La saga del Ejército del Lazo Rojo duraría unos cincuenta capítulos, casi lo mismo que había durado hasta entonces toda la serie, y la historia se publica en unos ocho meses entre finales de 1986 y el verano del 87. La producción de Toriyama ha aumentado, el éxito llama a la puerta de la serie y las aventuras de Son Goku sufren un giro preocupante durante esta saga, uno que poco a poco irá marcando el resto de la serie.
1987 en Shonen Jump viene marcado por la publicación de otro Battle Manga, JoJo no Kimyō na Bōken, mientras Kodansha presenta 3×3 Eyes y continúa publicando en su Young Magazine clásicos como Akira de Otomo o el Dominion Tank Police de Masamune Shirow. Son productos enfocados a un público más mayor que los Shonen de Shueisha, pero su éxito no deja de influenciar al resto del mercado. Por su parte, Shogakukan sigue dependiendo de su estrella, Rumiko Takahasi, y presenta una nueva serie que mezclaría el humor de Urusei Yatsura con las artes marciales chinas: Ranma 1/2. Con esto tenemos un panorama japonés que en cierto modo tiene cierta simetría con lo que se esta viendo en occidente, con el ascenso del «grim & gritty» de Dark Knight Returns que, por otro lado, no dejaba de ser heredero de bastantes publicaciones inglesas y europeas. Hablando en plata, es en ese momento en el mundo del cómic empieza a globalizarse, y series como Akira empiezan a publicarse en Europa y EEUU. Dragon Ball, por supuesto, no iba a tardar en seguir el mismo camino…
Habíamos dejado a Son Goku tras finalizar el Gran Torneo de Artes Marciales, y al chaval no se le había ocurrido nada mejor que hacer para entrenarse que salir a la búsqueda de la bola del dragón de cuatro estrellas, la misma bola que le había regalado su abuelo. Las cosas no tardan en complicarse cuando un miembro del ejército del lazo rojo, que también esta buscando las bolas en cuestión, le revienta la nube Kinton a Son Goku y le deja sin su principal medio de transporte. El chaval no tarda en deshacerse de la molestia que supone el tal Silver -que así se llamaba el asesino de nubes- y continúa la búsqueda de las bolas, encontrándose que la siguiente bola está en manos de un tal Coronel White, que tiene aterrorizado a un pueblo entero desde su base en el último piso de la Muscle Tower. Uno no quiere buscar significados políticos, pero teniendo en cuenta que la primera historia es en un desierto (Afganistán estaba en guerra con la URSS durante los 80) y teniendo en cuenta la ambientación casi siberiana de esta segunda parte de la historia contra el ejército (del lazo) rojo… Nah, mejor no pensar más en ello.
Aquí Toriyama usa un esquema casi de videojuego muy cercano al de Juego con la Muerte de Bruce Lee, en el que Son Goku se enfrentará a Frankenstein, ninjas y hasta con Terminator, en el que supone el primer «homenaje» de Toriyama a la saga creada por James Cameron -el que haya leído la saga de Cell ya sabe de lo que hablo-. Tras encargarse del asunto y recuperar a Kinton, la serie vuelve a sus orígenes aventureros cuando Son Goku viaja a la capital para conseguir que Bulma repare el radar que utiliza para detectar las bolas del dragón, y la cosa acaba algunas escenas al más puro estilo Paco Martinez Soria, con el tipo de provincias que visita la capital y los malentendidos que eso provoca. Una vez reunido con Bulma, los dos deciden proseguir la búsqueda de las bolas del dragón y acabarán metidos (junto a Krilin) en una antigua base pirata mientras son perseguidos por el Coronel Blue, en una historia que remite muchísimo a Indiana Jones por el rollo de tesoros perdidos, submarinos y a que el Coronel Blue va vestido de matón del partido nazi.
La cosa acaba con la base saltando por los aires y Son Goku saliendo a la carrera detrás del Coronel Blue, el cual acaba estrellándose… En la Villa del Pingüino, provocando el crossover Dragon Ball/Doctor Slump. La historia es un pelín salida de madre, con el Coronel haciendo el ridículo en todo momento y Son Goku conociendo a Arale, al profesor Norimaki y a toda la pintoresca tropa de Dr Slump. Pero todo esto no deja de ser un pequeño entreacto de cara al clímax de la saga del Red Ribbon, cuando la organización se harta del problemático chaval que les está arruinando una base tras otra y decide eliminarlo de una vez por todas contratando al mejor asesino a sueldo del mundo, Tao Pai Pai.
Toriyama sigue siendo un tipo la mar de original, ¿no?
Tao Pai Pai es un tipo realmente chungo, y una de las primeras cosas que hace es matar a un tipo de un lengüetazo -no preguntes-. Lo siguiente que hace es matar al padre de Upa, un niño indio que vive en la base de una torre sagrada. Son Goku se enfrenta a él, pero Tao le pega la paliza de su vida y se larga descojonándose, dándolo por muerto. Gente muerta, Son Goku derrotado por un tipo realmente chungo y nada de cachondeo. Las cosas están cambiando en la serie, y da igual que Goku se encuentre con un gato maestro de artes marciales, la inocencia ya se va perdiendo. Goku acabará venciendo a Tao Pai Pai, se encargará del Ejército del Lazo Rojo y conseguirá reunir las bolas para resucitar al padre de Upa, pero ni el breve enfrentamiento que tiene con Pilaf es tan «comico» como los anteriores ni la prueba de artes marciales a la que le somete Baba la adivina es tan inocente como lo había sido el Torneo de Artes Marciales. Cuando al final de la saga Son Goku llora como el niño que es al reencontrarse con alguien de su pasado, nos damos cuenta de que la inocencia de la serie está muriendo. Dragon Ball empieza a ser Z y el segundo torneo de artes marciales empieza a parecer más serio de la cuenta…