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Descubriendo las Ideas Negras de Franquin

Hoy toca hablar de uno de esos clásicos imprescindibles del cómic al que, para mi vergüenza, aún no le había echado mano, y que, tras leerlo por fin, he podido comprobar que todo lo bueno que se decía de este se quedaba corto: Ideas Negras de Franquin. Un cómic cargado con una mala leche tremenda, que no deja títere con cabeza y en el que da la impresión de que Franquin se quedó muy a gusto desahogándose con un montón de temas que le rondaban por la cabeza. Así que, sin más rodeos, vamos a ver lo mucho que aún tiene que ofrecernos este clásico por el que no pasan los años.

Cualquier comic que no hayas leído aun es como nuevo

Seguro que no soy el único que, cuando pensaba en Franquin, lo primero, y casi único, que se le venía a la cabeza era el trazo limpio y los colores luminosos de Spirou, Gaston el Gafe o el Marsupilami, y sus aventuras o desventuras repletas de acción o de humor. Pero este, como todos los grandes autores, era capaz de mucho más, algo que demostró por todo lo grande con estas Ideas Negras. Una serie de tiras que nacieron en 1977 en las páginas de Le Trombone Illustré, revista co-fundada junto con Yvan Delporte (quien colaboro en algunas de estas historias), un suplemento que acompañaba a la revista Spirou y que se caracterizaba por un tono más adulto y ácido, y que tan solo duró treinta números, pasando estas Ideas Negras a publicarse a partir de entonces en la revista Fluide Glacial. Unas tiras que, aunque en nuestro país han contado con unas cuantas ediciones por parte de distintas editoriales, siendo la más antigua de ellas por parte de Norma en 1989, yo no había leído hasta ahora y solo las conocía muy superficialmente. Pero ahora, gracias a la reciente y lujosa reedición por parte de Dolmen, por fin he podido saldar esa deuda pendiente con uno de los grandes del cómic, y vaya si ha valido la pena la espera.

Lo que daría por poder leer el resto del suplemento

Con estas tiras, Franquin se alejó por completo de sus características más reconocibles como guionista y como dibujante, apostando por un humor tan negro o más que las manchas de tinta, puro negro sobre blanco, que reemplazaron ese trazo tan perfectamente delineado y limpio del resto de su obra. Una combinación perfecta para retratar en clave de humor, aunque muy cruel, los temas que preocupaban a Franquin por aquel entonces. Y leyendo estas historias no solo se aprecia el profundo pesimismo que sentía este por la sociedad y el estado del mundo en general, sino que, leídas hoy en día, casi cinco décadas más tarde, nos encontramos con que este cómic podría haberse realizado hoy en día, ya que en muchos aspectos parece que el mundo no ha avanzado nada.

Que se lo digan a los habitantes de Fukushima

Así nos encontramos aquí con críticas durísimas a la industria armamentística y el belicismo en general, la corrupción política, la religión, la preocupación por los efectos de la energía nuclear, la contaminación en todas sus formas, la industrialización y el capitalismo desbocados, etc. Temas que no es solo que sigan tristemente de actualidad en nuestro presente, sino que incluso el enfoque de Franquin en sus críticas resulta tan vigente que, demasiado a menudo, la risa que provocan estas historias viene acompañada de cierta incomodidad porque parece que estemos leyendo sobre nuestro presente.

Lo dicho, esto podría haberse hecho hoy mismo

Aunque también es cierto que hay unas cuantas de estas pequeñas historias que sí que han quedado afortunadamente desactualizadas (al menos en algunas partes del mundo), como todas esas, que son unas cuantas, que critican con una mala saña tremenda la pena de muerte y quienes la defendían. Porque hay que tener en cuenta que, en el momento en el que comenzó la publicación de esta serie en 1977, esta aún se encontraba vigente tanto en la Bélgica natal de Franquin como en la vecina Francia, no aboliéndose hasta 1996 en el primero y en 1981 en el segundo, algo que por suerte Franquin llego a ver.

Se ve que Franquin no era muy fan de esto

Otro tema importante en esta serie, por el que Franquin tampoco parecía sentir una especial simpatía, sino todo lo contrario, es el del mundo de la caza. Aquí nos encontramos con unas cuantas historias que parecen mostrarnos lo que este autor deseaba que le sucediese a todos esos que, por lo que sea, disfrutan matando animales, sufriendo los protagonistas de estas unos destinos cada vez más crueles, aunque con unos toques de humor dignos del Coyote y el Correcaminos, aunque sin el primero volviéndose a levantar tras sufrir la justa retribución por sus actos. Una faceta de Franquin que ha provocado que mis simpatías hacia él sean aún mayores de lo que ya lo eran.

Y no, tampoco parecía fan de la caza

Pero no todo es crítica social en estas Ideas Negras, y a los ya mencionados temas se le añaden numerosas pequeñas historias que, a través de situaciones inverosímiles, pasadas por el filtro de la ciencia ficción, el terror o la cotidianidad, sacan a relucir algunos de los aspectos más crueles del ser humano o de la naturaleza. Historias en las que, como todas las anteriores, muestra un dominio envidiable del medio del cómic, de la narrativa y del humor, encajando a la perfección ese gag final con mayores o menores dosis de mala leche.

No se yo si esto cuenta como obsolescencia programada

Y probablemente lo que más me ha llamado la atención de esta lectura, más incluso que esa mala leche tremenda que no acababa de encajar con la imagen que tenía de Franquin, es lo bien que se desenvolvió en este apartado gráfico tan radicalmente diferente del resto de su obra. Como ya mencionaba más arriba, y resulta evidente por todas las imágenes que acompañan el artículo, Franquin aquí prescindió del color y en muchas ocasiones incluso del trazo, recurriendo al uso extensivo de la mancha tanto para personajes como para los ocasionales escenarios, confundiéndose ambos a menudo, pese a que en la mayor parte de las historias el minimalismo es casi absoluto en cuanto a fondos. Pero, pese a ello, Franquin tenía tantísimo talento (y décadas de experiencia) que en ningún momento la narración resulta confusa. Los personajes y sus protagonistas fluyen a la perfección sobre la página, incluso cuando parecen borrones de tinta, dando como resultado un interesante y satisfactorio experimento gráfico que le aporta una identidad muy marcada a este cómic.

Que grande era

Y todo esto lo podemos disfrutar ahora mismo en la cuidadísima edición de Dolmen, que nos presenta estas Ideas Negras de Franquin de forma íntegra en un lujoso tomo de tapa dura repleto de extras, que nos permiten conocer mejor tanto los orígenes de esta obra como a su autor, a través de entrevistas, artículos y galerías de bocetos, convirtiéndose en la mejor edición que ha tenido este clásico en nuestro país. Y si hay por ahí aún gente que, como yo, no se había acercado aún a este cómic, esta es la ocasión perfecta para hacerlo y descubrir lo tremendamente versátil que era este genio a quien el mundo del cómic le debe tanto.

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