Ayer realizamos un viaje por la nostalgia hasta una épica época en la que quienes hoy en día son estrellas consagradas no eran más que unos inocentes veinteañeros llenos de sueños y esperanzas a los que el éxito y la fama les convirtió casi en leyendas. Vimos como una serie que languidecía tristemente había sido dejada de lado por su público y como la llegada providencial de un joven artista revoluciono el medio y nos dejo para siempre grabado a fuego en las retinas una forma de hacer comics que hasta la fecha no habíamos visto jamás. Hoy terminamos este apasionante repaso no sin desearle a Diógenes que este disfrutando de su paradisiaco crucero y con la lectura de este análisis de uno de los comics de los que más se acuerda.
Pero la victoria de Rusty y Desliza tuvo un sabor amargo, ya que junto con las autoridades locales hicieron acto de presencia los agentes federales conocidos como la Fuerza de la Libertad (anteriormente conocidos como Hermandad de Mutantes Diabólicos y a los que el Escuadrón Suicida debió haber demandado por plagio) para hacerse cargo tanto de los villanos como de ellos dos, quienes fueron arrestados de nuevo para continuar cumpliendo con su condena y a quienes no trataron con mucha delicadeza pese a la de vidas que habían salvado.
Pero lejos de allí hacia acto de aparición un nuevo jugador en el tablero de una forma de lo más explosiva. Estaba teniendo lugar el primero de una serie de atentados terroristas perpetrados por un nuevo y misteriosa organización que se hacía llamar el Frente de Liberación Mutante y cuyo misterioso líder tenía una sola demanda que hacer a las autoridades, la liberación de Rusty y Desliza. ¿Quienes eran estos misteriosos terroristas? ¿Y quien era ese señor que iba a debutar en el siguiente numero? Material de leyenda, eso es lo que son.
Louise Simonson consiguió escapar de forma admirable del crossover impuesto desde arriba y conseguir que el pegote no cantase, pero hay que reconocer los meritos cuando es necesario y quien destaco aquí por encima de todo fue Rob Liefeld. Su estilo fresco y energético fue un soplo de aire fresco en una serie que se había anquilosado en el pasado y que necesitaba con urgencia la renovación que trajo el artista californiano. Su imaginativo uso de las perspectivas y de los ángulos de cámara aporto un dinamismo a la serie como jamás se había visto antes. Los personajes se movían en escenarios que parecían surgidos de una pesadilla de Ditko o Escher en los que las leyes de la física o de la anatomía se rendían a las leyes de la espectacularidad.
¿Que extraña magia Asgardiana es esta?
De pronto esos escenarios que siempre habían sido insulsos y sin vida vibraban con energía y chorreaban rayas, y las rayas tenían a su vez mas rayas, como si un lobezno con párkinson se hubiera paseado por allí con las garras desenfundadas marcando todo lo que se cruzaba en su camino. Pero esas rayas que se convirtieron en una de las señas de identidad de Liefeld no se limitaban a los escenarios, ya que los personajes de pronto contaban con miles de líneas de expresión facial que les hacían parecer tan vivos como los propios lectores que no se creían el espectáculo que de desarrollaba ante sus ojos.
La expresividad facial fue otro de los puntos fuertes de Liefeld, quien nos dejo claro con una facilidad pasmosa que había pocos autores capaces de igualar su nivel. Con la misma facilidad con la que nos mostraba a un personaje cabreado nos sacaba a otro más cabreado aun y a un tercero cabreado y con los dientes apretados. Pero también era un maestro a la hora de reflejar con la misma sencillez aparente momentos más relajados de la trama con sus expresiones de sorpresa o de horror. Parecía que nada estaba fuera del alcance de su talento.
¿Pero que es la expresividad facial sin el dominio del lenguaje corporal? Los personajes de Liefeld transmitían en todo momento la tensión del momento con unos simples trazos, no necesitaban más que un cambio de postura o una crispación en sus manos para dejarnos claro que lo que estaba sucediendo era impactante. Famosa y muy imitada fue su postura de “montando el caballo invisible” nos permitía darnos cuenta al instante de que esos personajes estaban preparados para la batalla. Estaba claro que como Liefeld había muy pocos.
Tal fue el éxito de su llegada a la serie que las ventas que hasta entonces habían ido menguando de forma inexorable no solo remontaron, sino que se salieron de todas las escalas. Marvel viendo esto supo que un talento así no se le podía contener y antes de un año Louise Simonson había cedido los guiones a esta nueva estrella quien acabo consiguiendo que unos personajes por los que nadie daba ya un duro acabasen convirtiéndose en el segundo comic más vendido de la historia de la editorial (no lo digo yo, lo dice Liefeld cada vez que tiene la oportunidad) aunque para ello tuvieron que morir y renacer de sus cenizas cual ave fénix, pero eso sera una historia para otro día.
Liefeld siguió demostrando su innato talento y a la espectacular subida de ventas añadió la creación de dos de los personajes más inmensamente populares de la época, un éxito que no ha menguado en estos años y que les ha llevado a uno de ellos a dar el salto a la gran pantalla con el otro a punto de seguir sus pasos. Si, han pasado veinticinco años desde entonces y la estrella de este sonriente artista no solo no se ha apagado, sino que sigue brillando casi como el primer día, tan brillante como debe estar la bronceada cara de Diógenes quien debe estar dándose cuenta tumbado en su hamaca de que a veces no es bueno obligar a la gente a trabajar en contra de su voluntad.