Aprovechando que hace unos días se presentó el trailer de los Nuevos Mutantes, me gustaría aprovechar para compartir con los lectores como fue una de mis primeras tomas de contacto con los personajes. No es una historia agradable, contiene algunos pasajes realmente horripilantes y cada vez que le recuerdo a Diógenes lo sucedido se le hincha la vena del cuello y trata de ahogarme a través de los barrotes. Pero como la historia tuvo un final feliz, creo que este es el momento más apropiado recordar aquellos años en los que odie y mucho tanto a los Nuevos Mutantes como a uno de sus dibujantes mas reconocidos Bill Sienkiewicz.
Antes de seguir convendría añadir un poco de contexto a la historia. Alguna vez ya he mencionado como en aquellos años los lugares en los que podía comprar cómics eran escasos y ofrecían poca variedad. Algunos quioscos aquí y allá y una papelería y un ultramarinos a los que de vez en cuando, mezclado con la prensa y las revistas del corazón, les llegaba algún cómic, eso era todo a lo que podía recurrir para conseguir cómics. Una situación que provocaba que fuese imposible seguir con regularidad ninguna serie, que tuviese huecos enormes en todas las colecciones y que me llevase mas de una sorpresa cuando se producía algún cambio importante en alguna serie.
Y eso fue lo que me sucedió cuando en 1987 me encontré en un quiosco con el numero 29 de los Nuevos Mutantes, en medio de la saga con el origen de Legión (si, me había perdido la saga del Oso Místico, la llegada de Warlock a la Tierra y unas cuantas historias mas, incluyendo el comienzo de esta) y con un Bill Sienkiewicz desatado. Yo como muchos otros me había acostumbrado a ver al grupo dibujado por autores como Bob McLeod y Sal Buscema, dibujantes superclasicos y tradicionales en la linea de lo que estaba acostumbrado a ver, y si en algún correo de aquellos números leí el nombre de Sienkiewicz anunciándole como próximo dibujante, su nombre solo me habría sonado por ser aquel dibujante que tanto me había gustado en aquellos Caballero Luna de surco que tenia destrozados de tanto releer.
Por eso no estaba preparado para lo que me encontré cuando llegue a casa ilusionado dispuesto a leer ese nuevo cómic que me habían comprado y me encontré con aquello, y no me queda mas remedio que reconocer que en aquel momento odie a Sienkiewicz con todas mis fuerzas. Aquello me parecía el cómic peor dibujado que me había encontrado en mi corta vida, fondos que eran un amasijo de garabatos o que directamente no existían (ni me planteaba por aquel entonces DONDE se estaba desarrollando esta historia) personajes con unas anatomías que me resultaban extrañisimas, peinados horribles (¡Como odiaba su versión de Magneto!) unas paginas cuyas viñetas me parecían desordenadisimas (ni sabia lo que era la composición y mucho menos la abstracción) y un coloreado sin sentido.
Definitivamente aquello no era para mi y Bill Sienkiewicz se convirtió en uno de mis dibujantes mas despreciados durante mucho tiempo. Eso me llevo a no querer comprar ni un solo numero mas de la serie, a la que solo regresé ocasionalmente durante el crossover con la Guerra de la Evolución al ojearlo en la tienda y comprobar que June Brigman si que “sabia dibujar” como era debido. Pero al ver que el siguiente numero presentaba el regreso de Legión (si, también odiaba al personaje) y encontrarme con que tras Brigman el cómic lo dibujaba Jackson Guice entintado por Kyle Baker, abandoné de nuevo la serie porque ese estilo de dibujo tampoco me parecía lo suficientemente superheroico (ya que creía que un cómic de mutantes debía estar dibujado por gente como John Byrne o Paul Smith)
Y si hasta aquí mi historia hace que Diógenes se tire de los pelos, toca hablar de mi segundo regreso a la serie, cuando ya me quede definitivamente en ella y Diógenes, al recordar esta parte de la historia, suelta espumarajos por la boca como si fuese la niña del exorcista. Era el año 1992 y había llegado un nuevo dibujante a la serie…Rob Liefeld (sigh). Fue ver aquella portada en la que aparecía ese nuevo personaje que parecía Arnold Schwarzenegger, con el pelo blanco y unos pistolones mas grandes de los que había visto jamas en el cine, que me lance de cabeza a por aquel cómic. Y aunque Liefeld no me parecía tan “clásico” como lo que a mi me gustaba de verdad, dibujaba explosiones muy grandes y sus personajes parecían surgidos de una peli de acción ochentera, por lo que seguí comprando regularmente la serie hasta su final y cuando se convirtió en X-Force.
Con los años las cosas cambiaron, mis gustos evolucionaron y aprendí a apreciar el trabajo de Sienkiewicz. Un aprecio que surgió a raíz de descubrir en mi primera librería especializada y su enorme fondo de números atrasados, el Question de Denny O’Neill donde Sienkiewicz se encargaba de las portadas y la miniserie de The Shadow que continuaba donde lo había dejado Howard Chaykin (dos cómics que tampoco compré cuando se publicaron porque el dibujo me parecía “raro”). Eso me llevo a recuperar como pude, a base de escarbar en aquella librería, retapados, redistribuciones y el rastro, todos los números que me había perdido (incluyendo la etapa de Louise Simonson y Bret Blevins que me había perdido por completo en su momento).
Si, me costo años y casi sudor y lagrimas aprender a apreciar a Bill Sienkiewicz como lo que realmente es, uno de los mejores y mas interesantes dibujantes que nos ha dado el cómic estadounidense y uno de esos en los que la palabra artista casi se nos queda pequeña. Pero que esta historia de autentico horror psicológico sirva como recordatorio de que los gustos de nadie son inmutables, que lo que hoy nos parece un horror sin sentido mañana puede parecernos una obra maestra y que lo mejor es ir por la vida con la mente lo mas abierta posible porque nunca se sabe si vamos a dejar pasar de largo alguna gran obra al dejarnos llevar por nuestros prejuicios.