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El último suspiro de Orson Welles: Me amarán cuando esté muerto

Voy a hacer una cosa la mar de rara y es hablar de un documental sobre una película y no sobre la película en sí, pero en este caso creo que lo podéis perdonar porque en realidad la película nunca se hizo. Que, por mucho que Netflix intente decirnos que no, El otro lado del viento nunca se terminó, igual que nunca se terminó Eyes Wide Shut y todo eso. Pero primero, vamos a contar un poco sobre Orson Welles…

Cuando yo era crío sí que se decía que Orson Welles era el mejor director de la historia del cine y Ciudadano Kane era el sumun (que se escribe así, que lo he mirao en la fundeu).

Para el que no conozca la historia, Orson Welles dirigió a los veintipico años una película llamada Ciudadano Kane después de una carrera a caballo entre el teatro y la radio -en la que hizo cosas como hacerle creer al personal que nos invadían los extraterrestres o ponerle voz a La Sombra- y se convirtió de repente en el mejor director de la historia del cine con permiso de Buñuel, Ford y unos cuantos directores más, aunque no muchos. Pero la película se estrelló en la taquilla y Welles se encontró con una situación horripilante para un director de su talento: tenía una justificada fama de director excéntrico y tardón, su cine no interesaba al público en general y la crítica le exigía con cada película que hacía superar el éxito de Ciudadano Kane, algo tremendamente injusto porque al fin y al cabo la propia crítica tampoco es que fuera capaz de apreciarla mucho en su momento, y no la valoraron como es debido hasta varios años después.
La mayor pega que le veo a esta película es que me saquen a Rita Hayworth rubia.

Welles se pasó años y años pegándose con Hollywood, buscando financiación para sus películas, viviendo una vida de estrella de cine y casándose con estrellas de cine, hasta que a finales de los 40 decide hacer las maletas y largarse a Europa, porque allí si habían apreciado su última película, La Dama de Shanghai, mientras que en EEUU seguían completamente ciegos, miopes, o yo que sé que les pasaba; que yo entiendo que la muchachada ignorante considere que estas películas son aburridas porque son en blanco y negro, pero en aquellos tiempos casi todas las películas eran en blanco y negro. Yo que sé, la verdad es que La Dama de Shanghai es puro cine negro y tiene algunas de las escenas de acción -la de los espejos- más repetida e imitada durante las décadas posteriores, y para colmo tenía a Rita Hayworth en el papel de su vida -que aunque le diera todo el éxito del mundo, en esta está mejor que en Gilda-. Y aunque no lo llevará a rajatabla y volverá a EEUU para colaborar en TV, radio y hasta volverá a intentar seducir a Hollywood dirigiendo Sed de Mal como un niño bueno -cumplió todos los plazos de la producción, algo rarísimo en el-, tendría que volver a largarse cabreado cuando la productora de la película, la Universal, decidió arrebatarle la película en la sala de montaje, rodar varias escenas nuevas sin contar con él y hacer caso omiso a todas sus indicaciones.

¡Muérete de envida, Gangster Squad!

Y así estaría exiliado y haciendo alguna que otra obra maestra como Campanadas a Medianoche hasta que en 1970 vuelve a EEUU con la intención de reconquistar Hollywood. Sí, otra vez. Básicamente para entonces en europa ya no encuentra financiación, y la situación en EEUU había cambiado desde el momento en el que durante la década anterior la mayor parte de las majors habían pasado de ser productoras dirigidas con mano de hierro por productores con nombres y apellidos -productores que no querían saber nada de Welles, vaya- a ser gobernadas por consejos de administración que no tenían ni la menor idea de cine. Es en mitad de ese caos de los 70 en el que empiezan a surgir como setas directores/autores a imagen y semejanza de la Nouvelle Vague francesa, gente como Roman Polanski, Peter Bogdanovich, Francis Ford Coppola y demás; se crea la percepción en el público americano de que las películas son propiedad del director y no del actor protagonista, con lo que la figura casi mitológica de Orson Welles tiene más posibilidades de ser recuperada. Si sumamos a todo esto el hecho de que le acababan de dar un Oscar honorífico en reconocimiento a su carrera, uno podría pensar que su regreso estaba hecho y que tenía garantizado un cheque en blanco… Y un cuerno.

