Tras la bancarrota de finales de los 90, Marvel se libró por fín del yugo perturbado de Ronald Perelman y Revlon, y se reorganizó bajo el liderazgo de tres nombres principalmente: Ike Perlmutter, Bill Jemas y Bob Harras. Este último, que actuaba de Editor jefe, era el que tenía el control editorial efectivo sobre la compañía.Su gestión destaca por la revitalización de las franquicias «clasicas» -Vengadores, 4 Fantásticos- que habían languidecido durante la avalancha noventera y el caos de Heroes Reborn. Pero no iba a durar mucho en el puesto…
Una de las decisiones más innovadoras de Harras fue la de crear una editorial dentro de la editorial, una especie de «versión suave» de Heroes Reborn en la que Harras cedía el control de personajes venidos a menos (Punisher, Daredevil, Inhumans, Black Panther) a la Event Comics de Joe Quesada y Jimmy Palmiotti. Las series saldrían publicadas bajo el sello Marvel Knights, y su imagen de innovación y riesgo creativo tuvo tanto éxito que el sello se mantuvo hasta nuestros días. A la vez, Bill Jemas empezaba a interesarse cada vez más por el control directo de la editorial, y de su despacho empieza a surgir la idea de una línea paralela al universo Marvel, la línea Ultimate, con los mismos personajes que el original pero «actualizados», con sus historias contadas a partir de cero. Al buscar un guionista para Ultimate Spiderman, Harras aconseja a Jemas que llame a Howard Mackie, mientras que Quesada le propone a un tal Brian Michael Bendis… Cuenta la leyenda que incidentes como este son los que provocan que poco a poco Harras vaya perdiendo poder en la empresa, y para cuando en el año 2000 se estrene la película de X-men, Jemas ya este pensando en poner a Quesada como su sustituto. Y ahí empieza la revolución…
Joe Quesada llega al puesto de editor jefe con dos instrucciones fundamentales: arreglar lo que esta roto. Los Vengadores de Busiek y Pérez funcionan, de Los 4 Fantásticos de Carlos Pacheco era muy pronto para hablar (no funcionarían), asi que los únicos que quedan son Spiderman y X-men. Del primero Harras ya había conseguido sacarlo de la espiral descendente de Howard Mackie con la contratación de Joe Straczynski y Paul Jenkins, de lo segundo la cosa era más complicada; lo de X-men no era un problema ya de ventas, si no de imagen. El regreso de Claremont no había convencido como se esperaba y tramas como las de los Neo habían frustrado el regreso triunfal de Claremont; los diez años de rodaje sin él la habían complicado en exceso, él mismo se había metido en camisas de once varas al empezar su etapa con una burrada de personajes en dos series distintas, por no hablar de que no es lo mismo tener como editor a Ann Nocenti que a un tal Mark Powers. La idea de Chris Claremont era un trabajo a muy largo plazo, pero Jemas y Quesada no estaban dispuestos a darle ese tiempo, sobre todo cuando el segundo ya tenía un nombre en mente desde el principio: Grant Morrison.
Morrison es un guionista escocés que hasta entonces sólo había colaborado esporádicamente con Marvel en proyectos puntuales como Skrull Kill Krew o ya en la Marvel Knights de Quesada en miniseries fuera de continuidad como Marvel Boy (que acabó entrando en el canon oficial de Marvel de una manera un tanto extraña) o en la muy discreta «Fantastic Four: 1234». Su trabajo principal había sido en DC -es un fichaje de la gran Karen Berger- en títulos como Animal Man, Doom Patrol, The Invisibles, Batman o -la serie que realmente le dió el éxito comercial- JLA. Hasta mediados de los 90 Morrison ha cultivado una imagen de tipo tímido y normal, más auténtica con su forma de ser, pero a raíz de su éxito con JLA, la publicación de The Invisibles y su derrota en la batalla contra la halopecia, Morrison cambia su imagen a la de tipo moderno y «tipo raro» que construye un culto hacia su persona. Así, la llegada de Morrison a X-men llega como la gran revolución que necesitaban los mutantes, la transformación de una serie que había caido en la banalidad más absoluta en un faro de la innovación y la intelectualidad. Sin querer adelantarme a los acontecimientos, sólo diré que esto fue rotundamente falso, y debajo de la fachada extravagante que se construyo sobre la serie y la casi infantil insistencia en que «esto ya no es lo mismo», los New X-men de Grant Morrison -porque así renombran la segunda serie del grupo- son uno de los productos más hipócritamente continuista que uno pueda echarse a la cara. Y sin embargo sí, es un gran tebeo.
