Vaya por delante que reconozco el mérito de Marvel Studios para darle un vuelco a la situación cuando parecía que íbamos a pique, pero creo que a la hora de repasar más o menos por encima la evolución de los lectores de superhéroes en España durante los últimos años -que creo que es parecida en general al resto del mundo- no creo que las pelis de Marvel hayan sido el equipo de fútbol completo y sí el jugador que mete el penalti en el último minuto. Ha sido, para no variar, una suma de factores. Pero vamos con 1990…
Y empiezo por 1990 porque hasta mediados de los 80 todo había sido Bruguera. Bruguera en aquellos tiempos era sinónimo de tebeo, y era un coloso tan grande que daba igual que Montena, Grijalbo, Forum y demás publicaran algo para críos -el principal mercado y donde estaba el dinero- la única forma que tenían de meterse en el mercado de las viñetas era publicando material para adultos y adolescentes que querían hacerse mayores. El cómic no infantil -que al final es del que vamos a hablar principalmente- estaba marcado profundamente por el destape, por la obsesión por recrear un formato destinado al fracaso como era la “revista de cómic” -serializaban siete u ocho álbumes a la vez en revistas mensuales que publicaban ocho páginas de cada álbum- y, en general, por la irrupción de los superhéroes “maduros” con autores como Alan Moore, Frank Miller y demás. Los lectores de cómic de aquellos tiempos pasaban de Mortadelo al Jueves, otros lo compaginaban con superhéroes mientras que otros, los más tarados probablemente, se gastaban un riñón y parte del otro en unos álbumes de Norma en los que primaba el interés por lo gráfico sobre lo literario. Y luego estaban los fans de Conan que sólo leían Conan y se cagaban en todo cuando veían que Buscema no dibujaba el número de ese mes, pero eso ya es otra historia…
La cuestión es que si en los 70/80 los superhéroes lo habían invadido todo poco a poco y demostrado la suficiente fuerza como para afrontar el quedarse el espacio vacio que había dejado la caída de Bruguera, en los 90 llegaron Akira y Dragon Ball, con lo que llegó la gran invasión del manga. Porque si en 1989 el estreno de la película de Batman había traído una “batmanía” circunstancial poniendo en la calle a un montón de gente con camisetas de Batman, aquello no había traído grandes consecuencias y no creo que se tradujera en muchas ventas del cómic, pero Dragon Ball ya era otra historia; Dragon Ball era una serie de TV que adaptaba hasta la literalidad las viñetas del cómic original, con lo que los espectadores de la serie empezaron a comprar el manga para saber como continuaba la historia. En poco tiempo hasta empezaron a autodenominarse otakus y a tener su propia jerga, mezclándose más con el público de videojuegos gracias a revistas como Super Juegos o Hobby Consolas que con los lectores de cómic tradicionales. Si los lectores de Norma o La Cúpula ya habían visto con horror las invasiones de sus espacios “comunes” por parte de los lectores de superhéroes, el horror que debieron experimentar cuando el manga convirtió sus librerías favoritas en auténticas embajadas de Japón en su ciudad debió de ser mayúsculo. Las tiendas de manga y videojuegos crecieron como setas en ciudades en las que ni siquiera habían tenido una librería especializada en cómics, y recuerdo haber contemplado con horror como alguien se compraba ediciones japonesas de los X-Men de Jim Lee, ¿hasta dónde llegaba el fetichismo manga?
El mercado cambió muchísimo, y mientras Planeta/Forum reorganizaba toda su línea de superhéroes y cerraba series intocables como Vengadores o Los 4 Fantásticos -gracias por nada, Tom DeFalco- publicaba más y más manga para explotar aquella mina de oro. Todas las editoriales del momento que publicaron manga consiguieron sobrevivir a los 90 y publicaciones como Cimoc o El Víbora sobrevivieron más allá de lo que uno se hubiera esperado -porque el cómic siempre ha estado en crisis- mientras que Ediciones Zinco, la licenciataria de DC Comics y los que mejor habían editado a Superman, Batman y demás, perdía la licencia a mediados de la década y acababa dejando lo de las viñetas en favor de revistas generalistas y de informática. Para finales de los 90 y con el estreno de Blade o Spawn, supuestamente aumentó el interés del personal en el mundo del cómic, pero en realidad casi nadie se enteró de que ninguno de los dos salía en los tebeos.
Pero antes de cambiar de siglo y empezar a hablar de la revolución cinematográfica, creo que ya es hora de contar como estaba la distribución en España; los tebeos los podías comprar en una librería especializada, que en los 80 eran básicamente librerías de segunda mano salidas de madre. Sabíamos que había librerías en otras ciudades en las que hasta tenían camisetas y juguetitos, pero en aquellos tiempos cuando se hablaba de una librería especializada hablábamos de eso, de una librería con libros y tebeos y ya. La locura de la invasión manga provocó que los mismos distribuidores que te traían los Shonen Jump te trajeran también juguetitos, videojuegos, camisetas, tazas y demás pijaditas, que los libreros aceptaron con los brazos abiertos porque daba igual lo que trajeras, si estaba en japonés se vendía como churros. Mientras tanto, el resto de la distribución seguía igual que desde principios del siglo XX; los tebeos se vendían en los kioskos de periódicos y tiendas ultramarinos y chucherías junto a la Pronto y la TeleIndiscreta, y eran el principal vector de “contagio” del gusanillo del cómic a los niños. Eso sí, los kioskos no se vieron tan afectados por el manga tanto como las librerías, simplemente les hicieron un espacio entre los superhéroes y siguieron vendiendo el Diez Minutos como toda la vida.
Sin embargo y a pesar de la “exposición”, hasta la llegada del manga no era normal que los críos leyeran cómics de superhéroes o europeo, a pesar de que Sarpe había hecho un más que meritorio esfuerzo publicando la revista Fuera Borda con lo mejorcito del francobelga. Los críos en su mayoría leían Mortadelo y demás productos de Bruguera, mientras las niñas iban por su lado y algunas hasta leían Esther, pero aquello era más la versión infantil de la SuperPop que una revista de cómic al uso. Un niño podía traer a clase un cómic de Spiderman y los demás chavales podían acabar infectados rápidamente, con lo que el mito de la marginalidad de los lectores de cómics de superhéroes quedaba desterrado en favor de la realidad de una segregación completa entre lectores y lectoras. Pero eso iba a cambiar con el manga…
Porque a las chicas si les gustaba el manga, porque había animes tanto para chicos como para chicas, y de repente veías a chavales ligando con chavalas a golpe de prestarle cómics de Ranma o Video Girl AI -aunque este último en realidad estaba destinado para pajilleros, te lo digo yo-. Los más espabilados ya le habían prestado mutantes de Claremont a la chavala que les gustaba, pero esos eran los pocos porque todavía continuaba el estigma de “leer tebeos es cosa de críos”. Ya, bueno, pero a videojuegos seguía jugando todo el mundo durante la adolescencia, con lo que la conjunción de manga y videojuegos provocó que muchos pasaran los veinte años y siguieran leyendo tebeos, con lo que para el nuevo siglo había unos cuantos universitarios y licenciados que seguían consumiendo viñetas, dispuestos a llenar las butacas de los cines y ver películas sobre la Patrulla X o Spiderman (que por cierto, las dos habían tenido una serie de animación en los 90). Y es que Grant Morrison ya lo predijo en aquel momento: El futuro es nuestro.