Es un delito que nos hayamos pasado todos estos años sin una nueva película de Mel Gibson. Es tremendo y lamentable, toda una pérdida para el cine que este hombre haya estado en el dique seco y se haya limitado a hacer cameos, personajes secundarios y hasta un protagonista, pero no que haya vuelto a sentarse en la silla del director desde que hizo Apocalypto hasta esta Hacksaw Ridge. Porque Hacksaw Ridge es muy buena, y nos recuerda por qué carajo Mad Max es uno de los mejores directores de cine de la actualidad.
Hacksaw Ridge nos cuenta la historia real de Desmond Doss, un soldado de la Segunda Guerra Mundial interpretado por Andrew Garfield que se niega a matar, y que se presenta voluntario con la única intención de convertirse en un médico y curar a los demás. Doss quiere ganar la guerra contra Japón y los nazis, sólo que su fé y otras convicciones propias le impiden matar a otros seres humanos o el mero acto de coger un arma. La primera hora de la película, esa parte en la que nos cuentan quién es Doss y como llega hasta la batalla de Okinawa donde se desarrolla el clímax del film, esta relatada con una habilidad y una fluidez increíble, con un Gibson en estado de gracia que nos cuenta el desarrollo emocional del personaje desde su niñez bajo un padre alcohólico. Este padre, interpretado por un estupendo Hugo Weaving, marcará gran parte del pacifismo de su hijo al contarle los horrores de la Primera Guerra Mundial y ser un vivo ejemplo de lo perjudicada que puede quedar la psique humana tras pasar por un conflicto de esa envergadura.
Doss descubre ya desde su más tierna infancia lo horrible que puede ser la violencia y lo satisfactorio que resulta salvar una vida, con lo que pronto pone su meta en ser médico a pesar de ser pobre y no tener dinero para conseguir una educación. Mientras tanto conoce a Dorothy, una enfermera de la que se enamora y que empieza a pasarle libros de medicina que va devorando con verdadera pasión; todo esto está narrado por Gibson en escenas rápidas y sencillas, dándonos en veinte minutos todo el trasfondo del personaje desde su infancia y su relación con Dorothy hasta su alistamiento en el ejército por su necesidad de parar a Hitler y convertirse en médico. Durante los siguientes cuarenta minutos veremos la instrucción de Doss y como sus compañeros y superiores reaccionan a su peculiar comportamiento, presentándonos de paso a los personajes que veremos luchar y morir a lo largo del resto de la película. Ninguno de ellos quiere a Doss a su lado porque dan por hecho de que al no llevar un arma no podrá salvar sus vidas, con lo que hacen lo posible para conseguir expulsarlo del ejército. Sin embargo, la tenacidad y hasta alguna ayuda sorpresa venida de quien menos uno pueda esperarse acaban haciendo que Doss termine licenciándose junto a sus compañeros y poniendo rumbo a la batalla de Okinawa y a Hacksaw Ridge.
Y es justo allí donde Mel Gibson demostrará que todas esas películas de acción que hizo en los 80 no cayeron en saco roto tal y como ya demostró en Apocalypto; porque estamos ante un auténtico despliegue para plasmar la guerra de la forma más cruda y trepidante, heredera del mejor Peckinpah y que hasta darle un par de lecciones a Clint Eastwood, cuya duología de Cartas desde Iwo Jima/Banderas de nuestros padres se queda un tanto coja comparada con la hora que se pasa Andrew Garfield arrastrando heridos por esa misma batalla. Es cierto que hablamos de estilos distintos y de diferentes intenciones de ambos directores, pero Gibson es capaz de hacer que parezca fácil lo difícil, y consigue dejarte imágenes tan diametralmente distintas en la retina como ese pie que vuela hacia la cámara tras una explosión o el plano de Dorothy poniendo la mesa junto a la madre de Doss mientras este devora un libro de medicina.
Termino repitiendo lo que dije al principio, que es una pena que no haya habido más películas de Gibson desde Apocalypto. Que hablamos de que ha sufrido un boicot absurdo todos estos años, y que a las majors de Hollywood nunca les ha gustado la idea de que se lo montara por libre e hiciera las películas que le da la gana, con lo que siempre ha tenido muchísimas dificultades para conseguir la distribución de sus películas. Pero no nos engañemos, cada una de las películas que saca Mel Gibson no hacen más que demostrar que su peor película sigue siendo Braveheart, dejando claro que aquel Oscar que le dieron por ella porque en aquellos tiempos estaba de moda dárselo a actores-directores no fue una estupidez como aquel que le dieron a Kevin Costner por la misma época. Mel Gibson es tan tremendamente bueno que es capaz de colarme una película de la pasión de Cristo en arameo y aún así conseguir que salga aplaudiendo del cine. Y sí, estoy deseando que Robert Downey Jr consiga su objetivo y lo ponga a dirigir Iron Man 4, que cojones.