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BWAH HA HA HA! ¡Y yo con estos pelos!

Cuando era crío detestaba a Superman. Y alguno pensará que no lo soportaba desde el desconocimiento, esa idea que se forma en el personal de que Superman es demasiado poderoso, que no puede ser interesante porque es invencible. O que es un «poster boy» de EEUU como el Capitán América, que debía estar a tope con Nixon y Reagan y todas esas cosas, ¿no? Yo era un niño que detestaba a Superman y por extensión los cómics de DC simplemente porque había leído cómics de DC… Y eran horrendos. Malísimos. Eran todos los tópicos que podía odiar del cómic de superhéroes, y para un niño que cada tebeo que le caía en las manos era un acontecimiento -yo era muy crío- Superman había sido una traición en toda regla, simplemente porque me dió la sensación de que aquel tebeo me tomaba por imbécil. Y yo seré un niño (o viejo) pero no idiota. O por lo menos intento no serlo.

Treinta y cinco años y sigue siendo un cómic que nunca te cansarás de leer.

Era el Superman postweisinger, sí, con Cary Bates siguiendo a rajatabla el libro de estilo del Genio Maligno y los dibujantes queriendo ser Curt Swan pese a que hasta al propio Curt Swan le habría gustado que le dejaran dibujar de otra forma. Era un Superman paternalista, infalible, con historias formuláicas que nada tenían que ver con los demás tebeos que yo leía por la época, con los Mortadelo y Superlópez chapuceros hasta el absurdo, con los Fuera Borda llenos de personajes que metían la pata, con los Don Miki en los que Miki… Bueno, Mickey era bastante insoportable, para que negarlo. La cuestión es que Superman era el superhéroe más grande de todos los tiempos y me había defraudado, así que a la mierda los superhéroes… Excepto Spiderman. Y tal vez Los 4 Fantásticos, que el Doctor Muerte ese molaba. Y La Patrulla X, ¿has visto que siempre se llaman por el nombre de pila? Ya, estaba completamente perdido…

Todos cabreados mirando al lector, como correspondía a la era grim & gritty. Sí, podrían haberlos denunciado por publicidad engañosa…

Unos años después -que en esto de la infancia siempre es una eternidad, aunque sean dos o tres- llegó a mis manos La Liga de la Justicia, un cómic que no contaba con Superman en la portada -éso ya era algo- pero sí con un montón de personajes mirando a los lectores con gesto malencarado y preguntando si alguien se atrevía a dudarlo. Yo en aquel momento lo más parecido a un cómic de la Liga de la Justicia que había leído era aquella cosa horrible de los Superfriends -que le jodan a tus sentimientos, yo lo ví con 6 años y me parecieron atroces, lo mismo que Spider-man & His Amazing Friends- así que ni siquiera sabía qué era la Liga de la Justicia, por lo que no iba a discutirle nada a Guy Gardner. Total, ¿para qué? Una vez entrabas a leer el cómic, aparecía Guy diciendo que él era EL Green Lantern, cosa que yo no iba a discutir porque, aunque sabía que Green Lantern solía tener otra pinta, pues si este era Green Lantern pues era Green Lantern. Guy pretende hacerse el jefe de la Liga de la Justicia, pero según llega Canario Negro lo primero que hace es compararlo con Mussolini, por lo que no parece que vayan a llevarse bien. Luego llega un señor con traje ridículo con un enano con traje y corbata, pero el tal Guy lo trata como a la mierda y se cabrean todos mientras el tipo del traje raro le recuerda que tiene que pensar en la taquilla.

¿Hay alguien más despreciable que Guy?

Y luego llega el Capitán Marvel, que por supuesto me pareció una copia de Superman -¡demostrado judicialmente!-y del que Guy se burla porque dice «Holy Moley», traducido por Sergi Gras como «Vaca Sagrada», expresión que siempre me pareció rara cuando la decía Spiderman y a los personajes de este cómic también y… Y de repente me doy cuenta de que este cómic es… ¿Autoconsciente? A ver si me explico, yo en aquel momento no conocía conceptos como el de la caracterización, para mí escribir una historia era casi un acto subconsciente, los personajes hablaban solos. Pero sabía que no era lo mismo Reed Richards que Ben Grimm, que Superman era distinto a Batman, aunque solo porque uno tenía todos los poderes del mundo y el otro no; aquellos perfectos desconocidos de la «Liga de la Justicia» se miraban unos a otros a la cara y reconocían sus diferencias, «tú eres así, yo soy asao, me río de tu forma de hablar y tú te sorprendes si ves a un niño de metro noventa entrar volando por la ventana». Vamos, que tenía que reconocer que había algo sólido ahí, algo «real». Esos personajes estaban vivos, por fin encontraba personajes de DC que estaban vivos -no, no había leído Watchmen ni Crisis ni nada de eso- y de repente estaba leyendo un cómic de DC que era divertido, y ni siquiera le hacía falta enfrentarse a Darkseid, Despero ni a ninguna amenaza cósmica invencible para ser un cómic la mar de divertido; simplemente unos superhéroes hablando en una habitación y discutiendo entre ellos, nada más. Aquello era brujería, sin ninguna duda.

