La gran revolución que supuso World of Wacraft a mediados de la década pasada no se basó en dar una experiencia más «hardcore», en obligarlo a jugarse la vida en cada pull -o lo que es lo mismo, cada vez que se pegaba con alguien- ni en nada de lo que muchos presumen que era hoy en día. Lo que hizo World of Warcraft es tratar de tomar de la mano al jugador durante todo el juego, dándole misiones con una historia que justificaban todo lo que iba haciendo. Esa fue la gran revolución, y la razón por la que es irónico que World of Warcraft Classic sea valorado precisamente por todo lo contrario a lo que fue realmente. Y todo por pura nostalgia, porque World of Warcraft Classic es directamente un juego de hace 15 años, tal y como era antes de todas sus expansiones y pasándose por el forro toda la evolución de los videojuegos y la tecnología desde entonces hasta hoy; retrogaming en toda regla.
Porque no lo olvidemos, el mundo de Warcraft no se creó pensando en que iba a haber misiones, en que el jugador tuviera que ir y volver y eso tenía que ser divertido. El llamado Vanilla -o lo que es lo mismo, todo el World of Wacraft anterior a 2007 y su primera expansión The Burning Crusade- era un juego en el que se habían diseñado primero las zonas y luego se habían metido las misiones, en algo que en un principio era casi un experimento pero que acabó siendo la característica principal del juego. Las misiones te mandaban de aquí para allá, te hacían explorar el mapeado y viajar a nuevas zonas, mientras que muchos de los MMOs anteriores se limitaban a dejar de la mano del jugador la mayor parte del leveleo, obligándolo a matar y matar bichos para conseguir la experiencia suficiente para llegar al siguiente nivel. Es, en definitiva, un juego innovador para 2004 pero que en 2019 se le notan muchísimo las costuras, a pesar de que Blizzard no se ha resistido a dejarle unas cuantas mejoras jugables que obtuvo el juego posteriormente. Lo que es más, mientras juegas a WoW Classic no pararás de oir a otros jugadores preguntando cuando se añadirán mejoras de interfaz de expansiones posteriores, dando por hecho que esto será actualizado a una versión más «casual». Y eso mientras otros demandan que todo siga como está pero que vayan añadiendo nuevas zonas, convirtiendo Classic en una especie de realidad paralela al verdadero World of Warcraft, ése que ahora mismo va por la séptima expansión y tiene muchísimo más contenido.
Y alguno se preguntará, ¿que es lo que aporta Classic más allá de la nostalgia? Pues lo dicho, un viaje en el tiempo a los modos y formas de hace 15 años. Hay que entender que zonas de leveleo a niveles bajos como Darkshore -Costaoscura- fueron literalmente destruidas a los 5 años de salida del juego, simplemente porque la experiencia de juego en ellas era francamente miserable; para que os hagáis a la idea, al llegar a la zona empezabas en un pueblo desde el que los distintos personajes te mandaban a las cuatro puntas de la susodicha costa, obligándote a patear durante un cuarto de hora para llegar de un extremo a otro. Si sumamos a todo esto la insultante facilidad con la que arrastrabas cuarenta murlocs vociferantes porque las misiones no tenían el más mínimo complejo en meterte bajo el agua y hacerte buscar una caja minúscula en los restos de un naufragio, el morir millones de veces añadía algo más de sufrimiento al jugador. Pero no mucho, porque a fin de cuentas lo que más frustraba era el pateo.
Además de todo esto hay que tener en cuenta que el combate a niveles bajos es aburridísimo, con clases que tienen tres o cuatro habilidades y que en muchas ocasiones tienen que recurrir al llamado autoattack -lo que es dejar que el personaje siga pegando solo- hasta que se active otra habilidad. Hay casos concretos apabullantemente lamentables como el de los paladines, que hasta nivel máximo y durante todo vanilla consistieron solo en el dichoso autoattack, convirtiéndose con diferencia en la clase más aburrida -y fácil- de jugar. Por otro lado, los usuarios de maná como magos o cazadores tienen que reponerlo casi después de matar a cada bicho -en el caso de los magos literalmente- y de no hacerlo se exponen a tener que matar a palazos al siguiente, con lo que las posibilidades de morir de forma horrible suben exponencialmente. Que alguno me dirá que mejor, que así es un desafio y más difícil, pero la gracia de la dificultad está en poder aprender a hacerlo bien, y con cuatro habilidades disponibles que están siempre recargándose las posibilidades de «aprender a hacerlo bien» se reducen bastante.
Sin embargo, hay un lado bueno en todos estos arcaismos. Porque si bien es cierto que no tenemos los no tan avanzados sistemas sociales del World of Wacraft actual, eso precisamente obliga a los jugadores a hablar entre ellos, a colaborar, a hacer grupo para sobrevivir a las torturas a las que son sometidos y a conocer gente nueva. El sentimiento de comunidad que se había perdido en World of Warcraft con sus sistemas de búsqueda de grupo automática ha vuelto, la gente se ve obligada a conversar entre ella mientras hacen una mazmorra para debatir como progresar y, en general, se ve que el personal ya no juega a un jugador un juego multijugador. Con ello está de vuelta la obligatoriedad de jugar más y más horas, de pasarse más rato enganchado a pesar de que no es el propio juego el que tira de ti -como pasa en el actual Warcraft- si no los demás jugadores, esos compañeros de hermandad a los que no puedes decepcionar y por los que algunos lo sacrificaron todo -carreras, novias, dinero…- y que ahora recuerdan con nostalgia lo idiotas que fueron.
Y esto es el anacronismo de World of Warcraft Classic, un anacronismo que vale catorce euros al mes -sí, hasta en eso es un anacronismo- y que probablemente del que en cosa de un año ya ni nos acordaremos, pero que mientras tanto ha servido para que muchos jugadores de Wacraft renueven su sucripción mientras el juego original sigue dando tumbos porque la última expansión es tremendamente aburrida.