Hoy de nuevo toca alejarnos de los temas habituales del blog, que no todo van a ser videojuegos viejos y cómics/película/series de superhéroes, y diversificarnos un poco, pero menos que en otras ocasiones. Y es que aunque hoy de nuevo quiero hablar de un manga, en esta ocasión toca hablar de todo un clásico que he releído estos días como es el El almanaque de mi padre de Jirō Taniguchi, una de las obras mas importantes del tristemente fallecido autor japonés y de las que mejor refleja el estilo narrativo que este adoptó en el ultimo tramo de su carrera profesional.
Durante muchos años Yôichi ha evitado por todos los medios el regresar a su ciudad natal, como si fuese un capitulo de su vida del que no quería volver a saber nada. Pero el fallecimiento de su padre, con el que no tenia muy buena relación, le obliga a volver para su velatorio y entierro. Y allí entre parientes, amigos y vecinos celebrando la vida de su padre Yôichi ira dándose cuenta de que esa imagen borrosa y distorsionada que tenia de su padre no se correspondía del todo con la realidad.
Sin duda lo que mas me atrae del manga es la casi infinita diversidad temática que posee, donde es raro que alguien no encuentre algo acorde a sus gustos. Algo que en parte descubrí gracias a Jirō Taniguchi, en una época en la que prácticamente todo el manga que conocía era el romántico/humorístico o el de acción disfrazada de fantasía o de ciencia ficción, en quien descubrí a un autor capaz de hacer de la vida cotidiana algo absorbente y apasionante. Unas características que definieron la segunda mitad de una una carrera profesional que abarcó cuatro décadas y que le convirtieron en un actor muy admirado y querido en el mercado occidental.
En esa etapa se encuadra El almanaque de mi padre (Chichi no Koyomi), una serie que comenzó a publicar en la revista Big Comic de la editorial Shogakukan en 1994 y que es uno de los mejores ejemplos de su estilo. A través de la historia de la familia de Yôichi, Taniguchi va elaborando un retrato melancólico del Japón de posguerra que nos lleva desde la década de los cincuenta hasta los noventa mostrándonos como fue cambiando la sociedad japonesa. Una obra que como buena parte de su producción tienen tintes autobiográficos, estando este manga ambientado en la pequeña ciudad de Tottori de donde era originario el propio Taniguchi.
Un manga en el que encontramos todo lo que hizo grande a este autor, ese ritmo pausado que invita a reflexionar, un aura de melancolía hacia el pasado alejada de la nostalgia, el amor por los paisajes naturales, una sensibilidad exquisita y unos personajes sólidos y profundos que casi parecen vivos. Pero sobre todo nos encontramos con un autor que dominaba como nadie el costumbrismo y que poseía una habilidad extraordinaria para hacer de la cotidianidad algo tan atractivo. Porque hace falta mucho talento para convertir una obra que gira en torno al velatorio de un anciano algo que te engancha desde el primer capitulo y que no eres capaz de soltar hasta el final.
Aunque la obra comienza mostrándonos a un Yôichi reticente a regresar a su ciudad natal, y por quien “sabemos” que su padre era alguien a quien no se podía echar de menos, a lo largo de la historia vamos descubriendo junto con su protagonista que las cosas no eran como el creía recordarlas. A través de anécdotas contadas por todos aquellos que le conocieron, Yôichi va construyendo un retrato mas fiel de su padre, llenando los huecos de su memoria y conociendo facetas de este que le eran desconocidas, descubriendo una imagen muy diferente del hombre que fue su padre y del resto de su familia.
La habilidad de Taniguchi a la hora de construir a sus personajes era tal, que resulta difícil no leer este manga y no emocionarse al mismo tiempo que Yôichi mientras todos eso fragmentos del pasado, anécdotas y recuerdos nebulosos van cobrando forma como piezas de un puzle para transformarse en un retrato mas fiel de un hombre complejo e incomprendido que nunca lo tuvo fácil pero que a lo largo de su vida hizo todo lo que pudo por su familia. Pero a pesar de todo esto y de que hay momentos en los que cuesta no dejarse llevar por la tristeza, El Almanaque de mi Padre no llega a convertirse en un drama, manejando Taniguchi el tono melancólico de la obra con mucho talento para no caer en lo depresivo y convertirla en la celebración de una vida con tistes agridulces.
Pero Taniguchi era un maestro a la hora de contar historias en todos los sentidos, ya que a su extraordinaria habilidad para construir historias a partir de lo mas mundano, se unía una no menos extraordinaria habilidad como dibujante. En sus manos todo parecía real y muy vivo, con una minuciosa atención al detalle que conseguía que los escenarios por los que se movían sus personajes pareciesen lugares en los que de verdad vivía gente y no simples fondos mustios y genéricos. Aunque si por algo destacaba era por su forma de representar la naturaleza, con paginas en las que uno siente la necesidad de detenerse a contemplar unos paisajes naturales a los que difícilmente una foto podría hacerle mas justicia de la que le hacia Taniguchi con sus herramientas de dibujo.
Y como dije en su día cuando Jirō Taniguchi falleció, aunque el ya no este entre nosotros nos sigue quedando una obra impresionante que mantendrá vivo su recuerdo para siempre, aunque siempre punto de tristeza por habernos perdido todo lo que sin duda le quedaba por contar. Por eso recomiendo efusivamente no solo la lectura de este manga sino de todo lo que nos ofreció a lo largo de una larga carrera que se nos hizo corta, algo que en este caso tenemos relativamente fácil ya que se trata de un autor cuya obra se reedita a menudo. Pero sobre todo recomiendo leer este manga porque muy a menudo, sobre todo en estos tiempos que vivimos, necesitamos de historia como esta que nos animan a detenernos un momento y a disfrutar de lo que nos rodea.