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Ennio Morricone (1928-2020): Oro

Es raro que yo hable de música, porque no tengo ni idea. Soy una absoluta nulidad, solo sé lo que me gusta y lo que no me gusta, lo que me suena bien y lo que me suena mal, y porque le tengo mucho respeto a la música no suelo opinar de ella o tener opiniones muy tajantes al respecto. Pero claro, pocas vacas sagradas hay que nos aporten el consenso que hay alrededor de Ennio Morricone, el compositor más grande de nuestro tiempo y que nos dejó ayer mismo.

El maestro, en lo suyo.

Conocí a Morricone creo que como todos, con la música de la Trilogía del Oro. Ese Ecstasy of Gold (que en realidad se llama L’estasi dell’oro, que por algo es una película italiana) que llevaré eternamente metido en la cabeza, el tema principal de La Misión que lo llenó todo durante el quinto centenario del descubrimiento de América o, sobre todo, ése Por un puñado de Dólares que hizo sentirnos obligados a aprender a silbar, aunque los resultados siempre fueran desastrosos.

¡Silbad malditos!

Morricone hizo de la escasez de aquella banda sonora su mayor virtud, mezclando instrumentos de guerrilla como buenamente pudo e innovando allí donde todo era Bernstein y grandes orquestas, introduciendo sonidos reales del salvaje oeste como latigazos, disparos o instrumentos anacrónicos como guitarras eléctricas y remitiendo a la época con instrumentos modernos que recuerdan banjos, el ritmo del tren o un coro a ratos aguardentoso que le daba cuerpo a toda la composición. Sin embargo y pese al buen resultado, el maestro se resarciría con la siguiente entrega de la serie, La Muerte tenía un Precio:

Si alguna vez he querido tener un reloj de bolsillo, seguro que ha sido por esta escena.

La Muerte tenía un Precio era una continuación de la investigación de Morricone en nuevos sonidos, y vaya si trajo su fruto. Tras los sonados enfrentamientos de ambos durante la primera entrega, la simbiosis creativa entre Sergio Leone y Morricone en esta película parecía haber alcanzado su cenit en el duelo final entre Clint Eastwood, Lee Van Cleef y un villano (Gian María Volonté) en el que Morricone juega con la música diegética al marcar todo el duelo mediante el reloj de bolsillo del personaje de Van Cleef sobre el que gira toda su venganza contra el Indio. Y después de semejante burrada, ¿que les quedaba a Morricone y Leone? Pues nada más y nada menos que cuadrar el círculo en lo que muchos consideran el mejor duelo de la historia del cine, imitado hasta la saciedad, creando el clímax perfecto hace cincuenta años hasta tal punto de que desde entonces lo único que se ha podido hacer es rodearlo de más ruido y más efectos especiales, pero nunca han conseguido llegar a igualarlo ni con la imitación más meticulosa:

Unos tienen la pistola y otros la pala. Tú, cavas.

Si John Williams unos años más tarde basaría Star Wars en leitmotifs operíticos, el músico italiano sabe cuando debe callar, porque prefiere trabajar con los silencios y dejando que la película hable por si misma. Esta escena es un buen ejemplo de ello, el sonido de Tuco cavando, el Rubio entrando en escena con su leitmotif -no hay más música que valga- y el órgano cuando llega Sentencia y les dice a los dos que caven. Y luego sí, luego llega el duelo de verdad, con el crescendo de la música que va subiendo hasta apabullarnos por completo, porque es ahí donde la música juega su papel. Son los cinco minutos más largos de la historia del cine, toda una referencia de ritmo narrativo y de la imagen dejándole espacio a la música para que retrate absolutamente casi todo. Cualquier otra composición habría hecho la escena demasiado larga, no permitiendo que le diera la gravedad que necesitaba; de hecho, he visto esta misma música aplicada a otras producciones, y nunca acaba de cuadrar. Es una mezcla perfecta entre Leone, Morricone y el trabajo de Lee Van Cleef, Eli Wallach y Clint Eastwood, es cine en estado puro.

¿Se puede ser más canalla que Henry Fonda?

Pero Leone seguía tratando de hacer el western perfecto y Morricone se apuntaba a un bombardeo, con lo que cada película se siente como una versión mejorada de la anterior, como si la trama fuera una excusa para perfeccionar todo lo que no les acababa de gustar de su trabajo anterior. En Hasta que llegó su hora (Once Upon a Time in the West) cambian los protagonistas y todo se hace con muchísimo más presupuesto, porque ya estamos trabajando con dinero americano y no en una coproducción europea. Y claro, Morricone ya dispone de una orquesta y puede hacer una banda sonora «clásica», pero aun así sigue jugando con la guitarra y la armónica -que vienen a jugar el mismo papel que el reloj de bolsillo de Lee Van Cleef en La Muerte Tenía un Precio. Y sí, en esta película el bueno es Armónica y el malo es el yanqui, Henry Fonda, dándole la vuelta por fin al tópico de que los malos son los mexicanos, los indios y cualquiera menos el anglosajón.

«Es que no es El Padrino», dicen. ¡Aprended a ver cine, desgraciados!

Luego vendrían ya «¡Agáchate, maldito!» y «Érase una vez en América», la última colaboración de Leone y Morricone. Morricone seguía evolucionando, cambiando y reinventándose como el genio que era, y pronto llegarían La Misión, Los Intocables, Cinema Paradiso y tantas otras, pero para mí la magia de Morricone siempre estará en aquellas primeras películas con Leone, en esa exploración creativa que hacían entre los dos, en la que director y compositor parecían ser la misma persona. Quieras que no, al cine le pasa como al cómic, que cuando más brilla es cuando todos los elementos se mezclan a la perfección y Ennio Morricone era tan grande que sabía cuando la música debía callar para que hablara la película.

¡Y encima la película es buena!

Que por cierto, Morricone también trabajó lo suyo con otros grandes del cine italiano como Mario Bava y Dario Argento, pero como esto va mucho de cómic y señores en pijama, os dejo con la adaptación del Fantomas italiano, Diabolik. Que, ya que estamos, está completa en Youtube, así que si queréis verla vosotros mismos… Aunque como homenaje a Ennio Morricone, yo me volveré a ver la Trilogía del Dólar, que siempre ha sido la mar de sano. Descansa en paz, maestro.

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