Decía la semana pasada que en Fantastic Four había un componente extraño respecto a los cómics anteriores de Simon y Kirby. Había una mutación extraña, algo completamente distinto que ya estaba presente desde el primer número, y que se va viendo a lo largo del primer año de vida de la serie. Los personajes no se limitaban a su estereotipado origen, los personajes interactuaban y discutían entre ellos las decisiones que tomaban. El entusiasmo infantil por ir al espacio de Reed, Ben, Sue y Johnny se contrastaba con las consecuencias de su fracaso, y aunque su evolución personal a lo largo del número es tosca y hasta infantil, lo cierto es que la ira de Ben Grimm hacia su amigo Reed Richards marcaba tremendamente aquella primera historia, más aún que el absurdo trauma del villano.
Y es que los roles en el género de superhéroes hasta entonces habían quedado muy definidos: estaba el héroe, la chica, el profesor y el sidekick. Esos roles se repiten en Fantastic Four, pero el héroe en esta ocasión es un monstruo que está enfadado con el profesor, que ejerce de líder y no como su guía. El sidekick tampoco admira al héroe, si no que ríe de él y hasta se pilla un cabreo adolescente y abandona el grupo en el cuarto número, es más James Dean que Bucky. Todos estos giros, que hoy en día parecen tan triviales, acaban siendo el núcleo de lo que iba a ser el Universo Marvel; héroes con pies de barro, la gran contribución de Stan Lee a la historia del cómic. Y es que si releemos los primeros números de Fantastic Four, vamos viendo como poco a poco empieza a picarle el gusanillo a Kirby, que empieza a desplegar su creatividad. De como pasamos de monstruos del mes y némesis prefabricadas no muy distintas de lo que había estado haciendo hasta ahora, a historias cada vez más complejas, villanos cada vez más trabajados y verdadera pasión creativa que alcanza su culminación cuando Kirby pasa de Ayers a Sinott y saltan todos los bloqueos creativos con la llegada de Galactus. Para entonces, Stan Lee está demasiado ocupado con otras series, y Jack Kirby ha tomado el control de la serie por completo. Si se le ocurre una raza de mutantes que viven en el himalaya los mete, si le apetece dibujar un surfista lo dibuja, si quiere dibujar a dios o al diablo lo hace. Kirby ya no tiene límites por ninguna parte, y Stan Lee se limita a tratar de estar a su altura, de hacer un todo más coherente y ponerle los pies en la tierra a todas esas historias.
Porque Stan Lee nunca podrá llegar a donde llegaba la imaginación de Jack Kirby, aquel tipo que no podía conducir porque perdía el contacto con la realidad cada vez que se le ocurría una idea. Y Stan Lee era la mejor pareja creativa que tuvo en toda su carrera, el mejor amigo que hubiera podido tener si realmente se hubiera comportado como tal. Pero si Jack temía por su familia y tragaba mierda, Stan tenía también sus propios miedos y frustraciones; toda su vida había soñado con triunfar como escritor, pero de repente se había encontrado que con casi 40 años seguía en aquel trabajito temporal para el que le habían enchufado de crío. Y entonces ocurría el milargo de su vida y sus cómics tenían éxito, los periodistas se agolpaban a su puerta y lo trataban como si fuera la reencarnación del recientemente fallecido Walt Disney, ¿que más podía pedir? Stan podía hablar con la prensa, era un personaje entrañable, mientras que para Jack su cabeza siempre iba diez minutos por delante de su lengua y muchas veces ni se entendía bien lo que decía. Era mucho más fácil vender la historia del Stan Lee que la de Jack Kirby o Steve Ditko; Stan Lee era el centro del universo, Stan Lee editaba los cómics, Stan Lee escribía los cómics y hasta alguno creía que Stan Lee dibujaba los cómics. Pero no era así, nunca fue así.
