Lo que os voy a contar hoy puede que os parezca banal o incluso aburrido, pero creo necesario presentar un testimonio de aquello que me sucedió hace apenas unos días, cuando en mi crecimiento personal como jugador de Street Fighter V me encontré con una Cammy de mayor rango que yo, que estaba a sólo cinco puntos de abandonar el rango de novato y ascender al peldaño superior que podía suponerle estar en la Liga de Bronce. Yo por mi lado me hallaba un poco más abajo, a 24 puntos, y supe que me estaba jugando todo en esa pelea. Era la gloria o hundirme una vez más, y todo dependía de la suerte, de mi propio aprendizaje y del lag. El puto lag.
La batalla se llevaría a cabo en la base de Shadaloo, en un aeropuerto sobre el que los esbirros del malvado M.Bison (Vega en el original japonés) observaban atónitos como el guerrero vagabundo (Ryu) se enfrentaba a la abeja asesina (Cammy). Yo sabía que iba a ser una batalla dura, así que desde un principio tuve la intención de hacer que Ryu vendiera cara una hipotética derrota. Según empezó el combate Cammy se acercó tremendamente rápido hacia mí, tratando de alcanzarme gracias a alguna patada fugaz que pudiera rozarme. Consciente de que no podía permitir que la pelea estuviera a su gusto desde el principio, me alejé de ella buscando un espacio con el que poder dominar el campo de batalla. Finalmente Cammy pasó de intentar alcanzarme con sus golpes aereos cuando vió como trataba de alcanzarla con una patada baja, por lo que decidió imitarme y lanzó un puñetazo al aire, luego una patada. En aquel momento fuí consciente de que mi rival no sabía todavía medir las distancias, ni siquiera de las que podía recorrer su propia pierna; era la hora de atacar.
Mi Ha Do Ken no buscaba dañar al rival, sólo restringir sus movimientos, con lo que Cammy no tuvo más remedio que saltar y colocarse a tiro. Sin embargo mi rival fue listo y consiguió despistarme con sus movimientos, con lo que consiguió situarse trás de mí el tiempo suficiente como para golpearme en la cabeza, pero dándome el suficiente margen de recuperación como para que pudiera devolverle el daño con un Sho Ryu Ken. Volví a alejarme, buscando espacio y tratando de controlar el ritmo del combate. Sin embargo, ella era consciente de lo mucho que le convenían las distancias cortas y decidió emprender una persecuación, golpeandome primero en la cara con una patada aérea y luego en el pecho, pero conseguí defenderme de ambos ataques y tumbarla de una patada baja bien fuerte.
Notaba el nerviosismo de mi rival, al que en cuanto se puso en pie abatí con un puñetazo en el estómago y otro Sho Ryu Ken que le quitó un cuarto de su vida. Ya sólo le debía de quedar un 45% mientras que a mí me quedaría en torno a un 90%, el combate empezaba a ponerse de mi lado. Se repitió el baile anterior, con mi rival intentando darme caza y pillarme en un renuncio mientras lanzaba mis proyectiles que tanto restringían su movimiento. Fue capaz de esquivarlos en una ocasión con PUÑO MIERDER y golpearme, pero su habilidad no alcanzó a continuar castigando mi descuido y cayó presa rápidamente de otra de mis patadas, abriéndome las puertas para que volviera a golpearla a placer hasta dejarla a un 13% de su vida. Llegaba la hora de rematar la jugada, era el peor momento de la partida; muchos jugadores se ponen nerviosos en momentos así y empiezan a cometer errores, yo me propuse mantener la cabeza fría y pensar sólo en mi objetivo. Dos golpes, tres, el final del combate se acercaba y mi rival sabía que un solo golpe significaba dar el primer asalto por perdido. Finalmente aproveché otro de sus deslices y, al esquivar uno de sus golpes, le devolví su ataque con una patada huracanada que dió por finalizado el combate.
El segundo combate he de reconocer que fue bastante peor en mi actuación. A pesar de que fui capaz de hacer que encajara varios golpes y hasta un super para ponerla contra las cuerdas, Cammy a su vez fue capaz de colarme el suyo en el último momento y dar por finalizado el combate cuando menos vida le quedaba. No pasaba nada, quedaba el último asalto. El asalto en el que, ahora sí, nuestro futuro más inmediato iba a decidirse.
El principio del asalto final fue idéntico al primero, los dos volvíamos a medir nuestras distancias y nos negábamos a subestimar a nuestro rival. Olíamos ya el premio final y no íbamos a ponerselo fácil a nadie, pero fui capaz de mantener mis defensas y golpearla con total impunidad, bajando su barra de vida bastante más rápido. Probablemente los nervios estarían ganando lo mejor de ella, y poco a poco mi Ryu empezó a ganar toda la confianza que Cammy iba perdiendo. Sabedor de que los ataques aéreos poco harían con ella y sus ataques antiaéreos, me mantuve con los pies en el suelo hasta poner tierra de por medio y volver a someterla con uno de mis proyectiles y mi enemigo volvió a cometer su error. Había llegado el momento final:
Sabía que no podía confiarme ni malgastar ni un solo golpe, tenía que jugar bien mis cartas y llegar al final del camino. Mi rival ya sabía lo que era jugar a la contra, porque al fín y al cabo exactamente eso era lo que había hecho con éxito en el asalto anterior. Ella tenía difícil hacer un superataque, yo lo tenía imposible, así que el resultado de aquella pelea se decidiría al viejo estilo y con lo puesto. Se acercó hacia mí, soltó un puñetazo que esquivé de un salto, caí y ella trató de hacerme perder mi apoyo y caer, pero aun así me defendí, dándome el margen de tiempo suficiente como para…
Aquello era el final. Cammy cayó al suelo ante todos los atónitos espectadores. Unos cohetes sonaron en el cielo, tal vez celebraban mi victoria. No sé que fue de Cammy, pero en aquel momento fui consciente de que el futuro tendría un color distinto, y que mi largo camino por Street Fighter V acababa de comenzar. Era consciente de que en las ligas superiores me esperaban muchas palizas, pero eso me serviría para aprender, para crecer, para mejorar. Para disfrutar aún más aquel juego. Y quién sabe si -¿por qué no?- para rellenar más posts de Brainstomping y para aburriros más, desconsiderados. Quedan dos días más de posts y nadie puede acusarme de que no hayan sido variados. ¡Muérete de envidia, M’Rabo!