Pues… Esta noche pasada a esta película le han dado un globo de oro a la mejor película de animación. A una película en la que sí, sale el puto Ganke -pero no sus legos- le han dado el premio de la crítica de Hollywood a la mejor película de la animación. A una película con el puto Ganke, sí. Puto Ganke, que a mí Miles ni me iba ni me venía, el problema siempre fue Ganke, puto Ganke.
Antes de reventaros la película entera -que no me voy a cortar un pelo, lo siento- tengo que deciros a todos los que no la hayais visto que seguramente sea una de las mejores películas de superhéroes de los últimos años. No estamos hablando de más de lo mismo pero mejor hecho -Black Panther- o de nuestros sueños húmedos de infancia llenando la pantalla a lo loco -Infinity War-, ni siquiera de una película divertidísima a pesar de nuestras fobias -os dejo que adivinéis de cual hablo-, estamos hablando de innovación en la forma de contar una historia, innovación en las técnicas de animación y un amor desmedido por la obra de Stan Lee y Steve Ditko (y Kirby dots, que cojones). Vamos, que ya tardáis en verla.
Hace unos años Marvel estuvo a punto de darnos una película del Hombre Hormiga dirigida por Edgar Wright. Esto, que para mí fue una pequeña tragedia, creo que puso en evidencia el mayor problema que trae la estructura organizativa de Marvel Studios: Hay unas reglas muy claras establecidas desde arriba y de ahí no puedes salirte seas quien seas. Esto provoca que pase lo que pasa y por malo que sea un director, las películas mantengan unos mínimos de calidad, pero a la vez tampoco permiten que nadie despunte o se salga de lo bueno a lo excelente, algo que en su momento aceptamos de buen agrado porque el estandar de calidad Marvel Studios era mayor que la mayoría de las películas que se habían hecho con los personajes. Y es que no lo olvidemos, en el momento en el que aparece el Iron Man de Jon Favreau habíamos sufrido montones de adaptaciones de directores que se pasaban de artistas -ese Hulk de Ang Lee- o de producciones salidas de madre -Wolverine Origins- que en muchos casos o no entendían el material original, o directamente lo ridiculizaban porque «esto es cosa de críos». Iron Man era una película que no te trataba como un imbécil ni tampoco te hacía sentir especialmente inteligente -aunque supongo que alguno al ver a Nick Furia se vino arriba cosa mala-. La cuestión es que Marvel Studios no va a correr riesgos jamás y por eso no suele fallar, con lo que fueron incapaces de dejar que Edgar Wright hiciera algo demasiado distinto con Ant-Man, pese a ser un personaje de cuarta fila que sólo un fan de Tom DeFalco podría amar. Pero es que claro, Marvel está manejando un «universo», y todas las películas tienen que mantener unos mínimos tonales y no salirse de ahí. Es cierto que James Gunn en Guardianes puede -podía- salirse de la norma porque, al igual que Waititi en Thor Ragnarok, se iba al espacio y ahí las reglas eran distintas, pero el cambio sigue siendo superficial y la narrativa sigue siendo la misma. Lo que es peor, Disney ha exportado el modelo de Marvel a Star Wars, con lo que aunque así se salvan descalabros como Rogue One, también provocaron que Phil Lord y Chris Miller salieran despedidos del set de Solo -que ojo, la película acabó saliendo estupenda-. Y dicho esto y una vez ya he espantado del todo a todos los que todavía seguían leyendo esto sin haberse visto Into the Spider-Verse, vamos al tajo:
La cuestión es que Edgar Wright dirigió Scott Pilgrim, una película mejor que el cómic en el que estaba basado y que supo adaptar elementos constructivos del medio original al cine sin que quedara estúpido o ridiculizarlos. En Scott Pilgrim podíamos ver mezclas entre cómic y videojuegos que no desentonaban entre sí, porque había una comprensión de dichos medios análoga a la que Brian Lee O’Malley hacía en el original al mezclar comic y videojuegos. Into the Spider-Verse hace eso exactamente una vez más, sólo que se zambulle de lleno en celebrar el hecho de que Spiderman es un cómic, hasta el punto de que las rupturas de la cuarta pared del protagonista -que tampoco tiene mucho del original de Bendis, para que negarlo- vienen sujetas a la forma en la que Miles Morales se va transformando poco a poco en Spiderman, en un personaje de cómic. Esto se consigue, más allá de los cuadros de pensamiento con los que empieza a expresarse -maldita sea, ¡quiero de vuelta mis bocadillos de pensamiento!