Ha saltado este fin de semana la noticia de que a un tal Daniel Ketchum, editor de X-Men, había dejado la editorial. Por algunos lados ya empiezan a decir directamente que lo han despedido, y algunos hasta aventuran a decir que es por no haber atado en corto al dibujante Arden Syaf, el tipo que plantó mensajes ocultos un tanto siniestros en el primer número de X-Men Gold. Como esto de saber que es lo que hacen los editores es algo muy complicado de saber para los lectores, creo que no está de más hacer un pequeño repaso de la historia de los editores mutantes y así tratar de poner en perspectiva lo que ha pasado. Vamos con ello:
Cuando allá por el año 2000 Joe Quesada irrumpía en Marvel como una cacharrería y hablaba de que iba a «arreglarla» -a base de poner en práctica los planes que Jemas ya había elaborado con Harras- el nuevo editor en jefe proclamó que lo primero que iba a hacer era poner en orden X-Men. Que los mutantes eran la joya de la corona de Marvel y estaban muy mal, que estaban muy revueltos. Daba igual que Uncanny X-Men fuera el cómic más vendido por aquellos tiempos, Quesada quería que los mutantes volvieran a ser el blockbuster de antaño. Se hablaba de más calidad y menos cantidad.
Y su gestión de aquella crisis inventada se basó en cerrar todas las series o transformarlas en otra cosa como X-Force, cambiarle de nombre a X-Men por New X-Men y fichar a Grant Morrison para que llevara los mutantes a las órdenes de uno de los mejores editores de Vertigo, Axel Alonso. Morrison hizo sus historias por su lado mientras Uncanny caía en manos de un Joe Casey lamentable, mientras que el anterior guionista de ambas series -Chris Claremont- demostraba en la nueva Xtreme X-Men que si le hubieran dejado un poco en paz probablemente podría haber llegado a contar algo mucho más interesante. El balance final del relanzamiento de Quesada fue un fracaso de cara a las ventas y un éxito de cara a la opinión de la crítica, porque Morrison consiguió hacer una buena etapa y recuperar viejos/nuevos lectores mientras la mayor parte de las otras series como el relanzamiento de Cable o la propia X-Force no contarían con el favor del público a pesar de que ambas series fueran excelentes; en definitiva, se había fracasado en el empeño de convertir a la gran familia mutante en un éxito global, pero la buena prensa de la etapa de Morrison mejoró la imagen de una franquicia mutante que llevaba demasiados años cargando con la cruz de la morralla de Lobdell.
A la hora de suceder a Morrison, el nuevo editor Mike Marts tiró de «star power» y llamó al mismísimo Joss Whedon, poniéndo a su servicio a John Cassaday, otro dibujante no convencional que no conseguiría estar a la altura de su antecesor, Frank Quitely. La serie de Whedon con sus retrasos constantes, unido al hecho de que el relanzamiento de series mutantes con poco gancho como New X-Men: Academy X o District X no consiguieron tampoco recuperar el éxito de antaño, dejaron claro a Alonso que el giro «diferente» de Marvel no iba a conseguir reforzar la franquicia en general y que, una vez ya se había lavado la imagen de los mutantes, lo que tocaba era vender. Y para vender, tocaba volver a lo que vendía de verdad, que eran los grandes crossovers dibujados por gente a la que le gustaban los dientes apretados y los músculos imposibles. Ed Brubaker capitanería el nuevo reboot con maxisagas como Messiah Complex, pero lo cierto es que para entonces el foco de Marvel ya empezaba a saltar a hacia los Vengadores, que con Bendis y las adaptaciones cinematográficas correspondientes de camino empezaban a ser la prioridad absoluta de la editorial.
Y es que desde entonces los mutantes han estado en un segundo plano, completamente castigados. Que no es que Brubaker o Fraction fueran autores de segunda fila, pero lo cierto es que su trabajo en ellas era muy discreto y Uncany ya no tenía el poder de llamada que tuviera en su día gracias al penoso trabajo de Casey o Chuck Austen. Las series «secundarias» como Factor X o Lobezno sobrevivían como podían, siendo cerradas y relanzadas constantemente sin que nadie les prestara la atención de antaño. Para 2010 y tras la marcha de Fraction, Marvel colocó al guionista de Generation Hope -un spinoff de las macrosagas de Brubaker/Fraction- Kieron Gillen de guionista de Uncanny X-Men junto a Jason Aaron, que llevaría la nueva Wolverine & The X-Men. Para entonces, la serie original del «X-Men» a secas, aquella con la horribilísima portada de Jim Lee y sus ocho millones de ejemplares vendidos a especuladores, había pasado a un discretísimo segundo plano de irrelevancia y era completamente ignorada por los guionistas de las dos series madre.
Pero mejor lo dejamos por hoy -esto de hablar de Jim Lee es lo que tiene, que me descentra- y ya seguimos mañana con la larga decadencia mutante.