El origen de la historia de Junji Ito que hoy nos ocupa es cuanto menos curioso. Apareció publicada en las paginas finales de la adaptación que Ito realizo del Frankenstein de Mary Shelley, está claro que Junji Ito se atreve con todo. El caso es que acompañando a esta historia, en las páginas finales, podíamos encontrar este corto relato que soy incapaz de clasificar. ¿Es humor absurdo? ¿Una fabula con moraleja? ¿Un relleno de última hora para no dejar cuatro páginas en blanco al final del tomo? Quién sabe. Sea como sea aquí presentamos a nuestros lectores “Una mierda para recordar”
Si, Junji Ito se atreve con todo, incluso a contar una historia que gira en torno a una mierda. Aunque hay quien podría decir que todo lo que hace Junji Ito son historias de mierda, pero ese no es el tema que hoy nos ocupa. Aun no tengo claro que pretendía contar Ito en esta historia. Yo de momento lo veo como un drama épico sobre el deseo y la insatisfacción que sentimos a veces cuando hemos conseguido aquello que tanto anhelábamos. Un dramón muy humano utilizado como metáfora del consumismo más despiadado. Pero igual es solo que he leído demasiados comics suyos y se me está empezando a derretir el cerebro.
La historia está protagonizada por un niño al que jamás vemos, que siempre está representado por una silueta negra, sin duda para que podamos sentirnos más identificados con él. El niño se encuentra en un templo sintoísta durante la celebración del festival de otoño. Los terrenos del templo están repletos de diversos stands en los que se ofrecen una gran variedad de productos. Pero entre ellos hay algo que a nuestro niño protagonista le cuesta creer que se venda allí. Mierdas de plástico.
Así es, entre todos los vendedores de aperitivos y chucherías se encuentra uno que únicamente vende mierdas de plástico. El niño anónimo no sale de su asombro, las mierdas de plástico son tan realistas que casi podría jurar que no son simples juguetes de plástico. También le sorprende que no tengan la forma habitual de las mierdas en el manga con ese aire a serpiente enroscada, sino que sean tan reales como la vida misma.
El niño prácticamente se come la mierda con los ojos. Admira lo bellamente equilibrada que esta la composición de los dos trozos de mierda superpuestos, el color, la textura… El niño parece todo un gourmet de las mierdas. Lo que le lleva al siguiente nivel, desear ser el propietario de una de ellas. Aquí comienza la descarnada crítica al capitalismo, cuando vemos como este pobre niño inocente se muere de deseo por poseer algo que no necesita simplemente por estar este producto “bellamente” presentado. Vamos, como el que se compra un Iphone.
Pero el capitalismo desenfrenado es una amante cruel, el niño tiene que regresar a su casa cabizbajo y con las manso vacías debido a que no tiene el dinero necesario para convertirse en el propietario de una de esas mierdas de plástico. El niño en su hogar es incapaz de sacarse la mierda de la cabeza, la quiere, la necesita. Así que le pide consejo a su madre sobre lo que debe hacer. “Cómpratela” le dice ella, lo que sella el camino sin retorno de su hijo hacia las voraces fauces del consumismo.
Así que nuestra pequeña víctima se dirige de nuevo al templo para saciar sus impulsos. Se planta frente al stand del vendedor de mierdas dispuesto a llevarse a casa ese oscuro objeto de deseo. Pero una vez allí se encuentra con que no está solo. Un grupo de adolescentes se han reunido frente al vendedor y se burlan de su mercancía. No pueden creer que haya gente dispuesta a pagar un solo Yen por una simple mierda de plástico. Nuestro pequeño protagonista se siente algo intimidado al encontrarse con testigos, así que se acerca al vendedor y le pide una de las mierdas como si se tratase de una simple broma. No quiere que nadie se dé cuenta de que en el fondo desea esa mierda más que nada en el mundo.
Pero tras comprarla se arrepiente inmediatamente. Los chicos que habían allí se han reído de el, y lo que es peor, le han visto comprar la mierda. Ahora es un comprador de mierda, un mercader de mierda, un traficante de mierda… Está convencido de que todo lo que la gente piensa sobre las mierdas ahora lo piensan sobre él. El consumismo se ha cobrado una nueva víctima.
Pero ya no había vuelta atrás, era el propietario de una mierda de plástico y había que utilizarla. Cuidadosamente la coloca en la puerta de entrada de su casa y espero pacientemente a que llegase una vecina, quien mostro su asco al encontrarse eso en el suelo. Una triste y pequeña satisfacción que en nada compensaba haberse convertido a ojos de sus vecinos en un niño de mierda. El niño no tardo mucho en perder de vista la mierda de plástico, una de sus mitades acabo apareciendo en el fondo de un cajón y tiempo después incluso esa se fue de su lado para siempre. No había valido la pena el sacrificio de su status social.
¿Qué ha pretendido realmente Junji Ito con esta historia? ¿Nos ha contado, cómo me temo, un episodio de su propia infancia? Probablemente nunca lo sepamos, y seguramente sea mejor así. Lo único que me ha quedado claro con esta historia es que definitivamente Junji Ito es un autor de mierdas.