Según empezó el presente siglo, con el cine de superhéroes a todo trapo con los primeros éxitos de Marvel y la Warner todavía saboreando las mieles batmanianas, muchos ejecutivos de Hollywood se volcaron en dar luz verde y encargar proyectos basados en cómics, algo que en realidad no era ninguna novedad porque llevaban haciéndolo desde antes de que Rob Liefeld empezara a vender humo. Pero lo interesante de aquel periodo fue ver como Hollywood, consciente de que el filón licenciado no era propiedad más que de Warner y Marvel, llegó a la conclusión de que tenía que crear sus propios superhéroes. Y así empezó la fugaz y hasta desastrosa era de los superhéroes netamente hollywoodienses.
Cine de gente con poderes o con doble identidad habíamos tenido desde el cine mudo, ya fueran poderes mágicos o simplemente héroes enmascarados como el Zorro; Los inicios del género en el cómic beben sin ningún complejo del cine y la literatura, y así es como el Conrad Veidt de El Hombre que Ríe inspira al Joker, o como el propio Batman es un remiendo de la Sombra que Bill Finger consiguió transformar en un personaje con su propia identidad. Sin embargo, y a pesar del éxito mediático que consiguen personajes como Superman o el Capitán Marvel en los años cuarenta y cincuenta, la imposibilidad de hacer una película de superhéroes que no parezca ridícula con los medios técnicos de la época hacen que los personajes queden relegados a la animación y la televisión infantil cuando no directamente a la comedia como en el Batman de William Dozier. Para cuando llegan los 70, los máximos exponentes de gente con superpoderes en el cine son los caballeros jedi de Star Wars y «películas de mutantes» vistas desde una óptica paranormal como las Carrie o The Fury de Brian DePalma; en todos los casos los personajes trataban sus poderes como algo místico e inexplicable que desde luego no usaban para combatir el crimen o beneficiar a la humanidad, a pesar de que la Furia es todo un eslabón perdido entre los X-Men de los sesenta y el tratamiento que se le daría a los mutantes tras la marcha de Claremont.
Hawkman mal. Y mira que se ha hecho veces mal Hawkman, pero estos lo hacen peor, pero como los superhéroes cinematográficos eran toda una rareza y nosotros nos conformábamos con taaan poco…
El primer movimiento directo para crear un superhéroe propio de un estudio se da como reacción al éxito de los Salkind explotando el filón Superman, cuando la Metro Goldwin-Mayer estena en 1980 «Hero at Large/Finalmente Héroe», en la que un John Ritter fresco del exitazo de «Apartamento para Tres» interpreta a un actor que malvive haciendo bolos publicitarios de la película «Capitán Vengador», para lo cual se disfraza del personaje en actos promocionales hasta que durante uno de ellos acaba haciendo una heroicidad y una cosa lleva a la otra hasta que termina sumergido en una comedia de superhéroes. Algo parecido -aunque con más presupuesto- presentaba poco después la Disney con su primer superhéroe de producción propia, Condorman, que se estrenaría allá por 1981 y que contaba la historia de un dibujante de cómics llamado Woodrow Wilkins al que se le iba la olla un poco y para inspirarse se disfrazaba de su propia creación, el tal Condorman, y se metía en un follón de espías (el cual a su vez estaba basado en una novela de espías de Robert Sheckley, The Game of X). A pesar del éxito de Superman, Condorman seguía jugando con la idea de que el superhéroe era una creación ridícula en el mundo real, con lo que el protagonista nos parecía un tanto «excéntrico» y se queda en una tierra de nadie que no debió de hacerle mucha gracia a los espectadores porque la película se la pegó en taquilla de forma estruendosa, siendo otro de los grandes fracasos de Disney a principios de los ochenta que estuvieron a punto de hundir al ahora todopoderoso ratón.
Mientras los grandes estudios se lamían las heridas por sus fracasos y los Salkind demostraban no saber hacer Superman sin Donner, la productora independiente Troma de Lloyd Kaufman creaba el primer superhéroe netamente cinematográfico exitoso con El Vengador Tóxico, una película de presupuesto absurdamente bajo sobre el conserje escuchimizado de un gimnasio que sufre el abuso constante de sus clientes hipermusculados, unos matones que no desentonarían nada con la Detroit de Robocop y que acaban tirando al pobre conserje a un cubo de desechos radioactivos, provocando que el mozo consiga poderes a costa de que su cuerpo se deforme de manera inhumana. A partir de ahí pues lo de siempre con Troma, sangre, tripas y chavalas en bolas pero con mucho cachondeo, crítica social cafre y Toxie defendiendo a la gente de bien como buen superhéroe que es, pasando completamente desapercibido en taquilla hasta que el fenómeno de las proyecciones nocturnas -algo de lo que tristemente ya no hay- provocó que se convirtiera en una película de culto con múltiples secuelas y en la mascota de la productora.
