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Las pelotas de Todd McFarlane: Historia de la burbuja especulativa de los 90 (II)

Decíamos ayer que la primera guía de compra de cromos de béisbol había surgido a finales de los 70, pero aunque locura por especular con cromos llegaría a su plenitud antes que la de los cómics, la verdad es que estos últimos ya habían tenido su propia guía de compras muchísimo antes.

El origen del mal.

Y es que el tratar los tebeos como si fueran sellos ya era algo viejo para 1984, porque ya en el lejano 1965 la librería Argosy había publicado su propia guía de precios para orientar a sus clientes sobre a cuanto compraban o vendían cada cómic viejo, pero aquello era para uso local y los precios permanecieron más o menos estables, sin ningún tipo de sustos. Para 1970 se publicaba el primer ejemplar de la Overstreet Comic Book Price Guide, la cual ya tenía vocación a nivel de todo el país y que con los años se convertiría en el referente de a cuanto, cómo y en que condiciones se tenía que vender un cómic. Poco a poco conceptos como «mint condition» empezaron a asociarse a los cómics, y los degenerados que sellaban sus tebeos en bolsas de plástico empezaron a surgir; todavía no existía auténtica especulación, pero el concepto de que cada cómic tenía su valor por ser un «collectable» y no por la historia que contaba ya estaba ahí. Las librerías de cómics, que ya de por sí empezaban a renunciar «extraoficialmente» a devolver ejemplares de ciertas series por su posible revalorización a posteriori, empezaron a contactar directamente con las editoriales para que les vendieran sus ejemplares sin pasar por los canales de distribución tradicionales; el primer librero en hacer esto fue Phil Seuling, que creó su propio canal de distribución alternativo a imagen y semejanza del que había movido el cómic underground en los 60/70 y consiguió que multitud de librerías renunciaran a la seguridad de las devoluciones en favor de los descuentos, la puntualidad de las entregas -de ahi el miércoles como el «comic book day»- y la precisión absoluta a la hora de hacer pedidos de cada serie que ofrecía el mercado directo.
La Overstreet Price Guide tenía de todo menos cómics underground, porque a Bob Overstreet no debían de gustarle. O yo que sé.

Para los 80 ya empezaron a publicarse los primeros comic books sólo para el mercado directo, y las ya mencionadas novelas gráficas eran un producto ideal para el mismo. Las ediciones cada vez más caras y los proyectos de perfil mediático como Watchmen o Dark Knight Returns empezaron a llamar la atención de los medios de comunicación de masas, que compaginaban las noticias sobre estos cómics con locas subastas de cromos de béisbol que subían de forma desorbitada; si en 1985 se pagaron 25000 dólares por un cromo de 1909, para 1991 se llegó a pagar 451000. Evidentemente y si la gente estaba tan loca por comprar cromos de béisbol, los tiburones de la especulación de andar por casa que tanto se fliparon en los 80 al ver películas como Wall Street decidieron buscar un mercado que no estuviera ya tan explotado como el de los cromos de béisbol, y empezaron a comprar tebeos, los mismos tebeos que habían visto en el New York Times como los ya mencionados Watchmen o Dark Knight Returns. Los había más enteradillos que se molestaron en informarse un poco más, y empezaron a comprar los crossovers de aquellos años, otros empezaron a buscar la primera aparición de fulano o mengano, y así es como acabamos con el número uno de Action Comics valorándose en más de un millón de dólares. Y Marvel y DC tomaron nota del fenómeno, vaya que sí…
Salir en la portada de Time tiene su recompensa, muchos empezaron a especular con este cómic.

Porque era un comprador que iba a comprar el mismo ejemplar dos, tres, cinco o veinte veces. Que buscaba la edición rara, el producto extraño que tenía más probabilidades de revalorizarse, y tomando ejemplo otra vez de los cromitos, para los 90 empezaron a publicarse portadas alternativas, portadas metalizadas, portadas raras. Autores que se acababan de caer del guindo como Rob Liefeld, Todd McFarlane o Jim Lee, sólo por ser novatos que llamaban mínimamente la atención por ser distintos, empezaron a ser comprados por los especuladores a paladas, haciendo que Marvel los publicitara como no había publicitado a nadie. Si Chris Claremont o John Byrne ya habían notado los beneficiosos efectos bancarios de los inicios de la especulación a mediados de los 80 con su X-Men o Man of Steel, el pastizal que se embolsaron los nuevos autores y editores al acabar la década fue tremendo, provocando la fundación de Image -de eso ya hemos hablado otros días- y una compulsión tremenda por parte de los editores a crear un evento cada dos meses, publicar un nuevo número cada tres y, en general, jurar y perjurar que lo que publicas cada mes es un evento irrepetible al nivel de la primera aparición de Superman. Y ninguno de ellos lo era.
Y sí, pase lo que pase acabamos volviendo a este cómic.

