautizada por Vertice como “El Acuchillador”, narraba como un asesino en serie armado con una hoz se estaba dedicando a asesinar vagabundos, siendo la ultima de sus victimas un hombre llamado Crawley que como descubrí en esa historia era uno de los ayudantes civiles del Caballero Luna, otro elemento que le alejaba de los otros superhéroes que conocía y que tarde mucho en descubrir que se debía a una de las muchas influencias heredadas de La Sombra. Pero ademas de contar con un adversario mas propio de esas películas que no me dejaban ver en la tele, la historia incidía en como esos asesinatos no importaban a las autoridades porque se trataba “solo” de vagabundos, metiendo una carga de critica social que aunque entonces no reconocía como tal, tampoco encontraba en la mayor parte de los cómics que conocía entonces.
Estos crímenes servían para explorar el pasado de Crawley, su “origen” como si dijésemos, mostrándonos a un personaje roto por su propia mano de una forma que no volví a encontrarme hasta la excelente etapa de Denny O’Neill en Iron Man unos cuantos años mas tarde. Y a medida que esa historia (de la que recordemos solo pude leer sus ultimas catorce paginas) fue desarrollándose, revelándonos mas detalles sobre ese misterioso asesino, esta se convirtió en una tragedia con mayúsculas que desemboco inevitablemente en un desenlace funesto. Algo que como no me canso de repetir no se parecía a casi nada de lo que yo conocía en aquellos años.
En contraste la segunda historia de ese numero no resultaba tan dramática, pero si igualmente diferente. Una historia en la que mientras el Caballero Luna detenía a numerosos criminales de poca monta en una Nueva York que se parecía mas a la de “Canción Triste de Hill Street” (pedazo de traducción) que a la de Spiderman, un ladrón de guante blanco desvalijaba a los ricachones de la ciudad en una serie de crímenes cada vez mas osados. Un ladrón que se hacia llamar Medianoche y que vestía casi como una versión inversa del Caballero Luna, con quien creía que estaba destinado a encontrarse tarde o temprano.
A través de esta historia pude conocer un poco mejor al personaje, sus múltiples identidades que le daban acceso a diferentes estratos de la sociedad, cuando eran poco mas que disfraces y a algunos de sus ayudantes. Y curiosamente pese a que como Steven Grant era un millonario, tenia su mayordomo, y un vehículo y armas personalizados, no recuerdo haber pensado jamas que este era una copia de Batman, pero supongo que era la forma diferente de utilizar esos elementos comunes lo que hacia que no viese la relación entre ambos personajes. Pero lo que mejor recuerdo de este cómic era algo que no tenia absolutamente nada que ver con Batman, la relación del Caballero Luna con Marlene Alraune.
Marlene no era simplemente la novia eterna del héroe, como tantas veces había conocido en otros cómics, quien desconocía su doble vida y estaba eternamente preocupada por sus inesperadas ausencias. Ambos vivian juntos como pareja pese a no estar casados, parecía conocer desde siempre su doble vida y pese a no ser una superheroina tenia un papel muy activo en las aventuras de su amado, hasta el extremo de que en esta historia en concreto era ella quien le salvaba la vida a el en el ultimo segundo. De nuevo otro cambio radical en lo que estaba acostumbrado a leer en otros cómics, Marlene no era una simple damisela en apuros que estaba ahí para ser rescatada, era una aventurera de pleno derecho que sabia cuidar de si misma y de su pareja, siendo en muchos aspectos bastante adelantada a su época.
Años mas tarde cayo en mis manos otro numero del segundo volumen de Vertice de la serie con material de los números 10 y 11 de la serie americana… y durante mucho tiempo nada mas. Pero el cariño hacia el personaje seguía ahí, no me perdía ninguna aparición de este aunque tuviese que conformarme con un par de números de Clásicos Marvel, complementos aquí y allá, sus apariciones en otras series y poco mas. Luego con el tiempo se publicaron otras series de forma irregular (con el material de Zelenetz o Dixon entre otros) , pero la magia de aquellos primeros números que no dejaba de releer se había perdido.
Paso bastante tiempo hasta que tuve la oportunidad de leerme entera y del tirón esa magnifica etapa de Doug Moench y Bill Sienkiewicz que redifinio al Caballero Luna y que en un mundo mas justo hubiera sido el ejemplo en el que los equipos creativos que vinieron después se inspiraron, por desgracia no fue así y la mayoría parece que han preferido buscar su inspiración en los momentos mas bajos del personaje. Por eso mañana voy a aprovechar esta semana temática para reivindicar aquellos cómics dejando a un lado la mirada nostálgica, porque pese a que han transcurrido mas de cuarenta años desde su publicación, es una etapa tremendamente moderna por la que los años solo han pasado para mejorarla.