Suelo decir que me gusta probar un poco de todo porque nunca se sabe dónde encontraré algo de lo que disfrutar, algo que aplico, por supuesto, a mis hábitos de lectura. Y por eso hoy quiero hablar de un cómic que ha caído en mis manos por casualidad, cuya existencia desconocía por completo y a cargo de un autor a quien no le he prestado toda la atención que debería: Ajeno de José María Beroy. Un cómic breve pero intenso en el que viajamos por una Barcelona oscura, mágica y a ratos aterradora en la que una guerra muy antigua se está cobrando víctimas inocentes. Un cómic con el que Beroy me ha ganado como admirador (más vale tarde que nunca).
Hace más de medio siglo, un acto nacido de la desesperación, la rabia, el amor y las ansias de venganza condenaron a Julia, décadas antes de su nacimiento, a una vida solitaria y miserable que la ha llevado en su corta existencia a sentir que perdía la cordura y a querer acabar con todo para dejar de sufrir. Pero poco podía imaginar ella que todo lo que sentía e intuía era absolutamente real, que estaba atrapada sin saberlo en un enfrentamiento entre fuerzas sobrenaturales que la habían convertido en un títere mucho antes de haber nacido y que tanto si un bando u otro salía victorioso, su existencia misma peligraba…
Ajeno nació en las páginas de la revista Cairo, una de las muchas cabeceras de cómic adulto de la época, a finales de la década de los ochenta y fue recopilado por Norma en un álbum, con retoques de Beroy para la ocasión, en 1990, de ahí su estructura episódica que el autor manejó con bastante soltura. Porque este Ajeno tiene la peculiaridad de que nos suelta en medio de una historia que ya ha “comenzado” (eso que los pijos como Diógenes llaman “in media res”) y cuando llegamos a la página final hay unos cuantos elementos de la historia que se quedan sin concluir del todo, como si esto no fuese más que un fragmento de una historia más grande. Pero pese a ello, no me he quedado con la sensación de que me falte algo, ya que la historia importante, la de Julia, llega a su conclusión y todo lo demás no era más que el trasfondo para esta. Una decisión narrativa que además ayuda a ponernos en la piel de su protagonista, ya que, como ella, nos encontramos de pronto en una situación irreal y fantástica que poco a poco se va desarrollando ante nuestros ojos.
Una historia que, dejando a un lado sus componentes más fantásticos y surrealistas, pone el foco en un tema que no me esperaba, el de un amor tóxico y obsesivo. Sin entrar demasiado en detalles para no reventar el cómic, lo que nos encontramos aquí es cómo el amor de un hombre, y las medidas extremas que toma para recuperarlo, acaba convirtiéndose en una obsesión que se lo arrebata todo y que provoca que la vida de Julia acabe convirtiéndose en un infierno del que ella es una víctima inocente que ni siquiera sabe por qué lleva toda su vida sufriendo. Un planteamiento muy interesante que me ha sorprendido muy agradablemente por cómo lo desarrolló Beroy, sin jugar a querer justificar las acciones que descarrilaron la vida de Julia y llevando la historia a la única conclusión coherente.
Otro aspecto que me ha encantado de este cómic ha sido cómo ha manejado Beroy los elementos sobrenaturales de esta historia, los conceptos que utiliza o el funcionamiento de esas habilidades. Pero especialmente me ha gustado descubrir los orígenes y motivaciones detrás de esas fuerzas que han puesto patas arriba la vida de la protagonista y lo que provocó su enfrentamiento. Un giro sorprendente y genial que le aporta una perspectiva muy diferente a lo que era el cómic hasta ese momento y que, pese a los más de treinta años transcurridos desde su publicación original, sigue estando tan de actualidad que Ajeno casi parece un cómic de hoy en día.
Y todo esto nos lo encontramos envuelto en una puesta en escena inmejorable. Yo, como aún tengo muchísimas lagunas en mis conocimientos sobre este medio, apenas conocía la obra de Beroy, pero como decía al principio, me he convertido en un rendido admirador. Pese a que estamos ante una de sus primeras obras, cuando Beroy apenas contaba con veinticinco años, a cada rato me he quedado maravillado con lo que me encontraba en las páginas de este cómic, con planos que quitan el aliento, un ojo para el diseño de escenarios que ya querrían para sí muchos veteranos y un dominio del claroscuro y de las posibilidades de la limitación cromática de contar solamente con blanco, negro y grises, que Beroy maneja a su antojo para dotar a su cómic de una atmósfera única.
Todo esto ha provocado que Ajeno, un cómic muy denso que consigue que sus poco más de cincuenta páginas cundan muchísimo más que otros cómics mucho más extensos, se haya convertido en uno de los mayores hallazgos del año para mí, aunque llegue a él con tres décadas de retraso, y que ahora ande como loco para buscar el resto de obras de José María Beroy. Un caso que espero que sirva de ejemplo para animar a nuestros lectores a probar cosas nuevas, a darle una oportunidad a lecturas que no nos suenen de nada, porque este medio del cómic, por suerte, está repleto de grandes obras que esperan a que las descubramos.