Vivo en estos días adormecido por el opio del pueblo, a caballo entre el mundial de fútbol y las invasiones de Dark Souls, con lo que hoy no me veía con mucho de lo que hablar en este post. Estaba yo dándome de galletazos por el bosque del Gato de Chesire, defendiéndolo de la gentuza que trataba de profanarlo, cuando me dí cuenta de qué iba a hablar. Porque en mitad de esta orgía de violencia que significa el fin de Games for Windows Live y el modo online Dark Souls -que es el 45% del juego, jugado offline no tiene ni la mitad de gracia- me di cuenta de que es lo que este juego le debe realmente a Legend of Zelda. O por lo menos al Legend of Zelda que salió originalmente para NES…
Volvemos a finales de los 80: Legend of Zelda para NES era la historia de un héroe sin nombre que aparece en medio de la nada vestido de verde y con un escudo en la mano. Ante él hay una cueva en la que un viejo le dice que es peligroso ir solo por ahí fuera y le da una espada. A ambos lados del viejo hay un elemento importante: hogueras. Link (que es el nombre del protagonista de Zelda, aunque no sé si eso es realmente un nombre) sale de la cueva sin saber muy bien que es lo que está haciendo ni por qué lo hace. Empieza a dar tumbos por ahí hasta encontrar un sitio donde no le matan demasiadas veces, consigue algunos items, piezas de corazón con las que aumentar su barra de vida… Tras varias horas de dar tumbos, de repente se esta pegando contra el enorme sprite del jefe final de una mazmorra y pronto se la ha pasado, con lo que se repetirá el ciclo de dar tumbos hasta encontrar un sitio que pasarse sin que le maten. Y así hasta el final del juego, donde se encontrará al malo más grande de todos y salvará a la princesa Zelda (porque por lo visto el juego iba de eso).
Dark Souls empieza con tu personaje muerto en una prisión repleta de zombies. Es cierto que el juego empieza con una intro que intenta contarte de que va todo el desaguisado, hablando del origen del mundo, llamas primigenias y traiciones de todo tipo, pero tras un tutorial un tanto lineal cuya lección fundamental es la de que aprendamos a escapar cuando es necesario, el juego empieza en mitad de la nada. Un npc se burla de nosotros y nos dice que tenemos que tocar dos campanas para que pase «algo», que una campana está arriba y otra abajo. Y hala, a buscar un sitio en el que no te maten demasiado y así poder avanzar hacia alguna parte… Porque Dark Souls tendrá un sistema de niveles de experiencia que aliviará un poco el avance, pero en esencia el desarrollo es el del Zelda original; dar tumbos hasta encontrar algo que hacer. Se añade a ello la mecánica de los JRPGs de Square y Enix, la de levelear hasta que nuestro personaje sea lo suficientemente sobrado como para pasarse el siguiente monstruo, pero tampoco es que el nivel de experiencia se note tanto como en un Final Fantasy.
Pero a la vez, Dark Souls también esta funcionando con mecánicas de los RPGs occidentales, con aquellos Might & Magic de patear mazmorras y moverte por un mundo subjetivo. Como los primeros juegos de Elder Scrolls (todos hasta Morrowind, más o menos) que te dejaban ir a donde te diera la gana sin saber exactamente que hacer, hasta que la dura realidad de encontrarte en zonas con enemigos demasiado poderosos te iba guiando hacia lo que realmente debías hacer. Se repiten mecánicas como la de necesitar tal anillo para cruzar tal zona, búsqueda de llaves y de equipo, pero al final del día y en el mundo en el que vivimos del millón de checkpoints de Mass Effect, Dark Souls apareció y todo el personal empezó a hablar de que era dificilísimo, cuando en realidad sólo estabamos ante un juego que hace unos años habría parecido hasta fácil. Dark Souls en sí no es dificil ni en New Game+, sólo pide perseverancia, aprender mecánicas y salvo algún que otro jefe final, no te pide unos niveles de habilidad al nivel de los últimos niveles de Contra o Ninja Gaiden. Mañana volveremos sobre el tema y veremos cuando las cosas empezaron a cambiar en esto de los videojuegos, y nos encontraremos que el máximo culpable es el sospechoso habitual de siempre: Internet.