Fenómenos como el de Toxie dejan claro que no debería parecernos raro que cuando la batmanía arrasó con el estreno del Batman de Tim Burton en 1989 Universal ya estuviera preparando para un año después el estreno del Darkman de Sam Raimi, una película en la que un científico interpretado por Liam Neeson se convertía en, básicamente, el Hush que Jeph Loeb y Jim Lee se «inventarían» para su etapa en Batman poco más de diez años después. Darkman no generaría un fenómeno equivalente a la batmanía, pero sí que tendría el suficiente éxito como para generar videojuegos, cómics y hasta dos secuelas directas a video de funesto recuerdo, además de dejar claro que se podía hacer cine de superhéroes original sin depender de licencias de cómic. Sin embargo, ni Universal ni sus competidoras intentaron seguir explotando el filón, y en un momento en el que ni se soñaba con la idea del universo cinematográfico, Darkman acabó convertido en una anécdota, en otro monstruo de la Universal que, curiosamente, tuvo una vida más larga en los cómics de la que la tuvo en el cine, llegando a tener una miniserie de la mano de Marvel y hasta un crossover con Evil Dead a cargo de Dynamite. Visto el percal, no me extrañaría ver a Darkman aparecer como un luchador extra de Mortal Kombat, vaya.
Y mientras se estrenaban películas como Tortugas Ninja y Hollywood compraba licencias como Rocketeer, La Sombra (que no era cómic, pero superhéroe si) o El Cuervo con éxito desigual, en 1993 nos encontramos con un fenómeno la mar de curioso, Meteor Man, la primera película de un superhéroe negro y que venía escrita, dirigida y protagonizada por Robert Townsend otra vez para la MGM. La película nos viene a contar como un profesor de instituto recibe el impacto de un meteorito que le da superpoderes y decide usarlos para luchar contra el crimen en general y el tráfico de drogas en particular, dándole un vuelco a las relaciones dentro de la comunidad y haciendo que todos los vecinos se unan contra la lacra del crimen organizado. Al final en la película los superpoderes son lo de menos, porque ésto lo podía haber protagonizado tanto Black Lightning como Mister T… Pero eso sí, es tremendo ver como por la pantalla va desfilando todo un quién es quién de los actores negros de la época, con veteranos como el ahora infame Bill Cosby, James Earl Jones, Sinbad, grupos como Cypress Hill o un Don Cheadle muchos años antes de convertirse en el Rhodey de Iron Man, además de contar como villano de la película al mismísimo Frank Gorshin, el Riddler del Batman de Adam West.
Y mientras avanzaban los 90 y los superhéroes empezaban a llenar la televisión con imitaciones de las Tortugas Ninja, Sailor Moon o iconos de la época como Las Supernenas, comedias como Mystery Men y Orgazmo empiezan a jugar con la idea de hacer películas de superhéroes distintas, de sacar al superhéroe del molde de la «película de origen». Orgazmo (1997, tras el batacazo de Batman & Robin) venía protagonizada por Trey Parker, el mismo Trey Parker que junto a Matt Stone -que también es productor de esta película- crearían ese mismo año la incombustible South Park; la película contaba la historia de un misionero mormón en dificultades económicas que aceptaba participar en una película de superhéroes porno y por una de esas vicisitudes del destino -sí, aquí ya vemos que hay una pauta- acaba combatiendo el crimen con su traje de superhéroe. La película sería otro gran fracaso en taquilla, cómo no.
Y mientras Warner trataba una y otra vez de sacar adelante otra película de Superman -sí, ésta es la época del Superman de Nicholas Cage, Tim Burton y el peluquero de Barbra Streisand- la propia Warner estrenó la mejor película de Superman después de Donner: The Iron Giant, que aunque estaba basada en la novela The Iron Man de Ted Hughes, lo hacía de forma tan «creativa» que casi podría decirse que ésta película de animación de Brad Bird es una creación propia. El Gigante de Hierro nos viene a contar la historia de un robot alienígena asesino defectuoso que aterriza en la Tierra en plena guerra fría, haciéndose amigo de un chaval y descubriendo su veradera vocación en la vida, y hasta ahí puedo leer; es una película de obligado visionado para todo fan de los superhéroes y que hace del mundo un lugar mejor, con eso os lo digo todo. Lamentablemente, pasó lo de siempre y se estrelló en taquilla al igual que lo hizo Mystery Men (1999), una comedia de superhéroes estrafalaria que también se basaba muy «creativamente» en los cómics de The Flaming Carrot de Dark Horse y que hasta Legends of Tomorrow probablemente haya sido lo más parecido que hayamos tenido a una adaptación cinematográfica de la Liga de la Justicia Internacional, aunque éso sea conformarse con bien poco.
Tras Blade, Neo volando al final de The Matrix y taquillazo de X-Men, el nuevo milenio arranca con la que para muchos fue su película de superhéroes favorita hasta que se estrenó la siguiente, El Protegido/Unbreakable de un M. Night Shyamalan que venía de hacer El Sexto Sentido y que repetía protagonista con un Bruce Willis en todo su esplendor. La película nos venía a contar por enésima vez el origen de un superhéroe, pero en este caso se prescinde de los disfraces estrafalarios y los «malentendidos cómicos» para mostrarnos una película que intenta ser «realista», aunque entienda el realismo como gente triste mirando al suelo y que los personajes en general no tengan muchas ganas de vivir. La película tendría una secuela «secreta» dieciseis años más tarde y otra más en 2019 titulada como el antagonista de la original, «Glass», pero para entonces su trascendencia se había diluido casi por completo (aunque sería tremendamente influyente en una tendencia de la década pasada, como veremos más tarde). Su triste legado es el de haber influenciado al maligno, aunque el pobre Shyamalan no tenga ninguna culpa de que Zack Snyder sea como es.
La semana que viene seguiremos con la llegada de Marvel a los cines, Spiderman y el impacto de Christopher Nolan en el cine de superhéroes.