Seis meses después de la publicación del primer número de Fantastic Four y mientras el cuarteto se enfrentaba a la gran estrella de Timely, Namor, Marvel presentaba una nueva serie: The Incredible Hulk. Ya fuera porque ni Lee ni Kirby acababan de entender que es lo que había funcionado en Fantastic Four o por la costumbre de hacer cómics de monstruos, The Incredible Hulk vuelve sobre la idea de hombre que se transforma en monstruo, Jekyll y Hyde, un pobre diablo que gracias a la bomba nuclear termina convertido en una suerte de hombre lobo que al caer la noche se convierte en el monstruo de Frankenstein. Hulk era una serie bastante más convencional, ya que contaba con un sidekick -Rick Jones- una chica -Betty Ross- y un héroe que, aunque era esquizofrénico, ninguna de sus personalidades era lo suficientemente interesante en aquel momento, con lo que dependía de los villanos para hacer funcionar cada número. Goodman no tardaría en pedir el cierre de la serie, con lo que a pesar del fulgurante éxito de Fantastic Four, parecía que el incipiente Universo Marvel no iba por el mismo camino. Sin embargo, tanto Stan Lee como Jack Kirby tenían otros planes…
Y es que si el trato con la distribuidora de DC no les permitía sacar nuevas series para sus nuevos superhéroes, usarían sus nuevos personajes en las antologías sobre monstruos como Journey intro Mistery o Tales of Astonish; sólo tenían que hacer que la historia empezara como otro cómic de monstruos, pero esta vez la solución vendría de un héroe que se enfrentaría a ellos con sus asombrosos poderes. Así, en Journey into Mistery 83 aparecería Thor, repitiendo una idea que Kirby ya usó en DC (Tales of the Unexpected 16, 1957) y en la que un tipo se encontraba el martillo de Thor y conseguía hacer llover con él. El Thor de Marvel originalmente vendría guionizado por Larry Lieber -el hermano de Stan- pero creado por Stan Lee y Jack Kirby, cosa que permitiréis que ponga en duda. A Kirby le gustaba mucho la mitología nórdica y, como decía, ya había usado el personaje de Thor en otros dos cómics -también lo usó como villano durante su reboot de Sandman cuando llegó a National, por eso de que a los nazis les gustaba mucho Wagner y tal-, así que no me extrañaría que esta historia saliera directamente de Kirby y luego la dialogara directamente Lieber, porque como siempre que pasa cuando Larry es el guionista y no Stan, el cómic es francamente inferior. Y es que el Thor de los inicios es el superhéroe más convencional de la Marvel de la primera hornada, y hasta en ciertos puntos recuerda a la fórmula más retrograda del género al tener un interés romántico femenino que sólo aparece al final de cada historia para lamentarse de que el Doctor Blake sea un cojo cobardica y no el maromazo que es Thor.
Por su lado, Hombre Hormiga es bastante más interesante, porque ésa si que empieza como una historia de monstruos más. De hecho, su primera aparición es como Hank Pym (Tales to Astonish 27) en un plagio evidente del Hombre Menguante de Matheson, con el pobre Hank volviéndose diminuto y teniendo que pegarse con hormigas de su jardín, renegando de sus partículas Pym al final del cómic y desacreditándose a si mismo ante la comunidad científica para que nadie repita el error de volverse diminuto. La cosa podía haber quedado en la enésima historia de científicos locos como Gorilla Man (un tipo que se cambiaba de cuerpo con un gorila, no preguntéis), pero casi un año después el número 35 de Tales to Astonish traía de vuelta al Hombre Hormiga y pronto se le uniría un intrépida heredera llamada Janet Van Dyne como La Avispa. A Jack Kirby aquellos personajes le parecían una mierda, ¿qué sentido tenía un superhéroe que se hacía pequeñito? La gente quería ver héroes que hacían cosas grandes, que eran fuertes y poderosos. Un señor que se convierte en hormiga es ridículo, inútil, no le interesaría a nadie, con lo que Kirby no se cansó de pedir que le cambiaran de serie, que aquello no le interesaba en lo más mínimo. Y si la historia hubiera sido de otra forma lo habrían hecho, porque el mismo mes en el que debutaba Pym como Hombre Hormiga, haría su primera aparición uno de los superhéroes más importantes de la historia de Marvel: Spider-man.