- con una técnica de animación que pasa del más tradicional «estilo Pixar» hasta una aberrante mezcla de «entintado», offset y demás artefactos habituales del cómic book clásico combinados con unos animadores que no se han cortado un pelo a la hora de cargarse un tabú de décadas en el medio: las películas de dibujos se hacen a 24 cuadros de animación por segundo con intercalaciones por desenfoque de movimiento. Pues no, Miles Morales hasta que se convierte en Spiderman -y esto es la mayor parte de la película- va a moverse a 12 frames por segundo sin el motion blur, y todo esto a pesar de que Peter Parker o cualquiera de los demás se mueva con una fluidez «normal». Esto, que a todas luces debería quedar fatal porque le da un aspecto a la película de videojuego mal optimizado, funciona de maravilla, nuestro ojo se acostumbra a esa aberración durante el primer acto y para cuando empezamos a ver a Spiderman dando botes y moviéndose como los ángeles junto al renqueante Miles, casi como que nos tenemos que fijar en esa diferencia.
Y así es como tenemos la primera película de animación que mezcla varios personajes a la vez con distintos estilos gráficos -3D, 2D, líneas 2D sobre modelos 3D, yo que sé- con el único objetivo de darnos la sensación de que estamos viendo una historia en la que cada uno de ellos ha salido de un cómic dibujado por un autor distinto, mezclando estilos manga con animación clásica hasta algo «más Pixar». No se busca la espectacularidad o la innovación por la innovación, porque todo ello tiene una justificación narrativa y visual ligada a la forma en la que tenemos por entender qué es visualmente un cómic, sin caer nunca en la caricatura camp del mismo. Y todo esto gracias al diseño de producción de Justin K Thompson, un veterano de Samurai Jack o las Guerras Clon de Genndy Tartakovsky al que los productores Phil Lord y Chris Miller -que ya habían trabajado con él en Lluvia de Albóndigas- encargaron el darle un look a la película rompedor, lo que se tradujo en Thompson tratando de plasmar en pantalla muchas de las características del cómic -el color a puntitos, el offset, la línea de entintado- de las que en muchos casos el cómic actual parece que trata de huir y son parte de su ADN. Y sí, debería darle vergüenza a Marvel que tenga que ser Sony la que le recuerde al público en general que Spiderman no es «el del videojuego de la Play», el de «la serie de dibujos» o «el de las películas», Spiderman es un personaje de cómic creado por Stan Lee y Steve Ditko. Y tenedlo bien claro, sobre todo esos que todavía siguen leyendo el post sin haber ido a ver la película, porque ahora si que voy a destriparla de arriba abajo, porque vamos con el guión:
¡Spiderman, Spiderman, es Peter Parker y nadie más, da igual que este gordo, que más da, es el más grande, es Spiderman!
El guión viene a cargo de Phil Lord y Rodney Rothman, siendo este último también director de la película junto a Bob Persichetti y Peter Ramsey, y nos viene a contar otra historia más sobre la transición de la infancia a la madurez; esto se ve reflejado en un Miles Morales que quiere seguir en su antiguo instituto y reniega de explorar su potencial en el instituto exclusivo en el que le han aceptado, en la relación entre su tío Aaron -que es un supervillano y mira que te avisé que iba a destripar la peli, ya no te puedes quejar de nada- y su padre -que probablemente al convertirse en padre se dió cuenta de que ser un quinqui como su hermano no lleva a nada y se hizo policía. A su vez, tenemos al Peter Parker de un universo alternativo, Peter B. Parker, que se casó con Mary Jane pero acabó divorciándose de ella porque tenía miedo a ser padre, además del reverso de todo esto que es Kingpin, que está dispuesto a cargarse el multiverso con tal de recuperar a su esposa y su hijo, a pesar de que ellos mismos renegaran de él al descubrirlo haciendo una de las de D’Onofrio en Netflix -ya sabes, aplastarle la cabeza a alguien con tus propias manos y esas cosas de psicópata-. Todos tienen miedo al cambio y luchan contra el con todas sus fuerzas, y todos ellos están perdiendo por no atreverse a aceptarlo.
