Sí, seguimos contando como Jonathan Hickman va a llegar este verano para arreglar a los mutantes, primero con dos series limitadas este verano y luego con una serie regular desde la que supervisará toda la línea mutante tal y como debería haber hecho Chris Claremont los últimos veinte años. En el artículo de hoy vamos empezar poniendo el foco sobre la idea del cambio por el cambio, si después de veinte años de reboots y relanzamientos lo que nos hace falta a los lectores es que nos vuelvan a prometer que nos van a poner todo patas arriba cuando precisamente en X-Men lo que nos interesaba era otro tipo de cambio…
El problema principal viene de que el cambio en X-Men nunca fue algo rupturista y ruidoso, venía por desarrollo de los personajes. Ni siquiera la gran revolución que supuso el Giant Size X-Men 1 fue algo arbitrario o no meditado, acudía perfectamente al desarrollo de personaje de Cíclope y el resto del grupo original; todos ellos habían continuado sus vidas por otra parte y hasta el propio Scott parecía querer jubilarse ya con Jean, pero se quedaba en el grupo como una forma de prepararlos para poder pasarles la antorcha. Hickman llega prometiendo una ruptura parecida a la de Morrison -que tuvo un salto temporal generoso, retconeos a mansalva y hasta burlas al pasado del grupo- en un momento en el que corporativamente a Marvel lo que se le demanda es que nos de una versión clásica del grupo, quintaesencial, para que pueda ser adaptada más fácil al cine. Que ojo, Hickman era precisamente el que estaba haciendo Vengadores mientras se empezaba a gestar la segunda película del grupo y algunos de los personajes de su etapa acabaron asomando en Infinity War, ¿pero tiene sentido empezar una revolución justo cuando toca definir quienes son los X-Men del siglo XXI?
Hickman se carga todas las series de la línea -y cuando digo todas es absolutamente todas- y las sustituye por dos series limitadas de seis números de las que se conoce muy poco, Powers of X y House of X, y es justo aquí donde empieza el rasgar de vestiduras, porque el guionista ya hace una declaración de intenciones contrapuesta a todo lo que ha funcionado la serie hasta entonces y tremendamente continuista a los 7 reboots casi anuales que terminaron fracasando: «no creo que el incrementalismo funcione en los universos de ficción, y por eso creo que todo gran cambio de una franquicia tiene un punto de inicio definido. Quiero decir que eso funciona, y por eso la industria abusa de ello como mecanismo de venta.» Se te pide que hagas algo distinto, que pruebes cosas nuevas y lo primero que haces es exactamente lo mismo que todos los demás. Lógico.
Que alguno de vosotros me dirá que Hickman no puede llegar en el número 32 de Uncanny y seguir como si no pasara nada, pero resulta que Hickman llegó a Fantastic Four en el número 570 de la serie y acabó marcándola para un futuro, le creó una serie paralela con FF y le dió un éxito de ventas notable y una relevancia que la serie -tristemente- no había tenido desde hacía más de diez años. Hickman no necesita hacer exactamente lo mismo que hizo Morrison ni ninguno de los malos imitadores que ha tenido a lo largo de los últimos veinte años, pero estoy convencidísimo de que esto no ha venido por decisión exclusivamente suya -ojo con el señor del dedazo, que volvió a Marvel cuando elevaron a las alturas a Alonso y la decadencia de la calidad de los cómics empezó justo ahí- y que al final le han contratado para que traslade el modelo que siguió entre Avengers y New Avengers a los mutantes. Y eso hará y si fracasa el que se inmola es él, no el señor Dan Buckley.
Aun así, y durante la única entrevista que ha dado Hickman al respecto, las reflexiones del guionista no dejan de ser un tanto interesantes, sobre todo desde el momento en el que alude al «gazpacho de opresión» del que hablábamos hace poco y comenta que en muchas ocasiones esa metáfora significa cosas distintas para cada lector, dándole al significante un significado personalizado a cada uno. Eso, dice, ha provocado que en cierto modo la editorial no quiera pillarse los dedos y por eso se mantenga en un bucle de retroalimentación por una temporada o lo que es lo mismo, que llevamos desde 1991 viviendo en el día de la marmota mutante por imperativo editorial y por miedo a no cumplir las expectativas de un fandom heterogéneo, dando como resultado que todos cuenten historias de X-Men sobre otras historias de X-Men. Dice que cree saber cómo llevar esto adelante, y que espera saber como salir de semejante atolladero.
Y tengo que darle la razón a Hickman, más allá del imperativo comercial, gran parte del estancamiento de la franquicia ha venido de tomar la parte por el todo, de creer que la metáfora de opresión es más importante que cualquier otra consideración. Millar pensó que era más importante mostrarlos como una minoría asediada, Morrison creyó que eran más importantes los personajes que cualquier otra consideración -aunque los personajes no fueran exactamente los que le dieron, si no una interpretación suya- mientras que Brubaker y Fraction se basaron excesivamente en la experiencia de ciertos grupos oprimidos determinados y acabaron perdiendo el norte. En cambio, Aaron y Gillen, y más tarde Rosenberg si que entendieron el concepto del personaje como el verdadero engranaje que mueve el drama, y construyeron sus etapas a partir del conflicto entre los personajes y no como un elemento reactivo a una historia que no tenía nada que ver con ellos o que directamente se habían traído del mundo real. Pero no tengo muchas esperanzas de que Hickman vaya en esta dirección…
Porque las historias de Hickman siempre se han basado en el entorno contra el personaje. No cuida a los protagonistas ni se preocupa mucho por ellos, porque su estilo como escritor es el de detallarnos situaciones, ambientes y lugares que puebla de criaturas y elementos con los que reacciona el protagonista sin gran solución de continuidad. Así, nos puede poner a los 4 Fantásticos en la Zona Negativa y detallarnos los habitantes de la misma, pero no acaba de ser consciente de que Reed Richards tiene una personalidad determinada que le permite subvertir las expectativas del propio relato. Esto último lo pongo como un ejemplo hipotético, pero resulta que si que hay un ejemplo bien claro de Hickman poniendo a los personajes detrás de la historia; sin miedo a spoilear a nadie una historia de hace casi diez años, solo diré que a muchos se os debe venir a la cabeza el reencuentro de cierto personaje fallecido con su familia y que Hickman y Epting solucionaron con una sola viñeta, sin darle ningún tipo de espacio para la emotividad. Porque no nos engañemos, fuera de toda discusión sobre lo reactivo o proactivo de sus personajes, Hickman es un escritor… «Soviético».
Y digo soviético en el sentido de que en el caldo creativo que elabora las emociones no suele tenerlas mucho en cuenta, y eso es algo tremendamente importante en una serie como X-Men cuyos mayores hitos se basan precisamente en la montaña rusa de emociones a las que sometió Chris Claremont a los personajes y a sus lectores durante sus etapas junto a Byrne, Paul Smith, Romita Jr o Dave Cockrum. Las habilidades de cada uno de los dibujantes para plasmar el drama y las emociones de los personajes fueron las que nos dejaron ciertas viñetas den la retina, pero la capacidad de Claremont para elaborar un tapiz emocional a lo largo de años fue lo que hizo de Uncanny X-Men la serie más vendida del cómic estadounidense durante veinte años. Vigile las emociones de sus personajes señor Hickman, porque le van a hacer falta.