Se acaba el verano -bueno, técnicamente no- y se acaban estos posts sobre la Marvel anterior a Joe Quesada llegando a la madre del cordero, a esa gallina de los huevos de oro que de repente parecía haberse atascado y para cuya curación Joe Quesada fue ungido desde las alturas elegido para la cuestionable gloria de llevar Marvel durante los inicios del nuevo milenio, a esa serie de la que en realidad todos sois fans a pesar de que lo que mole ahora sea decir que siempre te gustaron más Los Vengadores: La Patrulla X, los X-Men.
En el año 2000, para los mutantes existían tres épocas: los 60, con una serie de 66 de los cuales merecerán la pena como veinte números entre algo de Kirby, Steranko o Neil Adams con un Roy Thomas a ratos dándolo todo y otras veces a medio gas. Más tarde llegarían los 70, con el relanzamiento de la serie a cargo de Len Wein y Dave Cockrum y que pronto sería sustituido por Chris Claremont, veterano ayudante editorial de Len Wein y becario en tiempos de Thomas y Adams, cuyo primer sueldo de guionista había venido a propósito de sugerirle a Thomas un final para la saga de los centinelas. A partir de ese momento y para bien o para mal, todo lo relacionado con X-Men pasa por Claremont, que hasta 1991 sería el guionista de la mayor parte de las series y contaría con editores como Roger Stern, Louise Simonson, Ann Nocenti o Bob Harras. Los 80 vinieron definidos por completo por el éxito y la forma de escribir de Claremont, y se multiplicaron los guionistas que empezaron a centrarse más en los personajes y menos en el marco en el que se movían y en las acciones. Claremont construyó lo que llaman ahora un «gran diseño» en el que los personajes iban evolucionando a lo largo de los años, con lo que iba plantando semillas -los maledicentes los llamarían «cabos sueltos»- que meses o años después irían germinando en otras historias. Lamentablemente y a pesar del éxito arrollador de sus propuestas, la llegada de la burbuja especulativa acabaría provocando que los dibujantes contaran más para las ventas que los guionistas -sí, eran otros tiempos- y que su editor Bob Harras ninguneara todas sus decisiones en favor de la nueva y rutilante estrella del momento, Jim Lee. Y así empezaron los 90…
No es complicado darse cuenta de que los 90 son una consecuencia directa de todo lo trabajado durante los 80, y si bien Claremont había trabajado en un guión para una película de X-Men que acabaría siendo la novela gráfica Dios Ama, el Hombre Mata o se habían elaborado episodios piloto de series de animación como Pryde of the X-Men (con su pedazo videojuego de Konami, he de añadir) la transformación de la Patrulla X en un fenómeno más allá del cómic no cristalizaría hasta los 90 y la serie de animación de Saban Entertainment llamada «X-Men: The Animated Series» o X-Men a secas, que es como la conocemos casi todos. Y ahí es donde se empezaron a ver los verdaderos problemas de cualquier serie de mutantes no guionizada por el propio Claremont; de entrada la encarnación del grupo que se eligió como modelo era la de Jim Lee, una encarnación de por sí ya un tanto forzada y en la que los personajes en algunos casos apenas habían interactuado entre ellos dentro del propio cómic. Por poner un ejemplo, Bestia solo había tenido relación con Cíclope y Jean, mientras que otros como Gambito o Júbilo en aquel momento eran demasiado nuevos y hasta desconocidos. Esto, que en un cómic con un solo guionista probablemente le diera vía libre a crear nuevos conceptos, en una serie de animación con múltiples guionistas tratando de captar la esencia del «original» era un auténtico problema, pero lo que era completamente injustificable era que otros personajes de tremendo recorrido como Lobezno o Tormenta fueran reducidos a ser una caricaturas lamentables de si mismos, llegando a ser especialmente sangrante el caso de una Tormenta que lo único que hace a lo largo de toda la serie es berrear y tirar rayos, viajar a África alguna vez y hablar de una diosa que debe ser una prima del pueblo o algo así.
