Lo primero que quiero hacer es quitarme la espinita y decir que, al margen de todo lo que se ha dicho y visto, Joker es una película de superhéroes. Porque decir que esto no es una película de superhéroes es como decir que la mayor parte de los cómics de Batman que se publican hoy en día no lo son; los cimientos de la película están basados en conceptos del género, el tortuoso viaje de un tipo corriente hasta transformarse en un héroe o en un villano, la doble identidad, la reacción de una ciudad entera -Gotham- a lo que está pasando. Pero claro, si pensamos que el género de superhéroes se limita a gente con poderes pegándose, pues evidentemente el Joker no tiene poderes y no sería un «supervillano»… Pero Batman tampoco sería un superhéroe.
Y es que gran parte de las ideas preconcebidas que ha tenido mucha gente sobre la película han nacido de ahí, del pensar que una película del género por definición es «PG13», a pesar de que tanto Logan como Deadpool habían dejado claro que no tenía por qué ser así. Que es cierto que Joker juega con fuerza sus referentes, tanto Taxi Driver como The King of Comedy o hasta Cape Fear, todos peliculones del que estuvo a punto de ser productor de Joker, Martin Scorsese, y en las que nos contaban la historia de dos pobres enfermos mentales que trataban de cambiar su vida de la forma en que veían posible, pero a pesar de todo esto y más allá de una ambientación basada en la «Nueva York del caos» ochentera, podríamos decir que ahí se acaban a grandes rasgos los paralelismos entre Joker y las otras dos, siempre teniendo en cuenta y sin olvidarnos de que DeNiro aparece en las tres. Joker, por el contrario, lo que nos cuenta es uno de tantos orígenes del Joker, que podría ser perfectamente otro de esos que se inventa delante de su psiquiatra de Arkham para justificar lo injustificable; una historia de sufrimiento terrible, dolor desgarrador y que le echa la culpa a este mundo cruel de todos sus problemas.
Porque la película no se corta un pelo, desde un primer momento busca hacernos empatizar con este Joker -Arthur Fleck- que no deja de ser un pobre diablo que sobrevive como puede y con el que su entorno es total y absolutamente despiadado, llegando sus penurias al nivel de tragedia casi absurdo al que llegaba Lars Von Trier en Bailando en la Oscuridad -que seguramente sea una de las películas más sádicas con un personaje protagonista que haya visto jamás, sin llegar al gore o a la pornotortura rollo Saw, claro-. Este Joker vive en un piso miserable con una madre en estado de dependencia severo, su sueldo como payaso no le alcanza para llegar a fin de mes y aun así tiene que soportar todos los días como los ricos y poderosos como Thomas Wayne les hacen promesas vacias que no van a cumplir. Todo esto mientras los que están abajo en la sociedad no dejan de perjudicarse unos a otros por mera crueldad, provocando la cadena de acontecimientos que llevarán a Arthur en convertirse en el Joker, en una transformación que vemos mediante un trabajo magistral de Joaquin Phoenix, que el condenado está inmenso en todo momento; todas esas escenas en las que está encorvado, con la espalda desnuda delante de la cámara y parece una criatura llena de bultos, casi un monstruo grotesco, son de esas imágenes que se te quedan grabadas en la cabeza para siempre. Y sí, ese nivel de retorcimiento está presente durante toda la película, no solo en las escenas finales en las que el Joker ya es Joker, y todo esto a pesar de que Arthur no empieza su historia estando muy bien…
Porque según empieza la película ya lleva años arrastrando una enfermedad mental, una incapacidad clara para relacionarse socialmente por un conjunto de enajenaciones -entre ellas una variación de Tourette que le hace reírse en estados de nerviosismo o ansiedad- y, lo más curioso de todo, vive obsesionado con dedicarse a la comedia a pesar de que carece completamente de sentido del humor. Y no puede decirse que sea un mal payaso, sabe moverse y la gestualidad la tiene bien cogida, pero no parece ser capaz de inventarse sus propios números, solo de imitar. Cuando se va a shows de stand up comedy para tomar ideas, sus apuntes dejan claro que no interpreta bien lo que ve, que se queda en la anécdota del chiste pero no en lo que lo hace funcionar, en el ritmo, en el momento certero para soltar el chiste. El apunta «chistes verdes siempre hacen gracia» y se queda tan ancho, y por eso no es de extrañar que luego, al hacer su propio show, la gente no se ría y el universo vuelva a maltratarlo; ya os digo, toda la película es un dramón, una tragedia inmensa, una constante patada en los genitales de los espectadores, con lo que sales del cine con un bajonazo tremendo.
