Seguimos con nuestro repaso a los propietarios de DC Comics y llegamos por fin a Warner Media -lo que de toda la vida se ha llamado Warner Brothers- la productora de cine que con el tiempo acabó comprándose DC Cómics y a su vez fue adquirida por AT&T para formar el conglomerado que conocemos hoy en día.
Al igual que AT&T, los orígenes de WB empiezan en el siglo XIX, pero a diferencia de Bell y Edison, los hermanos Warner (Harry, Albert «Abe», Sam y Jack) son inmigrantes de esos que pasan penurias al llegar a América y tratan de ganarse la vida como pueden. Y es que después de años desventuras empresariales, Albert y Sam Warner (judíos polacos que tuvieron que cambiarse el nombre porque si no los yanquis no te toman en serio en esto de los negocios) deciden comprarse un kinetoscopio y empezar a proyectar por las ferias la película de Edison «The Great Train Robbery» (1903). Para el que no lo sepa, un kinetoscopio era un trasto bastante grande con una mirilla a traves de la cual se proyectaba la película, con lo que el espectador tenía que poner el ojo en el visor mientras un proyeccionista (Sam) iba moviendo la película. El trasto fue todo un éxito, por lo que los dos hermanos convencieron a su hermano Harry para que vendiera su tienda de reparación de bicicletas y alquilara un local que transformaron en un cine al que bautizaron como The Cascade. El éxito fue tan fulgurante que pronto fundaron otro, el Bijou, y empezaron a crear una red de distribución cinematográfica a lo largo de todo el país hasta que en 1908 Thomas Edison tuvo la mala sombra de crear un trust cinematográfico que provocó que ningún minorista pudiera comprar una película, solo alquilársela directamente a los grandes productores, con lo que las pequeñas distribuidoras como la de los Warner fueron prácticamente borradas del mapa.
La gente hacia cola para estar diez minutos mirando por un agujero y ver esto, pobre espalda.
Paralelamente a todo esto, uno de los hermanos pequeños de Harry, Albert y Sam, Jack, había empezado a hacer sus pinitos en la farándula como cantante y bailarín. Cansado de que el chaval no tuviera futuro, sus hermanos lo metieron en el negocio familiar poco antes de venderlo y meterse de lleno en el negocio de la producción cinematográfica; y es que aunque en un principio se centraron en colaborar con la red de distribución independiente de Carl Laemmle -futuro fundador de Universal- los Warner aprovecharon que éste era productor para aprender sobre el negocio de hacer películas y poder ponerse a trabajar en un futuro en lo que años después sería My Four Years In Germany, película basada en el libro autobiográfico del embajador de EEUU en Alemania James W Gerard durante los años 1913 y 1917. Huelga decir que la película, estrenada en 1918 y ya con EEUU metida de lleno en la Primera Guerra Mundial, hablaba sobre lo mal que se habían portado los alemanes durante la guerra y las atrocidades que cometían, con lo que se convirtió en uno de los mayores filmes de publicidad bélica a este lado del Lusitania de Windsor McKay.
Sí, es el Windsor McKay de Little Nemo.
El éxito fulgurante de la película debió dejar tan encantado al bueno de James W Gerard que tuvo a bien darle un préstamo a la recién nacida Warner Features para la construcción de su primer estudio cinematográfico en Sunset Boulevard, Hollywood. Sin embargo, el éxito de la nueva productora no fue precisamente fulgurante, y en su primera década de vida sobrevivió a golpe de seriales, películas algo picantonas y sobre todo un perro, Rin Tin Tin, que se convirtió en la verdadera estrella del estudio. Nombres como el del guionista Darryl F Zanuck, el director Ernst Lubitsch o el actor John Barrymore se unieron al chucho como estrellas de la nueva productora, que poco a poco fue cogiendo nombre hasta que en 1925 reunió la suficiente fuerza como para atreverse a enfrentarse a Universal, First National y Paramount, las conocidas en aquella época como las «Big Three», para lo cual procedieron a comprar cines en Nueva York y una cadena de radio en la que preparar la gran revolución que llevarían a cabo en 1927: el cine sonoro.
El sistema de Vitaphone sincronizaba un disco con el film, porque el propio Sam Warner consideraba que «nadie quiere oir hablar a los actores».
Curiosamente, esa revolución se llevó a cabo gracias a la colaboración de Sam Warner con Western Electric, compañía de ingeniería electrónica propiedad de AT&T que experimentaría con la sincronización del film con sonido en distintos cortometrajes musicales producidos por Warner en los Vitagraph Studios, comprados por la Warner unos pocos años antes. Los cortometrajes, que contaron con bastantes estrellas futuras de Hollywood -que también tenían que comer- cristalizaron en la primera película con banda sonora incorporada de la historia, Don Juan (1926) que no precisaba de pianista porque ya llevaba su propia música de serie. Así, un año más tarde y apretadísimos por una situación económica desastrosa, Warner Brothers estrenaba la primera película sonora de la historia, The Jazz Singer (1927).