Mientras tanto, los sucesores de Claremont -Lobdell y Nicieza- vivían sometidos a la tiranía perpetua de una ejecutiva de Marvel adicta a los informes de ventas, obligándolos constantemente a crear eventos y situaciones cada vez más extremas en una serie que jamás podía tomarse un respiro. Y es que si Claremont se había ido en 1991 no había sido solo por Jim Lee, si no porque desde arriba se le estaba forzando cada vez más a hacer el mismo tipo de historias, a no darle a los personajes ni un solo segundo de introspección, y hasta se le llegó a decir que limitara sus historias a tres o cuatro números, algo totalmente incompatible con su forma de escribir a largo plazo. Y así es como pasaron los 90, con un Bob Harras desesperado al darse cuenta de que sí, que los mutantes eran el superventas de Marvel, pero cada vez vendían menos y las series que antes se habían llevado todos los premios de la crítica y habían jugado en la misma liga de Frank Miller y Alan Moore de repente eran consideradas la basura más artificial y vacía que se estaba publicando en aquel momento. Así que había que recuperar a Claremont como fuera, pero como logró eso ya lo hemos contado en el post de los 4 Fantásticos, creo que mejor pasamos a la situación en la que se encontró Claremont la serie al volver a ella…
De entrada y a pesar de que Harras había hecho todo tipo de experimentos como poner a un guionista de Vertigo -Steven Seagle- junto a una joven promesa de la editorial -Joe Kelly- en el fondo los mutantes habían estado metidos en el día de la marmota durante toda aquella década; los propios Seagle y Kelly trataron de recuperar a Fénix y hacer una saga de Fénix Oscura -toma ya- mientras que su antecesor, Lobdell, había tratado de volver a contar la historia de Magneto volviéndose bueno con un tal Joseph. Mientras tanto, historias como el Virus del Legado de Discordia -un virus incurable que atacaba solo a los mutantes- el misterio del tercer hermano Summers, la identidad de Los Doce y demás se habían eternizado a lo largo de los años, pasando de mano en mano sin que nadie hiciera nada al respecto. Así que Harras y Claremont decidieron llamar al mejor atador de cabos que había por aquellos tiempos en la editorial: Alan Davis, que además de ser un estupendo dibujante había demostrado en Excalibur que era un estupendo guionista capaz de solucionar cualquier enredo narrativo. Davis se pone manos a la obra y de entrada se quita de en medio a Joseph recuperando al Magneto original, se lleva a la Patrulla X de aventuras al espacio y deja claro que sí, que los mutantes pueden hacer otra cosa que no sea hablar de mutantes. Poco a poco se van atando todos los cabos y, aunque no llega nunca a atar el más correoso de todos -el dichoso virus del legado- se podría decir que deja la serie bastante «limpia y lista para vivir» para el siguiente guionista. Guionista que, como no, será Chris Claremont. Que pena que su primera decisión tan fuera horrenda…
Porque consistió en trasladar la acción a un año después. Esto, que algunos pensaron que creaba un nuevo punto de inicio para los nuevos lectores, lo único que hizo fue desconcertar a los viejos y a los nuevos, porque los personajes hacían referencia a eventos que no habían sido publicados todavía. Si sumamos a esto que, paralelamente a todo esto, Warren Ellis realizó un relanzamiento de todas las series secundarias de la franquicia mutante, la «Revolution» del regreso de Claremont tenía demasiados ingredientes en su contra para triunfar entre un público que exigía una vuelta a la normalidad, una simplificación de los mutantes y que de repente se encontraba con una Uncanny y una X-Men hiperpoblada, con un relanzamiento mutante incomprensible y con Claremont bombardeándonos con personajes completamente nuevos diseñados por un Leinil Francis Yu que ya por aquel entonces destacaba por no saber hacer unos personajes muy distintos de los otros. Y por supuesto, los Neo.