Y es que esto es una historia de estar en un agujero mental, un socavón vital del que es imposible salir. El paisaje que nos pìnta Todd Phillips -el director de las infravaloradas películas de The Hangover, que ha demostrado muy buen ojo para el drama- es casi una trampa imposible, como si Arthur Fleck estuviera metido en una trituradora de basuras que lentamente empieza a cerrarse. Es despedido de su trabajo, mata a unos ejecutivos en legítima defensa -pero se toma su tiempo para rematar al último, porque disfruta con ello- para luego encontrarse con que los recortes sociales ya no cubren su ya de por si más que deficiente terapia y que se queda sin medicación -tres medicamentos tomaba al día para lo suyo, imagínate- y a todo esto hay que sumar que sus propios sentidos, sus ídolos televisivos y hasta su madre le acaban traicionando. Y claro, la única opción que le queda a Arthur Fleck es convertirse en el Joker. Porque para el Joker todo esto es perfectamente lógico, la sociedad es horrible y su miseria es la que me ha creado a mí, Batman. Porque esta película está contada por el Joker.
Desde el principio lo vemos, su interpretación de todo lo que hay a su alrededor está deformada, no ya solo en lo que la película deja claro -esa relación con su vecina- si no que hay detalles tan mínimos como que sus psiquiatras -hay dos en toda la película- curiosamente son muy parecidas, sus compañeros de trabajo son los típicos esbirros del Joker y caray, ¿por qué Arthur da sus reacciones violentas como algo natural y excusable? ¿Por qué hace hincapié en dejar libre a su compañero de trabajo enano «porque siempre le ha tratado bien» o suelta todo un discurso antes de matar al presentador de late night interpretado por DeNiro? El Joker siempre ha buscado el melodrama, la comedia, «la punchline» en el momento adecuado, y toda la película está hecha para convencerte, desde su retorcido punto de vista, de que lo correcto es ser el Joker. Has empatizado con el al ver su sufrimiento, todos hemos tenido ganas de mandar a la mierda al mundo de vez en cuando, todos tenemos impulsos negativos, él simplemente ha ido más allá. Y maldita sea, puede que tenga razón, porque tal y como se ve claramente en la película el pueblo está con el, los ricos de Gotham se lo merecen, hay que ir a por ellos porque Thomas Wayne tiene la culpa de todo, al cuerno las pruebas de que tu madre está loca, hay que acabar con ellos y mira, que dejen huérfano en un callejón al pobre Bruce Wayne al final es una anécdota. Viva Mister J, vamos a quemar cosas.
Pero claro, dejando de lado todo lo que sabemos sobre Batman, Gotham y Thomas Wayne -que saquen de la sala a ese desgraciado que habla de Flashpoint, ¡a callar gentuza!- ninguna de las salvajadas que hace este hombre están justificadas. Aunque fuera verdad todo lo que le pasa y no una deformación de su propia cabeza o una manipulación consciente o inconsciente, el salir a la calle vestido de payaso a pegar tiros al personal, el matar a alguien en prime time porque se atreve a decirte las verdades, nunca está justificado; todo el credo vital del Joker está basado en la idea de que lo único que diferencia a un hombre cuerdo de él es un mal día, idea que se esfuerza bastante en demostrar una y otra vez. Por eso me resulta tan tremendo que salga gente del cine diciendo que la sociedad es muy cruel y se compadezca del Joker -¡del Joker!- con lo que esa risa que se oye al pasar a negro después del cartel de «fin», justo antes de los créditos, nos viene a decir que la broma es a nuestra costa, a costa del espectador. Porque te la ha colado, porque empiezas a creer que es lógico matar a alguien en legítima defensa, luego por venganza y luego por gusto, porque al final estás viéndolo todo desde el punto de vista del Joker, y no deberías creerte absolutamente nada de lo que dice… O acabarás volviéndote loco.