Allá donde vaya G. Willow Wilson hay que seguirla, aunque sea a Wonder Woman. Porque Wonder Woman es un personaje jodidísimo de escribir, y durante décadas hemos estado viendo como sus temas principales eran soterrados bajo una pila de mamarrachadas pseudobelicistas y tratando al personaje como si fuera Superwoman o algo parecido. Así que tenemos a la que probablemente sea la mejor guionista del cómic americano hoy en día -que no os engañéis, Kamala Khan es el Peter Parker del siglo XXI, y no Miles Morales- enfrentándose a la bestia negra contra la que se llevan estrellando la mayor parte de guionistas desde que el género de superhéroes es tal.
El que alguien del perfil de Wilson se acerque a Wonder Woman hasta hace bien poco habría sido algo la mar de sorprendente -no olvidemos que la etapa de Pérez fue un experimento en toda regla, que en DC no sabían a quien echarle la pelota- pero durante la última década los tiempos han cambiado lo suyo y de repente DC se ha dado cuenta de que Wonder Woman es una serie que tiene que tratar decentemente, aunque solo sea porque su película tuvo éxito y las de Superman contra Batman no. Respondiendo en parte al nuevo rumbo que está tomando DC ya desde los tiempos de Rebirth y que parece querer capitanear la nueva jefaza de DC Pam Lifford, que aboga por devolver a los personajes a un estado más «icónico» y menos edgy de lo que nos vendía Zack Snyder o la etapa de la Wonder Woman de Azzarello, Diana ya había tenido una caída del caballo y vuelta a las esencias durante la etapa de Rucka y Sharp, con lo que de entrada no parece que la entrada de Wilson en la serie venga con algún encargo determinado. Ya desde el inicio de su etapa vemos un trabajo profesional, continuista respecto a la etapa anterior, cosa que se agradece porque es algo raro de ver hoy en día, lo que es peor, uno de los mayores problemas del personaje históricamente -y estoy hablando de los más de 75 años de historia del personaje- ha estribado en el hecho de que nadie sabe quién es Wonder Woman y que cada dos por tres algún alma cándida viene a «arreglarla» y la deja aún peor, provocando que leer la serie de Wonder Woman más o menos seguida sea como pretender llegar a algún sitio corriendo en círculos.
La primera saga de Wilson -entre el número 58 y 62, gracias señor Bob Harras por entender que no hace falta resetear numeración con cada relanzamiento- vuelve a centrarse en el enfrentamiento entre Ares y Diana, y ya en ese primer número se nos encienden todas las alarmas, porque no es la primera vez que Ares empieza a tener dudas sobre su papel en el mundo y nos tememos a dónde puede ir todo esto. Pero claro, pronto nos vamos dando cuenta de que el centro de la trama no gira tanto en torno a Ares como a la situación que se crea en un país en plena guerra civil en el que se meten dioses y criaturas mitológicas a liarla, en un claro paralelismo con la política de intervencionismo que podemos ver en los telediarios casi todos los días. Poco a poco vamos viendo que la verdadera intención de Wilson es la de recuperar el papel original de Diana como embajadora de la paz, a pesar de que en una lectura superficial su motivación sea la de rescatar a Steve Trevor que ha sido capturado por unos fulanos de allí con muchas pezuñas. Pero ya digo, eso es la superficie.
Porque si rascamos un poco más -y tampoco voy a hacerlo en detalle porque no es cuestión de spoilearle la trama al personal- nos damos cuenta de que la intervención de Diana solo afecta a lo divino y que lo humano funcionaba muy bien sin ella, de hecho la situación empeora con su intervención hasta casi el final de la saga. Sin embargo, hay una diferencia tremenda entre los cómics que he venido leyendo en los últimos años de Wonder Woman, y es que el mensaje de paz no viene tanto de lo que dicen los personajes si no de sus actos, de la forma en la que se desarrolla la historia. Vemos a Diana con la espada y el escudo y hasta se llega a verbalizar la duda sobre la conveniencia de esas armas, pero la forma en la que realmente se las pone en duda pertenece más al trabajo de Cary Nord y Xermánico que a todas las líneas de diálogo. Y ésa es la forma en la que un cómic debe contar estas cosas.
No me gustaría terminar sin hablar de algo bastante impresionante; de los cinco números que componen esta historia, los tres primeros vienen dibujados por Cary Nord y los dos últimos por Xermánico, cuyos estilos son tremendamente opuestos y deberían resultarnos completamente discordantes. Pero ahi llega el colorista Romulo Fajardo haciendo milagros y consigue que la cosa no se desmadre, que vale, ayuda que tanto Nord como Xermánico sean buenos dibujantes de tebeos y trabajen para la historia y no contra ella, pero es digno de aplauso el prodigio que han conseguido en estos cómics que, como primera toma de contacto de G. Willow Wilson con los personajes y el universo DC en general, han quedado bastante buenos. Sí las cosas siguen así probablemente estemos ante el mejor cómic que está publicando DC hoy en día, y eso ahora mismo es decir bastante.