Veo muy bien el montaje de este documental, porque mezcla declaraciones de los que trabajaron junto a Welles con las de el mismo recontextualizadas, con lo que es lo más parecido a haberlo resucitado sin recurrir a lo que hizo Lucasfilm con Peter Cushing.

Para cuando empieza el documental de Netflix, «Me amarán cuando esté muerto», Orson Welles está intentando conseguir financiación para su gran regreso a Hollywood, una película llamada «El otro lado del viento» y que filmará a lo largo de 6 años hasta quedarse sin fondos ni manera de terminar. El documental no se corta en dejarnos claro como abusó de la paciencia de Peter Bogdanovich -un fan absoluto suyo-, se montó todas las juergas que pudo y hasta se intuye a gritos que Welles arrastraba una severa depresión durante toda la producción que le produjo una obesidad preocupante y que se agravó en el momento en el que se dió cuenta de que no podía seguir filmando. Sin embargo, y aunque ya durante el rodaje había aceptado todo tipo de trabajos alimenticios -llegó hasta a presentar un programa de chistes- es al quedarse sin financiación cuando Welles se suelta a buscar más y más dinero en publicidad, producciones infantiles, y hasta poner su voz a lo que fuera con tal de terminar una película que nunca pudo acabar.
 

Éste era Orson Welles con 59 años, no son los años, es el rodaje. Ojo que la entrevista es muy recomendable.

Irónicamente, «El otro lado del viento» es una película sobre un director de cine en el tramo final de su vida que trata por todos los medios de conseguir el dinero suficiente para terminar de rodar su última película, con lo que estamos hablando del film más autobiográfico de Welles. Lo que es peor, durante el rodaje entre 1970 y 1976 François Truffaut dirigió y protagonizó en 1973 La Noche Americana, otra película sobre las tribulaciones de un director de cine, con lo que eso no ayudó precisamente a que Welles consiguiera dinero para su producción, a pesar de que ambas poco o nada tenían que ver. La verdad es que, tal y como admite el documental de Netflix, puede que toda la historia de la producción fallida de «El otro lado del viento» sea más interesante que la propia película, porque igual que le pasó a Terry Gilliam con su Quijote, la expectación acaba poniendo en un pedestal tan grande esa película casi mitológica que igual es mejor no verla jamás. Pero no, Netflix tenía que comprar la película y terminarla para poder decir que ha estrenado una nueva película de Orson Welles. Y ojo, que la película empieza con un AN ORSON WELLES PICTURE bien gordo.

Pero gordo gordo.

Tampoco me malinterpretéis, yo soy el primero que considera que menos es nada. Cuando no hace mucho alguien se lió a remontar Sed de Mal según las indicaciones originales de Orson Welles, ya me tenían ganado sólo con recuperar el plano secuencia inicial de la película. Nunca vas a tener algo tal y como lo hubiera querido el autor original -ni siquiera el Superman: The Donner Cut es la película que Richard Donner habría hecho en su día, porque no es lo mismo el Donner de hoy en día que el de entonces- pero esto es lo más parecido que podemos echarnos a la boca. Welles es un director de esos cuyas películas te obligan a ver en las escuelas de cine con toda la razón del mundo y que merece la pena ver y volver a ver todas las veces posibles, con lo que todo el Orson Welles inédito que se pueda recuperar ya es mucho. Quién sabe, tal vez un día en vez de darnos tanta reconstrucción nos den todo el metraje filmado para que nos podamos montar nuestra propia película por nuestra cuenta. Seguro que Orson Welles lo hubiera preferido…

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