Así, veremos como durante todo el primer acto el mundo de Miles se siente raro, a 12 fotogramas por segundo, incómodo, incapaz de algo tan simple como decirle a su padre que le quiere. Para cuando Miles consigue sus poderes y se encuentra con el Spiderman de su universo vemos todo lo que le gustaría ser, porque Spiderman se mueve fluido en un mundo lleno de colores en su sitio, «de dibujos animados», que acaba saltando por los aires con su muerte y dejando un escenario casi en blanco y negro. Miles sabe que tiene que hacer lo que Spiderman le dijo, pero su miedo al cambio ataca de nuevo y si ya de por sí es incapaz de hablar con la chica que le gusta, el saltar de un tejado a otro -que ojo, aquí la película hace trampa porque casi todos los referentes icónicos de Spiderman están sacados de las películas de Raimi, baile friki de Tobey Maguire incluido- o el pegarse a las paredes lo aterra. Y ahí es donde empieza a llegar el mensaje principal de la película, porque Miles cree que no es digno de ser Spiderman, que Spiderman es Peter Parker, porque si algo nos han enseñado cincuenta y cinco años de Spiderman es que solo Peter Parker es Spiderman y lo demás imitadores.
Porque en ese momento en el que Miles va a la tumba de Peter y reconoce su incapacidad, aparece el Peter Parker de un universo paralelo -el 616 según la película, pero a eso digo no- y le demuestra que se puede ser Spiderman y cagarla. Se puede caer en una depresión, se puede tener barriga cervecera y se puede renegar del «todo gran poder conlleva una gran responsabilidad». Es un Spiderman acabado y aun así es Peter Parker, y es a través del viaje de ambos como volvemos a ver que la característica principal de Spiderman está en que importa una mierda lo grande que el trozo de maquinaria del Doctor Octopus que nos pongan encima, si realmente somos el Asombroso Spiderman, nos levantaremos. Y éso es algo que Peter tiene que reaprender y lo hace a través de Miles, que se lo muestra cuando termina reclamando el legado que le endosó esa araña de Alchemax -da igual de dónde haya salido, ya habrá tiempo de hablar de la telaraña del destino y puñetas fritas- y comienza a moverse con la fluidez del resto de los spidermanes cuando se pone un traje de Spiderman al que, eso sí, personaliza con unos cuantos toques de spray. Y que dicho sea de paso, creo que es un diseño bastante mejor que el de los cómics. Ea.
Asi que sí, estoy encantado con la película, y espero que siente cátedra y nos permita ver una película de Masacre con rupturas de la cuarta pared que vayan más allá de hablarle a la cámara. ¿A alguien le parecería kitsch que nos presentaran a mutantes de segunda fila de la forma en que nos presentaban a las distintas encarnaciones de Spiderman en esta película? Que dicho sea de paso, anda que no tiene mala leche el metacomentario que se hace al presentar el origen de Spiderman de siete formas distintas después de que a Sony se le pusiera a caer de un burro por reiniciar a Spiderman tres veces; en Into the Spider-Verse se ignora por completo a Holland y Garfield y se centran en Maguire, como si reivindicaran la trilogía de Raimi como la única y verdadera… Pero estoy divagando y esto ya ha quedado suficientemente largo, así que sólo me queda decir que me han encantado hasta los créditos y la escena postcréditos. Que vayais a verla, merece la pena hasta si os la habéis destripado leyéndome.