Hacer un repaso de la trayectoria de alguien como Denny O’Neil es una tarea titánica, porque quieras que no estamos hablando de un autor que estuvo activo durante desde los tiempos de Lee y Kirby reinventando el universo en Fantastic Four hasta hoy en día. Así que me vais a perdonar si me centro en su etapa formativa, en los 60 y 70, en los orígenes de la leyenda y dejo para más tarde un repaso más exhaustivo de obras concretas, en el que repasemos de una forma más personal su obra y con ello su legado.
Porque Dennis O’Neil vivió de todo en su vida e hizo de todo, desde escribir para periódicos excesivamente conservadores hasta participar activamente en el bloqueo a Cuba durante la crisis de los misiles, desde ser un soldado de la marina hasta ser un hippie en el Village de los 60/70, desde entrevistar a algunos de los peces gordos de su tiempo hasta convertir a uno de los juguetes más rotos de la historia del cómic en el personaje que todo el mundo trata de imitar y casi siempre fracasa en el intento. Todo esto siendo un tipo melenudo todo el tiempo que la genética se lo permitió, luciendo en todo momento su rechazo a toda forma de violencia y siendo uno de los mejores editores de cómics -y guionistas, por mucho revisionismo que haya hoy en día- de la historia.
Poco después del haber estado a punto de contemplar el apocalipsis nuclear en octubre de 1962, O’Neil volvió a su Missouri natal preguntándose qué es lo que iba a hacer con su vida. Tras dar varios palos de ciego, O’Neil empieza a trabajar como reportero en un periódico local justo por la época en la que el movimiento por los derechos civiles y Martin Luther King están empezando a dejar claro que la extremada placidez de los 50 había sido solo para unos pocos. Denny -que por aquel entonces tenía unos 24 años- contempla en primera persona el conflicto y no duda en ponerse del lado de los de abajo, cosa que le provoca constantes roces con su entorno laboral y es de suponer que fue una de las causas de que dejara el periodismo un año más tarde y empezara a escribir cómics. La otra, con toda seguridad, fue Roy Thomas.
Por aquel entonces Roy Thomas todavía era el fanzinero mayor del reino, habiendo sido el creador del fanzine Alter Ego, la primera revista sobre cómic de EEUU. O’Neil no vivía muy lejos de Thomas, y con la excusa de que tenía una sección infantil que rellenar en su periódico todas las semanas decidió entrevistarlo, con lo que no tardaron en hacerse amigos. Thomas le contaría que pronto iba a irse a vivir a Nueva York, que tenía un contrato con Mort Weisinger en DC, que las cosas le iban viento en popa… Pero todos sabemos que la cosa no acabaría bien, porque Weisinger era una criatura perversa y Thomas era demasiado joven tanto para tolerar como para aguantar la presión del monstruo, con lo que no tardó en dejarse caer por el Bullpen de Marvel y ser contratado por Stan Lee, que en aquel momento estaba con la editorial en plena expansión y necesitaba escritores, editores y lo que fuera que pudiera ayudarlo; al final es lo que suele pasar cuando eres el único editor, guionista y chico para todo de tu editorial. porque en aquel momento estaba desempeñando ese trabajo él solo. Así que Thomas decidió enviarle a su amigo el «Marvel Comics Writer’s Test», que no era más que cuatro fotocopias dibujadas por Jack Kirby sin ningún diálogo, O’Neil las rellenó y de repente era 1965 y estaba trabajando para Marvel Comics.
Sin embargo, su primer crédito como escritor no aparecería hasta un año más tarde, en el número 46 de Modeling with Mollie; hasta entonces había estado desempeñando labores editoriales, aprendiendo del maestro y así es como su primer trabajo publicado se limita a rematar los diálogos que Thomas se dejó a medias por no haber podido terminarlos el día anterior. Esto último, en palabras del propio O’Neil, probablemente fue lo mejor que le podía haber pasado, porque quieras que no los cómics de Millie no eran leídos por nadie del mundillo y en ellos podía meter la pata todo lo que hiciera falta sin que nadie le molestara; en aquel momento hacer cómics era algo de lo que avergonzarse, con lo que los estándares de calidad no daban mucho miedo porque no eran muy altos. Tras escribir varios cómics románticos y algunos westerns, su primera incursión en el género de superhéroes vendría escribiendo los diálogos del Doctor Extraño de Steve Ditko en Strange Tales 146, en una historia que lo enfrentaba a Rasputin y que muchos lectores de las ediciones en español conocerán por haberse editado en el Pocket de Ases de los Defensores de Bruguera.
Años después, O’Neil reconocería que ya en sus tiempos de reportero en Missouri era fan del Doctor Extraño, con lo que empezar a escribirlo fue la primera experiencia «fan» para el. Lo cierto es que en aquel momento él vivía no muy lejos de Greenwich Village, con lo que el ambiente terrenal de Stephen Strange le era completamente familiar, a pesar de que en las viñetas de Ditko no se vieran muchos hippies pacifistas. Pronto empezaría a trabajar también en Daredevil, y para 1967 empezó a compaginarlo con el periodismo «de verdad», trabajando para una revista seria; por aquellos tiempos O’Neil firmaba como Denny O., Denny O’Neil o Dennis O’Neil, pero su nuevo trabajo empezó a darle la sensación de que tenía que tener un perfil «distinto» para su trabajo en cómics, ése que era divertido pero en el que no veía ningún futuro. Por eso cuando lo fichó la Charlton decidió firmar como Sergius O’Shagnessy, en parte por eso y por no cabrear a Stan Lee, que aunque no lo tuviera en exclusiva no debía de ver bien eso de que sus alumnos trabajaran para «el enemigo».