Los Neo fueron el mayor fracaso de Claremont en esta etapa y algo que pocos o nadie quieren recuperar, a pesar de que su concepto Marvel lo ha recuperado a posteriori en múltiples casos, a ver si os suena: Los Neo son algo así como otra rama evolutiva de la humanidad con poderes mayores que los de los mutantes, que viven recluidos en una ciudad secreta y que salen al mundo decididos a enfrentarse a los mutantes. Los mutantes de los mutantes, dejando claro que los mutantes de homo superior no tienen nada y proclamando que son un callejón sin salida evolutivo. Toma ya, vuelva Claremont y en vez de ponernos a Kurt, Piotr y Logan hablando en el Refugio de Harry lo que tenemos es gente pegándose y gritando muy fuerte, centrando la acción en personajes más «modernos» como Cable. Claremont había vuelto sí, pero no había vuelto haciendo lo mejor que sabía, había intentado conectar con los lectores de aquel momento y se había dado de morros con la realidad de que seguía siendo un guionista de los 80, un guionista que necesitaba tomarse su tiempo con las historias. Los lectores, despiadados como ellos solos, saltaron al cuello de esta etapa y la despedazaron sin ninguna misericordia, afirmando que Claremont chocheaba -¡ni los 50 años había cumplido en aquel momento!- y las cosas no se pusieron mucho mejor cuando la largamente esperada película de X-Men fue estrenada dos meses después de su llegada y en las ventas de la serie no se notó la obligatoria subida de ventas (algo que, dicho sea de paso, solo se dió con el Superman de Donner y el Batman de Burton, pero desde entonces no se ha repetido). Y es que aunque Claremont acababa de llegar como quien dice, su destino en la serie estaba más que decidido…
Y es que X-Men se estrenó un mes antes de que Quesada fuera ascendido, y Bill Jemas tenía ya claro en aquel momento que debía crearse un Ultimate X-Men que sustituyera a los mutantes actuales, probablemente ni siquiera sabía quién era Chris Claremont. Mientras tanto, Quesada desplazaría al guionista a una serie secundaria en la que seguiría algunas de sus tramas -Xtreme X-Men- mientras que el nuevo punto de referencia mutante sería New X-Men, guionizada por un Grant Morrison con plenos poderes como no había tenido nadie desde los tiempos en los que X-Men era bimestral y Chris Claremont soñaba con hacerla grande. El proyecto de Jemas, Ultimate X-Men, acabaría pasando sin pena ni gloria porque el escritor elegido para el proyecto, Mark Millar, pronto perdería el interés en ella y preferiría centrarse en la versión Ultimate de los Vengadores.
Y es precisamente por todo esto que dejé a los mutantes para el final, porque seguramente sean el mayor damnificado por la era Quesada, a pesar de lo mucho que se quejan los fans de Busiek. Los mutantes durante los 90 llevaban un pésimo registro, pero de vez en cuando tenían algún punto de luz entre tanto evento absurdo, cambios de tercio que los lectores de la época agradecen, a pesar de que en muchos casos son pálidos reflejos de historias de los 80 y 70. Con Quesada el problema de los 90 no solo se agudizó, si no que empezó a dársele plenos poderes a guionistas estrella que venían con la única intención de contar la historia definitiva de mutantes. No hablamos de una historia de Ororo, Kurt o Logan, hablamos de una historia de los mutantes como bloque, como si esto fuera un legislador borracho hablando del «problema de la inmigración». A nadie en su sano juicio se le ocurre escribir historias sobre personajes en bloque, porque al final cada personaje es un individuo y es de su interacción de donde nace el drama, la acción, lo que le interesa leer a los lectores. Esto, que es algo básico en cualquier curso de escritura, parece escapársele a una Marvel que parece constantemente empeñada en mantener a los mutantes en la misma encrucijada, contando la misma historia de mutantes heredando la tierra de los seres humanos. No me voy a extender más, porque ya he hablado bastante de la encrucijada en la que se encuentra Marvel con respecto a los mutantes y de la que me temo que solo tiene posibilidades de salir gracias a Kevin Feige -que Odín nos pille confesados- pero al final estos artículos no tenían otro objetivo que el de mostrar un poco por encima como antes de Joe Quesada Marvel tenía una identidad, que tenía una progresión y unos brotes verdes que parecían llevarnos a una salida de los 90 menos rupturista y que, para no variar, las decisiones «de arriba» truncaron todo esto en favor del modelo actual.
Para bien o para mal, hoy en día X-Men es una serie sobre supremacistas pegándose entre ellos, Lobezno y Spiderman son miembros de los Vengadores y en lo que los yanquis llamarían el «monte Rushmore de Marvel» está la cabeza de Joe Quesada. De los 80 años de historia de la editorial y los cincuenta -casi sesenta- desde la creación de los 4 Fantásticos, una tercera parte ha estado ligada indivisiblemente a Quesada y sus herederos, y tiene pinta de que el futuro va a seguir siendo así, porque todos los que quedan son sus colaboradores y gente que ha aprendido el negocio a partir de él. Por el camino se queda el Mefistazo, Civil War, Secret Invasion y demás Bendisadas… Y guionistas que empiezan ahora como Donny Cates se declaran fans a ultranza de Marvel Knights y citan con nostalgia aquellos primeros cómics de la era Quesada. Y es que nos toca reconocerlo, éste es el mundo de los cómics de los Quesada, Bendis o Hickman y nosotros solo vivimos en el…