Creía que el debate sobre si el cómic es arte ya estaba más que superado, y que ahora a los que les tocaba aporrearse el pecho defendiendo lo artístico de su medio era a los videojuegos. Y aun así recientemente -no tanto, he preferido esperar a que pase la marea- más de uno y una han dejado claro que tienen que hacerselo mirar y que les hace buena falta repasarse bien su definición de arte. Sí, hablo por la polémica de aquella comisaria que, por criterios básicamente económicos, decidió que el arte en viñetas no pintaba nada en su museo de arte, porque claro, los originales de cómic no se venden tan bien como la escultura o la pintura. Lógicamente es una cuestión económica pura y dura, nacida de la especulación de siglos sobre las artes figurativas. Y a eso hasta los videojuegos llegaron hace tiempo, así que no entiendo nada…
Porque quieras que no he visto videojuegos de hace treinta y cinco años precintados venderse por una animalada, y la definición de arte para gran parte de la gente es «cosa que no entiendo a santo de qué vale un pastizal, pero seguramente mi niño lo hace mejor». Y es gracioso porque desde la ignorancia están soltando una gran verdad, ya que las artes plásticas desde hace décadas parecen mandarnos ese mensaje. Da igual lo que hagas, no serás considerado importante hasta que tu mierda se venda por millones y pase de ser mierda a ser obra. Esto, que desde fuera parece tan gracioso, es una fuente de frustración tremenda para unos artistas que para abrirse paso en su medio tienen que someterse a los designios de unos jueces que en muchos casos no tienen ni la menor idea de a quién tienen que darle la beca artística o la subvención de turno porque su formación en muchas ocasiones se basa más en entender que funcionó en obras del pasado y no en adquirir la capacidad de analizar lo que puede funcionar en un futuro. Y eso cuando, en el peor y atroz de los casos, no los ha puesto en el sitio un señor con corbata que se cree que el arte es torturar a un animal hasta matarlo.
Tampoco podemos olvidarnos de esos comisarios de exposiciones a los que tratan como si fueran los maestros de pista de un circo, responsables no de mostrar nuevos caminos para la investigación artística si no de conseguir que vaya más gente al museo, que pasen por caja y se compren camisetas y láminas. El capitalismo jodiéndonos toda la diversión, no permitiendo que la guía del conocimiento sea la experimentación y demandando resultados inmediatos. Y paradójicamente ese resultadismo es el que hace que el cómic vaya a la ruina lentamente mientras tiene una vida excelente en las subastas, completamente legitimado por gente que llama «novela gráfica» a los tebeos de toda la vida; es la vieja historia de que el objeto artístico vale más que el arte, porque lo uno se puede vender y lo otro son ideas. Porque puede que ya hagan más de cien años de la fuente de Marcel Duchamp y que a estas alturas ya debería ser vox populi que el arte es más idea que cosa, que puede crearte sentimientos o no crearte ninguno, que el arte es medio de comunicación o de incomunicación, que es buscar nuevos medios, que es exploración, experimentación, investigación. Hacer algo distinto, romper todo lo anterior o simplemente copiar bien, copiar bonito y darle una versión actualizada de algo más viejo. Y aun así seguimos viendo a gente usa la palabra «arte» como algo divino, un regalo de los dioses que llega al mundo terrenal mediante la inspiración de las musas, a pesar de lo mucho que dio la turra Picasso con que lo suyo venía de trabajar, trabajar y trabajar.
Y trabajar, trabajar y trabajar es precisamente lo que hacen los dibujantes de cómic, los desarrolladores de videojuegos, los creadores de juegos de mesa que tratan de elaborar un puzzle en el que todo encaje, en el que cuando llegue el espectador para completar la obra todo funcione o no funcione. Es muy duro ser artista en los tiempos que corren, dedicarse a una profesión en la que no todo funciona perfectamente porque, como en el futbol, todos creen saber del tema pero pocos saben de lo que hablan. Un fontanero puede lamentarse de que la junta no le ha quedado todo lo bien que le gustaría, pero sabe que la presión del grifo está bien, que no hay fugas y que funcionará perfectamente; puede enorgullecerse del trabajo bien hecho, pero el margen de mejora siempre está ahí y ya está pensando en como hacerlo mejor. Un científico puede revisar toda la investigación y encontrar el fallo en la ecuación que ha hecho explotar todo su experimento y dejarle la cara un tanto perjudicada, pero arte… El arte ya es otra cosa, porque a ratos parece que para el gran público es magia. Porque si el arte es lo que dicen o se creen algunos que es, viene de unas hadas de una realidad paralela y si no te han tocado el pincel estás jodido, solo fabricarás mierda.
Por aquí llevamos diez años haciendo crítica de arte. Es cierto que no es una critica académica, que somos tremendamente anárquicos y a veces hasta somos pasionales (yo no tanto, espero) pero el esfuerzo de ser objetivos siempre está ahí. La polémica sobre si el cómic es arte o no, tan estúpida como me pareció al verla correr por ahí -el que diga que el cómic no es arte es un ignorante y punto, y la comisaria de marras no dijo eso en absoluto- me ha dado que pensar. Llevo tiempo dándole vueltas a unos cuantos conceptos que he tocado en unos cuantos posts, alguno ya habéis notado que igual me he puesto un tanto «teórico» y he dejado de lado mis posts sobre historia del cómic pura y dura. Que no digo que no vuelva a hacerlos, pero a veces uno se cansa de ser abuelo cebolleta y, como decía Scott McCloud, le apetece ir más allá; sentenciar menos y juzgar más, que creo que es lo que le hace falta a la crítica en general. Por eso transformé un post de Wonder Woman: Dead Earth -un cómic que recomendamos mucho, sí- en una serie de tres posts sobre lo que el formato estaba coaccionando a los autores respecto al tipo de historias que podían contar.
Y es un debate interesante y creo que la mar de necesario, porque da igual que opinemos que lo breve o lo extenso es mejor, cada historia necesita su espacio y coaccionarla a tener un tamaño determinado en muchos casos supone un perjuicio para ella. Siendo como es el cómic un objeto físico en papel, esta limitación es comprensible, pero una vez hemos entrado en el reino de lo digital esas limitaciones ya no tienen tanto sentido, sobre todo existiendo webs como webtoons demostrándonos que, en efecto, la chavalería acepta perfectamente historias de formato breve o eterno, minimalistas o densísimas, que le da igual, y que está dispuesta a votar con su cartera por ello. Y todo mientras los demás se empeñan en quedarse en callejones sin salida porque éso es lo que vendía y tiene que volver a vender por cojones, que por eso siguen cebando modelos de distribución obsoleto que solo hacen que ganen dinero gente que no tiene nada que ver con el arte.
Porque al final esto es lo que hay, si nos enfadamos porque la directora del IVAM dice que lo de las viñetas no entra en un espacio de arte moderno -aunque se ha retractado, ojo- y luego somos más reaccionarios e inmovilistas que un fan de Jaxxon el conejo espacial, no tenemos derecho a quejarnos de nada. Y no lo tenemos porque igual que ella está poniendo los intereses de la institución que dirige por encima de los valores que debería representar, nosotros estamos haciendo lo mismo, somos cortos de miras y jugadores a chica, encerrados en un pasado y no abriéndonos al futuro. Hay nuevos formatos que están funcionando, hay viejos formatos que pueden volver a funcionar, pero lo que está claro es que lo que tenemos ahora no funciona y hay que cambiarlo.