The Jazz Singer o la juventud de M’Rabo Mhulargo, y el que quiera entender que lo entienda.
El éxito del film fue tan instantaneo y pilló a las grandes tan por sorpresa, que para 1928 Warner ya estaba haciendo 12 películas sonoras que proyectaban en sus propios (y escasos) cines, que se llenaban a rebosar mientras los de la competencia se quedaban vacios. Sin embargo, el creador de esta revolución, Sam Warner, que cerró el trato con Western Electric y empujó a sus hermanos a apostar por el sonoro, no vería este éxito porque moriría poco antes del estreno de la misma; dicen las malas lenguas que asesinado por sus propios hermanos porque estaba a punto de vender la tecnología del sonoro a Paramount. Yo que sé, cotilleos de la corte.
Según cogió el sonoro, la Warner de Jack y Zanuck se volcó en el cine de gangsters.
En aquel momento el presidente de Warner era Harry mientras Jack se dedicaba exclusivamente a la producción cinematográfica en los estudios Warner en Burbank, los cual dirigía tiránicamente. La relación entre ambos hermanos no era especialmente buena y se había deteriorado tras la muerte de Sam, que quieras que no había servido de correa de transmisión entre los dos; Jack era especialmente agarrado y creía que Harry estaba llevando la empresa a la ruina, y que solo el milagro del cine sonoro (al que, según algunas versiones, Harry se opuso hasta el último momento) les había salvado, idea que se reafirmaría años después cuando, después de que el código Hays prácticamente se cargó el cine de gangsters, los grandes musicales de Harry Warner empezaron a estrellarse y a Warner solo la pudo salvar una estrella recién descubierta por Jack Warner: Errol Flynn. Tampoco ayudó a mejorar la relación entre ambos hermanos el que Zanuck, gran colaborador de Jack, hubiera salido de Warner por la puerta de atrás tras una disputa con Harry, dando lugar a que el propio Zanuck fundara su propia productora, Century, que poco después se juntaría con Fox para formar la 20th Century Fox
Errol Flynn y Olivia De Havilland, Michael Curtiz, Raoul Walsh…
Sin embargo, Harry no era precisamente un tipo poco espabilado ni sus inversiones habían sido ruinosas; con el chorro de dinero que les había entrado por el cine sonoro corrió a hacerse con la propiedad de varios sellos discográficos y crear Warner Music -que con los años iría creciendo con nuevas adquisiciones convirtiéndose en una de las discográficas más importantes del mundo, si no la que más- y hacerse poco a poco con el control de una de las majors que hasta hacía bien poco le había hecho la vida imposible, First National. Así, los estudios de First National de Burbank acabarían cayendo en la esfera de poder de Jack Warner, en los que procedería a llevar a cabo esa serie de películas salvadoras y más modestas que exploraban generos «menores» como las aventuras, comedias y thrillers de gangsters en los que participaron actores como el ya mencionado Errol Flynn, Edward G Robinson, Jean Harlow, James Cagney o Bette Davis, las estrellas del nuevo tipo de cine, el sonoro; pronto los únicos estudios de Warner serían los de Burbank, y todas las películas pasarían por la supervisión de Jack mientras Abe se dedicaba a la tesorería y Harry a absolutamente todo lo demás.
Y cuando todo parecía encarrilado y los hermanos conseguían superar las consecuencias del crack del 29 o la llegada del Código Hays -que, al igual que el Comics Code de veinte años más tarde, parecía creado ex profeso para acabar con una productora en concreto, la Warner y su cine de gangsters- a medida que fue avanzando la década de los años treinta una sombra empezó a alargarse por Europa y gran parte del resto del mundo: Adolf Hitler y su gentuza fascista empezaron a liarla y a ponerle ojos golosones a Polonia, el país de procedencia de los Warner. Conscientes de la que se les podía venir encima y sabedores de lo bien que les había ido con aquel film bélico que prácticamente fundó su productora, los Warner se aplicaron a boicotear todos los intereses fascistas, próhibiendo la distribución de sus películas en dichos países y tratando de alimentar la nazifobia del público mediante la producción de películas como el El Halcón del Mar (The Sea Hawk, 1940) en la que Errol Flynn defiende las islas británicas de una flota de la Armada Invencible en la que no se cortan en hacer paralelismos con la blitzkrieg alemana y otros filmes. Sin embargo, la obra cumbre antinazi llegaría un par de años más tarde y les daría uno de los mayores éxitos de su historia; esa película es, por supuesto, Casablanca (1942) otra de las películas «baratas» del estudio cuyo éxito llegó a alcanzar tales cotas que acabó encumbrando a un secundario habitual de las películas de Cagney, Humphrey Bogart, como una de las mayores estrellas de la historia del cine.
De los Looney Toons y Leon Schlesinger ya hablaremos otro día, basta decir que Jack Warner los tenía en tan alta consideración como para creer que uno de sus personajes era Mickey Mouse.
La semana que viene hablaremos de lo que pasó tras la Segunda Guerra Mundial y lo fácil que es cazar comunistas en Hollywood, sobre todo si alguien intenta montarte una huelga.