Porque como decía Bellocq en la primera película de Indiana Jones, «yo puedo comprar una baratija, enterrarla y dentro de mil años valdrá una fortuna», y aun así el verdadero valor de todos estos cómics está por ver. La regulación que hacía Overstreet o sus competidoras como Wizard -revista creada al abrigo de la especulación y que la fomentó de forma salvaje- es cualqueir cosa menos científica, con lo que nunca sabemos exactamente si los precios que dan son los que realmente deberían tener esos tebeos o lo que ellos quieren que valga. En cualquier caso y para no extendernos demasiado, las burbujas acaban estallando y la de los cromos y los tebeos explotó a lo bestia.
Pero no os creáis que Todd McFarlane no es agradecido a la especulación que lo encumbró, porque tiene una gran colección de cromos de béisbol y de pelotas de home run por las que ha llegado a pagar millones de dólares.

Se dice que la burbuja de los cromos de béisbol estalló en 1994 con la cancelación aquel año de la liga de béisbol, pero lo cierto es que para entonces había muchísima más producción de cromos que demanda. Los cromos raros y viejos como el de 1909 siguieron revalorizándose y llegando a valer más de un millón de dólares, pero todos esos cromos nuevos que compraba la gente entre 1985 y 1994 no valen una mierda, porque se hizo tanta tirada y tantos coleccionistas trataron de coleccionarlos en tan perfecto estado que ninguno de ellos es lo suficientemente raro como para que compensen la inversión de ninguno de los avispados especuladores. Y exactamente lo mismo pasó con los tebeos, con la muerte y resurrección de Superman entre 1993 y 1994, las guerras infinitas de Starlin en Marvel o el final de la primera hornada de Image y los miles de universos de superhéroes que se montaron entre Malibú, Dark Horse o Valiant, millones de eventos irrepetibles que se repetían constantemente, cómics que no tenían en muchos casos valor para los lectores y que nadie compraría por nostalgia porque habían salido el año pasado. El enfrentarse a la burbuja pensando que los tebeos eran cromos de béisbol había sido un error tremendo para Marvel y DC -más para Marvel, no nos vayamos a engañar- porque tras el estallido de la burbuja se encontraron con muchos menos lectores, y es que precisamente todos aquellos eventos y mamarrachadas los habían espantado. Y sin embargo, no aprendieron.
 
Variant covers in a nutshell, oiga.

La Cruzada del Infinito. La Guerra de los Dioses. Final Night. Maximum Security. Our Worlds at War. Contagion. Cómics que salieron a la venta como un gran evento, con portadas alternativas, con portadas metalizadas, con tonterías varias, prometiendo ser la leche y pasando a la historia sin pena ni gloria, porque los editores necesitan rendir cuentas cada año y el crossover les da un pequeño empujoncito de ventas. Lectores que se dicen lectores pero siguen sellando sus cómics en bolsas, mandándolos a un señor de Overstreet a que les ponga una calificación y encerrándolos en cajas, dejando claro que siguen siendo unos especuladores. Decimos que la burbuja estalló, que aquello ya pasó, pero sigue habiendo especuladores haciendo cola para que les firmen los tebeos señores mayores de los que no saben absolutamente nada, los editores siguen buscando ese dinero fácil y con la tontería ya han pasado más de cincuenta años de la primera guía de precios. Ahora decidme si exagero cuando digo que aquella burbuja ha sido peor que el Comics Code, porque los efectos todavía los notamos y los notaremos por muchos años. Tal vez, con esto de lo digital, por fin podremos hacer que los cómics dejen de ser algo inherentemente «coleccionable» y pasen a ser algo «legible»…
Un saludo a todos los libreros que pasaron de comprar el millón de series nuevas que sacaba Liefeld cada mes y contribuyeron a frenar la burbuja haciendo que los 90 fueran una década más soportable.

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