Allá por mediados de los 90 había un tipo muy peculiar al que solía entrevistar Pepe Navarro en el Mississipi y que debió sacar bastante dinero vendiendo unos libros amarillos de edición cuestionable en los que revelaba unas investigaciones loquísimas sobre ETA, conspiraciones del estado y cosas de esas. Por lo visto la mayor parte de sus «investigaciones» estaban sacadas en el mejor de los casos de reportajes de otros periodistas, y en el peor eran discutibles relatos no comprobados por absolutamente nadie, con lo que más de uno sin miedo a demandas podría decir que eran invenciones. Tras un periodo de producir varios de estos bestsellers que lo petaron en las librerías, pronto desaparecieron de las mismas para reaparecer en forma de palés completos en las ferias del libro de segunda mano y demás. El ciclo de la vida de los libros, vaya.
Han pasado veinticinco años de éxitos como «ETA nació en un seminario», «GAL – Crimen de estado» o «En los zulos de ETA» y a ratos da la sensación de que gran parte de la gente solo conoce la historia de ETA a través de esos libros. ETA -Euskadi Ta Askatasuna- se formó a mediados del siglo pasado en el País Vasco como un grupo de resistencia contra el franquismo. Originalmente, su inspiración -dejando de lado a los «gudaris» vascos de la guerra civil, por supuesto- habían sido las guerrillas revolucionarias como las de Castro y el Che, la lucha antifascista de la resistencia europea y, por supuesto, los maquis que habían estado luchando contra Franco hasta mediados de los 50 con la esperanza de que los aliados vieran necesario liberar al último estado europeo gobernado por los aliados del Eje. No fue así.
Pero claro, la mayor parte de la gente no tiene esa imagen de ETA hoy en día, y es que tras la muerte de Franco y bastantes cambios internos, la organización empezó a ser conocida por poner bombas en lugares públicos, asesinando a inocentes en lo que ellos mismos calificaban como «errores estratégicos» o, como diría George Bush Jr. «daños colaterales». Para cuando Álvaro Baeza -que así se llamaba el investigador ese- publica sus libritos amarillos en los 90, la sociedad ya ha explotado y demanda el fin de la «lucha armada», a lo cual se le empieza a sacar rédito político desde fuera del País Vasco al calificar al terrorismo como principal preocupación del país, dejando de lado otros problemas que a largo plazo -la desindustrialización, la inflación, la vivienda- explotarían de forma mucho más sonora. Y así es como ETA se convirtió en un polarizador de la sociedad: o estabas contra ella o eras uno de ellos, no había posibilidad de diálogo. Para un sector de la sociedad ETA era el demonio, el mal absoluto -es lo que tiene haber puesto una bomba delante de un supermercado- y la ranciedad política empezó a ver esto como una excusa para dar rienda suelta a su racismo antivasco.
Esa imagen de ir del Ku Kux Klan pero con txapela tampoco ayudaba mucho, no.
Llegado el siglo XXI y transformada ya en una excusa para hacerle daño al País Vasco más que para su liberación, ETA se arrastró como pudo hasta disolverse por completo hará un par de años, cuando ya nadie hablaba de ellos. Y aun así, seguían siendo un tabú, un tema demasiado serio sobre el que pocos se atrevían a hablar desde una perspectiva no pasional ni mucho menos humorística -exceptuando al programa de ETB Vaya Semanita, por supuesto-. Si hablabas de ETA, tenía que ser contra ella. A muerte, tenían que ser una maquina inhumana, como si fueran nazis de los tebeos. Y entonces llegó Mariano Barroso con La Línea Invisible.
Aquí Ennio Morricone experimentando con el txistu, oiga.
Historias sobre ETA se han hecho unas cuantas, pero en su mayoría tenían un sesgo bastante marcado. Operación Ogro (1979) -con banda sonora de Morricone, sí- creo que durante años fue (tal vez siga siendo) la mejor película sobre ETA, pero aún así unos y otros la ponían a caer de un burro porque según a quién preguntaras era una cinta que iba en contra o a favor de ETA. Cuarenta años después, a La Línea Invisible le pasa exactamente lo mismo, porque ha sido criticada por unos por humanizar demasiado a los malvados terroristas y por otros por mostrarlos como enfermos mentales. Y me da la sensación de que seguimos igual que antes, seguimos todos en la misma porque nos hemos limitado a dejar la discusión en standby.
