En mitad del hielo que había devorado aquella ciudad por completo había dos puntos negros a los que ya solo iluminaban las luces de un bar que acababa de cerrar. Uno de los puntos negros estaba sentado en un banco, sujetando una botella vacía como si fuera un niño pequeño. El otro, que más que un punto parecía una ese, estaba tumbado sobre el bordillo de la acera, haciendo movimientos extraños propios de un epiléptico:
-¡Mañana no hay tira!
-Mañana es navidad, mañana no hay nada.
-Lo sé, ¡pero no hay tira!
Diógenes tuvo esa ocurrencia genial que tienen todos los borrachos de intentar encestar una botella en un contenedor a quince metros, una de esas tareas que ni Michael Jordan sobrio podría llegar a realizar. La botella se estrelló ruidosamente contra una farola, estallando en montones de pedacitos verdes que se fundieron con la nieve:
-Pues yo juraría que esa puta se ha movido la farola.
-¡Siempre es igual con el listillo que no puede equivocarse! -M’Rabo se sobrepuso a las dos cervezas que se había bebido y se levantó- ¡La farola se ha movido porque el señorito es un inútil!
-¿Para qué te levantas? No tenemos ningún sitio al que ir.
-Yo sí, porque lo que es mear tengo que mear en algún sitio, ¿no?
Lo cierto es que mearas o cagaras, lo único que salía eran cubitos de hielo. M’Rabo se colocó entre dos coches y empezó a aliviarse mientras iniciaba su juramento favorito:
-En el baño más brillante, en el retrete más oscuro, ningún… ¡Hostia! -se interrumpió- ¿Esa no es la bollera traidora?
Diógenes abrió los ojos, pero lo que le devolvieron sólo fue sombras borrosas. Una de las sombras se alejó rapidamente de ellos, pero la que debía ser M’Rabo saltó sobre ella, sujetándola con la única mano que no tenía ocupada:
-¡Ven aquí, desgraciada! ¡Que por tu culpa tengo que escribir siempre para el negrero este!
Diógenes se levantó tambaleante con la idea de ir hacia ellos, pero la sombra usó un spray antiviolador sobre los ojos de M’Rabo y salió corriendo, dejando que el pobre despojo humano cayera al suelo y se golpeara la cabeza contra el bordillo de la acera. Diógenes, demasiado borracho como para hacer absolutamente nada que no fuera vomitar, se acercó como pudo hasta su inconsciente compañero:
-¿Estás bien? -dijo, mientras le sacaba sesenta euros de la cartera y empezaba a reanimarlo- ¡No he podido evitarlo, la bollera maligna se ha llevado todo nuestro dinero!
Pero M’Rabo estaba en otra dimensión. La bollera traidora se hallaba ante él y, en el más completo de los silencios, le señaló la entrada a un pub inglés. Como llevado por una fuerza mística, de repente se encontró sentado en la barra del bar con un barman británico ante él:
-Hola Rich -M’Rabo se rió sin saber que era lo que le hacía gracia- Una noche tranquilita, ¿eh?
-Si que lo lo es, señor Mhulargo.
-¿Que va a ser?
-Me alegra que me lo preguntes, porque precisamente tengo aquí dos de veinte y dos de diez en mi cartera. Tenía miedo de que siguieran aquí hasta el año que viene, asi que ponme una botella de fanta de fresa y un vaso con algunos hielos. ¿Puedes, Rich? Tampoco es que estés ocupado, ¿no?
-No señor. No estoy ocupado en absoluto.
-Buen chico -dijo, mientras Rich ponía una botella y un vaso lleno de cubitos de hielo sobre el mostrador- Cuéntame tus cotilleos, que tengo ira contenida y ganas de matar.
-Van a visitarle tres fantasmas, señor Mhulargo.
-Coño -miró su cartera y se la encontró vacía- Pues no tengo dinero. ¿Me fías?
-Su dinero aquí no vale nada, señor Torrance.
-¿Perdón?
-Ha sido la bollera traidora, no he podido evitarlo -la voz de Rich había cambiado, ahora era la de Diógenes. El mundo empezó a dar vueltas y los ojos le empezaron a arder. El hedor del aliento de Diógenes era inconfundible, ya no estaba en aquel bar maravilloso:
-¡No me violes, asqueroso! -lo apartó- ¡Que ya sé lo que pasó la última vez que alguien se quedó dormido a tu lado!
-¡Fui yo el que se quedó dormido!
-¡Pero le tocaste una teta!
Los dos se arrastraron hasta un banco cercano, y M’Rabo empezó a toser violentamente al más puro estilo Doc Holliday:
-Ya me has pegado lo tuyo -se sorbió los mocos.
-Yo no te he pegado nada, ¿eh? ¡Que la hostia te la ha dado la tia esa!
-¡Tu bollera! -remarcó el agredido.
-Lo que sea. ¿Que tal tienes los ojos?
-Creo que nos van a visitar tres fantasmas…