Sobran las palabras.

Y aquel número acababa con la Liga de la Justicia -sin América, porque lo decía Maxwell Lord desde las sombras- apalizando a unos terroristas la mar de incompetentes, con Batman echándose las manos a la cabeza porque lo mal entrenados que estaban sus compañeros. Y la serie iba a ser exactamente eso, un ir de menos a más, de contarnos la «vida familiar» de esos personajes, con una alineación que iba cambiando de una forma completamente orgánica, porque cada personaje era como era y era lógico que se fuera o se quedara. No había saltos, no había atajos, ni siquiera los crossovers se veían como algo forzado, todo fluía con una naturalidad tremenda. Y sí, yo no sabía que en EEUU había una polémica tremenda alrededor de la serie porque «¡eso no es mi JLA!», pero es que aún a día de hoy sigue pareciéndome el mejor cómic de DC de la historia. Porque con un reparto enorme y a lo largo de varios años aquella serie mantuvo el tipo, creo y respetó el universo que habían creado los demás, se estableció como un referente absoluto que ya en su día no era respetado «porque no era comedia». En un momento en el que el verdadero referente era el trabajo de Alan Moore y Frank Miller, esta gente estaba riéndose, haciendo «tebeos divertidos».

¡Hasta Darkseid se sienta a leer un libro en su butaca favorita! ¡Y qué libro!

El desprecio que se le hace a la comedia -ya se sabe, lo que cuesta que se lleve un Oscar- es vergonzoso, y aunque carezca de la densidad y el transtorno obsesivo compulsivo de Watchmen o Swamp Thing, La Liga de la Justicia es un tebeo que nunca pasa de moda, que aunque haga un millón de referencias a cultura popular que yo no conocía en su día y que la mayor parte de la gente no recuerda hoy en día, nunca me cansaré de leer. No necesito tener el estado de ánimo adecuado para leerlo, no necesito concentrarme por miedo a no entender esto o lo otro, es el cómic más acogedor que te puedas echar a la cara. Y aun así, os voy a decir lo que problablemente hizo que aquel primer número de La Liga de la Justicia se conviertiera en uno de mis tebeos favoritos, una razón que estoy seguro de que no es algo que DeMatteis, Giffen y Maguire hicieran voluntariamente…

¡Como la vida misma!

Porque cuando yo era chaval, mi tebeo favorito era Superlópez. Coleccionaba Superlópez con una devoción que no tenía con ningún otro personaje, y una de las historias que me fascinaba era una en la que se unía a un grupo de superhéroes que se pasaban más tiempo pegándose entre ellos que capturando a los malos. Adoraba aquellos tebeos del Supergrupo, y en aquella Liga de la Justicia ví aquella historia reflejada en «superhéroes de verdad». Una de las mejores formas de generar comedia viene de no forzarla, si no de introducir personajes reales en situaciones de ficción; ¿qué es lo que haría fulano si le va a caer un meteorito encima? No lo que le gustaría hacer, si no lo que haría en realidad, visto cómo ha actuado hasta ahora. Y de ahí nace la buena comedia, de construir personajes terriblemente humanos, de una necesidad impepinable de que estén bien hechos, que sean personas, o si no el cómic se convierte en una sarta de estereotipos que harán gracia a algunos, pero ya no tanta.

Si hay que decir que los diez primeros números de Superlópez son de lo mejorcito del cómic español se dice y punto.

Así que sí, ha coincidido que en la misma semana que se celebran los treinta y cinco años de la Liga de la Justicia Internacional (que no sería internacional hasta el número 8 o así, pero ya nos entendemos) se ha publicado el último tebeo de Superlópez, otro de mis grandes referentes (no, no voy a hablar hoy de Chris Claremont, eso otro día). Es injusto que no tengamos más tebeos del BWA HAH HAH HAH, como también es injusto que Jan hubiera estado obligado a hacer Superlópez porque «éra lo único que vendía» hasta que ya dejó de vender. La influencia de ambos tebeos se ha notado en las generaciones de autores -y lectores- posteriores, totalmente indeleble en su identidad, en sus referencias a una script girl, a El Puñetazo, a ser una medianía, a Darkseid en bata tomándose un té con pastitas… Para muchos finales de los 80 fue la era del grim & gritty y la antesala de la invasión manga, pero para mí fueron historias en las que llegaba el fin del mundo… ¡Y yo con estos pelos!

¡HASTA EL FIN!
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