Otro de los temas que se tratan en la serie es el de los que empujan a la violencia a los demás pero ellos se quedan en su casa mientras los demás se matan.
Sin embargo, me parece que la Línea Invisible -que viene a contarnos la planificación y ejecución del primer asesinato de ETA del colaboracionista nazi Melitón Manzanas- si hace bien su trabajo. Es cierto que exceptuando a Ramón Barea y algún secundario más ninguno de los actores es vasco -pasó lo mismo con Operación Ogro, que teníamos un protagonista interpretado por el mismísimo Indio de La Muerte Tenía un Precio, Gian Maria Volonté- pero supongo que a falta de vascos, pues habrá que meter catalanes. Y es que en el corazón de la trama está la deshumanización de Txabi Etxebarrieta -interpretado por Álex Monner- que pasa de ser un poeta obsesionado por el amor y los libros a desviar su romanticismo a la lucha por la libertad, la democracia y la revolución contra la opresión de su hermano José Antonio. De hecho, es en el momento en que éste último cae enfermo cuando Txabi se ve impulsado a tomar parte en una ETA que hasta ese momento es completamente pacífica, llevándola románticamente por el camino de la «revolución activa» -pegar tiros- y dirigiéndola hacia una violencia demasiado real con consecuencias absolutas.
Paralelamente a todo esto tenemos las investigaciones del inspector Melitón Manzanas, jefe regional de la policia secreta de Franco y un nazi de manual -colaboró con el holocausto deportando a los judíos que trataban de escapar por la frontera con España- en una estupenda interpretación de Antonio de la Torre, que es un actor tan jodidamente bueno… Que se come a Txabi. Y seguramente ése sea el mayor problema de la serie, que Melitón es un personaje mucho más interesante que todos los demás. Ver la caída en desgracia de Txabi debería ser el centro de la serie, pero como espectador te interesa más la figura de ese canalla que colaboró con la gestapo y ahora va de sobrado, sus teorías locas sobre la vida y lo mal que trata a su amante y a su propia familia, con esa fachada de esposo y padre ejemplar. Es cierto que las fuentes históricas son pocas y en muchos casos tergiversadas -todavía hay dudas sobre como fue el asesinato del guardia de tráfico Pardines, y para algunos sectores de la sociedad Manzanas es lo menos un martir de la democracia- pero es una pena que una serie tan bien realizada se vea lastrada por ello; si la conclusión final de la serie es a cargo de un personaje, ¿por qué no le das más metraje, igual que se lo has dado a otros para que su muerte le duela más al espectador, cuando ya de por sí la escena de su muerte deja claro que es innecesaria y completamente arbitraria, gratuita?
Con esto no quiero poner a La línea Invisible contra la pared y decirle que o hace un documental o hace una serie, porque lamentablemente el periodo histórico que trata sigue levantando ampollas y bastante difícil debió de ser conseguir luz verde para todo el proyecto. Pero es que toda la serie está plagada de personajes desaprovechados, algunos que casi parece que están ahí solo para decir que tal o cual actor sale en la serie y salir en las fotos. En esto los americanos no se cortan un pelo a la hora de ficcionalizarlo todo y, aunque creo que esta serie si da pasos en la dirección correcta de divulgar esta parte de nuestra historia, creo que como serie de TV podía haber dado más. En fin, que la veáis si tenéis curiosidad sobre este periódo histórico, porque son seis episodios bien hechos que se ven solos, pero es una auténtica pena el no haber podido ir más allá. Habrá que ver en septiembre si Patria tiene más suerte -no, todavía no he leído la novela- pero a este paso me da la sensación de que hará falta que pasen mucho más de cincuenta años para poder hablar sobre esto sin hacer daño a nadie…