Charlton pagaba bastante peor que Marvel, pero estaba dirigida por un Dick Giordano que no era en absoluto tiránico, y sus series abarcaban todos los géneros imaginables, el entorno ideal para un guionista que trataba de encontrar su propio estilo lejos de la sombra de Stan Lee -que mucho se habla de que los dibujantes en la Marvel de los 60 debían imitar a Kirby y poco de cuanto tenían que imitar los guionistas a Stan Lee-. En la editorial se encontraría con nombres como los de Jim Aparo y se reencontraría con viejos conocidos como Steve Ditko, que no tardaría mucho en ser contratado por DC -pagaban hasta tres veces más- y arrastraría a Giordano con él, provocando un efecto dominó que acabaría con O’Neil en DC Comics.
La DC de finales de los 60 se hallaba en un periodo de transición, un terremoto que venía del fin de la era Weisinger y de la incapacidad de la editorial a hacer frente al ascenso de Marvel, dirigiéndose de cabeza a la etapa de Carmine Infantino al frente de la editorial, con lo que de repente los escritores que llegaban contaban con un grado de libertad que sus antecesores no podían ni soñar, siendo capaces hasta de poder trabajar para distintos editores a la vez. Siempre firmando como Sergius O’Shagnessy, el primer cómic de O’Neil en DC sería el número 1 de Beware the Creeper, otra vez junto a un Steve Ditko que según el propio O’Neil no debía de estar muy contento con él, porque sus opiniones políticas eran completamente opuestas y sus diálogos para Creeper eran «demasiado juguetones, cómicos». Pronto empezaría a tener distintas colaboraciones en Bat Lash, Green Lantern o Wonder Woman, y es en esta última serie donde empezaría el terror y la polémica…
Porque su primer número en la serie es el 178, el de la presentación de la «nueva» Wonder Woman. A posteriori esta etapa ha sido vista como un error, como una perversión del personaje que no tuvo ningún sentido, pero hay que ponerse en situación y darse cuenta de que Denny O’Neil hasta ese momento ha sido un guionista al que Giordano ha dado bastante libertad y por eso le pone en las manos una serie bimestral al borde de la cancelación, pidiéndole que la ponga patas arriba, que haga otra vez lo que le venga en gana. Acostumbrado a hacer cómics «para chicas» que se centran en el romance y dejan absolutamente todo lo demás de lado, O’Neil decide que Wonder Woman tiene que ser un cómic para las chicas de hoy en día (las de finales de los 60), esas que como activista veía luchando por sus derechos y enfrentándose a la policía. Si sumamos a todo esto que, como buena criatura del Village, había empezado a conocer el encanto por la filosofía oriental y las artes marciales, es completamente lógico que O’Neil buscara que Diana dejara de lado su tiara de oro, su lazo y su bañador para empezar a vestirse como una mujer de su tiempo, que aprendía a valerse por si misma y no por los regalos de los dioses y que se enfrentaba a todo lo que hiciera falta. Y así nace la nueva Wonder Woman, y por eso Gloria Steinem la pondría a caer de un burro porque acababan de desempoderar a la mujer más poderosa del Universo DC.
Mientras tanto, O’Neil compaginaba estos trabajos con números de Justice League, Challengers of the Unknown, Green Lantern o The Atom & Hawkman. Nada era muy estable, un día estabas haciendo un año de una serie y al siguiente te enterabas por terceros de que ya no la escribías, con lo que O’Neil fue saltando de serie en serie sin el menor complejo hasta que en 1970, por fin, llegó a Batman. Hasta entonces había trabajado en historias de complemento de Robin y Batgirl y alguna historia suelta de Batman, pero su desembarco fue por todo lo alto con un Neal Adams que ya llevaba un par de años tratando de oscurecer el personaje a costa de meter mano en los guiones y sus buenas broncas con Julie Schwartz, que solo lo toleraba por ser el mejor dibujante del negocio. Como M’Rabo ya habló del particular os remito a su post -trabajo que me ahorro- y os diré que el trabajo de ambos en Batman y Green Lantern/Green Arrow los convirtió en las verdaderas estrellas de la DC del momento, una editorial que estaba resurgiendo de sus cenizas y que se había atrevido a robar al mismísimo Jack Kirby de la mismísima Marvel. Y arriba del todo, eclipsando a todos los demás autores, estaba Denny O’Neil junto a Neal Adams, con lo que no es nada raro que fuera en ese momento en el que le cayó el encargo de hacer Superman.
Mort Weisinger se había retirado por fin a finales de los 70 dejando un Superman que no era un personaje, era una marca registrada y poco más. Años y años de Lois Lane tratando de descubrir su identidad secreta, de historias imaginarias y de Superman haciéndole perrerías a Jimmy Olsen habían terminado por reventar al personaje hasta convertirlo en un juguete roto cuyas ventas bajaban alarmantemente. La solución por una buena temporada había sido la de mostrar a Superman realizando proezas cada vez más grandes, pero su nivel de poder había alcanzado unas cotas toriyamescas que a Denny O’Neil se le hacían insoportables. Así que su primera decisión fue la de siempre respetando la coherencia del relato, debilitar los poderes de Superman y modernizarlo, poniendo así algunos de los pilares de la revolución que John Byrne llevaría a cabo a mediados de los ochenta… Pero el experimento fracasó. Ya sea porque era demasiado revolucionario o porque no tiene sentido tratar de renovar al personaje y dejar a Curt Swan de dibujante (de eso ya hablamos cuando el centenario de Swan, sí), Julie Schwartz decidió marcha atrás en poco menos de un año, volviendo a poner a Cary Bates de guionista. Daba igual, porque para entonces ya era indiscutible que Denny O’Neil era una estrella indiscutible que se movía en esto del cómic como un pez en el agua…