Grant Morrison y su colaborador habitual Frank Quitely deciden ir por la vía rápida y reducir el plantel de la serie al máximo: el equipo principal estará compuesto por Xavier, Cíclope, Jean Grey, Lobezno, la Bestia y una nueva incorporación al grupo principal, Emma Frost. La verdadera protagonista de esta etapa será esta última, que acabará convirtiéndose en el motor de muchos de los cambios que se observan a lo largo de la historia. Sin embargo, Morrison desecha completamente todas las etapas anteriores y no se molesta en explicar como los personajes llegan al estado en el que estan en el principio de su primer número; hacer una progresión calmada en la psicología de los personajes hacia donde Morrison quiere tener a cada uno no habría sido el cambio radical y el bombazo publicitario que Quesada y Jemas estaban buscando.
Y es que la primera viñeta del número 114 de New X-men hace toda una declaración de intenciones, «Logan, ya puedes dejar de hacer eso». Las cosas ya no se arreglan reventando centinelas a garrazos, esto es distinto, esto es nuevo, no se van a seguir contando las mismas historias: en realidad Morrison en esta viñeta hace la declaración de intenciones de ponerlo todo patas arriba y cambiarlo todo. Teniendo en cuenta que Scott Lobdell había firmado el número anterior, la diferencia de contenido entre un guionista y otro salta a la vista. A Morrison se le puede acusar de muchas cosas, pero no de ser mal escritor. En las siguientes dos páginas, nos cuentan como una enigmática figura le enseña a un dentista llamado Trask como los Homo Sapiens acabaron con los Neandertales y le asegura que en cuatro generaciones la raza humana será extinguida por los mutantes. Y es entonces cuando nos echamos para atrás y empezamos a pensar…
¿Es esto realmente X-men? Cualquiera que se haya criado leyendo la serie en los 90 o viendo los dibujos animados, te dirá que sí, que efectivamente, que eso es X-men. Pero después de haber leido a Claremont, a Roy Thomas e incluso a Stan Lee, te quedas con la duda… Porque el conflicto mutante ha estado definido hasta entonces por la perspectiva de los mutantes como miembros de la humanidad que tratan de ser aceptados aun siendo diferentes, y ni siquiera ese conflicto era el centro absoluto de la serie hasta la aparición de la horrenda X-Factor de Bob Layton. Alguno dirá que hay que acostumbrarse al cambio, y que la serie de los 90 se basaba precisamente en esa bronca, pero a eso me pregunto yo ¿por qué? ¿Tiene sentido coger lo malo de una serie y eternizarse en ello, provocar una endogamia artificial en una serie cuyo principal problema es precisamente esa endogamia? Una cosa esta clara, la declaración de intenciones de la primera viñeta va a caer en saco roto, los X-men de Morrison no son Nuevos X-men, son los de los 90 con nueva ropa.
En las siguientes páginas se habla del nuevo ordenador detector de mutantes de Xavier (Cerebra), Morrison toca por encima la nueva mutación de la Bestia -Claremont ya la inició en los primeros números de su Xtreme X-men, serie que se publica paralelamente a esta- y se toca una vez más la idea de que cada vez hay más mutantes, remarcando la idea de que el relevo generacional entre el homo sapiens y el homo superior está al caer. Luego se ve una escena de Cíclope y Lobezno volviendo de Australia en el Xwing -¿que tendría de malo el Pájaro Negro?- con un mutante que acaban de rescatar. El poder del mutante por lo visto consiste en tener tres caras, cosa que no le sirve de gran cosa. Morrison, consciente de que este es el punto de entrada a la serie de mucha gente, aprovecha para contar cosas como los poderes de Lobezno y demás. Mientras tanto, Cassandra Nova -que así se llama la «enigmática figura»- acaba de llevar al dentista de los Trask a una fábrica de centinelas que hay en Ecuador (vamos, con otro Molde Maestro).