Después del bajonazo de nuestra última entrega con la marcha de Claremont da hasta pereza hablar de un personaje tan irrelevante como Danny Ketch, el segundo Motorista Fantasma (que sería el tercero porque antes estuvo el Jinete Fantasma y luego según Jason Aaron pues… Bah, dejadlo.). Pero nos debemos a la realidad de que en 1991 Ghost Rider era un personaje «hot», y lo acababan de relanzar Howard Mackie y el protagonista de la siguiente entrevista del número 2 de Wizard, el dibujante Javier Saltares.
En la entrevista, Saltares habla sobre que es más bien autodidacta, habiendo aprendido fundamentalmente de los libros de George Bridgeman y «Andre Loumas». Y no, no estamos hablando de un maestro de dibujantes desconocido, estamos hablando de Andrew Loomis, solo que en Wizard no debían de saber quién era ese señor y en los tiempos de antes de la wikipedia era bastante complicado asegurarse estas cosas. Eso sí, entre los dibujantes de la época era un nombre grabado a fuego, porque sus manuales eran la biblia entre Bridgeman y Burne Hogarth. Pero yo que sé, nadie es perfecto, y la entreviste sigue y Saltares cuenta como empezó en DC y luego pasó a trabajar ya en Ghost Rider «porque todos los nombres importantes ya estaban ocupados en otra cosa». Lo curioso de todo esto es que, aunque la portada es un Motorista Fantasma de Saltares y todo el artículo está ilustrado por sus viñetas de la serie, resulta que para cuando se hizo esta entrevista Saltares ya había dejado la serie, con lo que casi podría decirse que Wizard es muy gafe. Que sí, que Saltares estaba encantado de haberse ido a DC para trabajar con John Byrne entintando su propio trabajo -cosa que no le dejaban en Marvel- pero que no sé, se me hace curioso.
Y hasta ahi la entrevista, porque tampoco tiene mucha chicha. Para la siguiente página tenemos otra entrega del siempre entretenido «Coleccionando cómics en los 90» en el que Pat McCallum nos habla sobre las reediciones. Curiosamente, en el momento en el que se escribió el artículo (imagino que verano del 92) las reediciones de cómics todavía eran algo muy raro. Existían ya los Marvel Masterworks, eso sí, y había reediciones puntuales en series como Marvel Tales o Classic X-Men, algo del Daredevil de Milller… Pero poco más. En su mayoría, todo era o compras el cómic en la reventa o estás jodido, y éso en un momento en el que los especuladores estaban afilando colmillos y se empezaban a encerrar tebeos en tumbas de metacrilato, con lo que empezaba a ser complicado ponerse al día en algunas series. En su artículo McCallum habla de las segundas ediciones, comentando que por la época se está poniendo de moda que, a diferencia de lo que se hacía tradicionalmente que era editar el cómic tal cual era en su primera edición (con una nota interior especificando que era una segunda edición, lo cual le bajaba el valor de reventa), ahora se les cambiaban elementos de la portada para distinguirlo y sí, para que los coleccionistas/especuladores volvieran a comprar el mismo cómic.
Cuenta que la cosa empezó con Marvel (la Marvel de Ron Perelman, una pesadilla) y el número uno del Spider-Man de Todd McFarlane, ese del guión insufrible y que vendió casi tres millones de ejemplares. Y como a Marvel le debió de dar rabia el casi, decidieron imprimir más cómics pero esta vez ponerle un fondo metalizado dorado, una horterada tremenda para celebrar lo mucho que había vendido el cómic y el deportivo que se iba a poder comprar el editor (cosas que pasan si cobras un uno por ciento de royalties, el editor de Secret Defenders se embolsó siete mil dólares en ese concepto por meter a Lobezno en la portada, y no exagero). Curiosamente esa segunda portada ha acabado revalorizándose más que la original, con lo que -y esto lo añado yo- la plaga excepcional acabó convirtiéndose en la regla general e ideas terribles como los incentivos con variant covers por número de ejemplares vendidos acabaron convirtiéndose en regla. Y no hacía falta que un malvado ejecutivo de Perelman o el mismísimo Terry Stewart lo dijera, no, porque los editores estaban forrándose de tal manera que ellos mismos estaban alienando a los lectores.
McCallum sigue contando que estas reediciones, al revalorizarse más, estaban provocando que algunos libreros dudaran en hacerse más pedidos, porque los clientes que compran para especular prefieren la portada con brillitos y tenderán a querer esperar a la «dorada». Personalmente no me lo creo mucho, más que nada porque si el librero considera que la reimpresión le sale más a cuenta, lo que tiene que hacer es guardársela y venderla más cara todavía un mes después. O ser honesto y esperar a haber vendido toda la primera edición antes que sacar a la venta la segunda, que para colmo de males el propio McCallum reconoce que no siempre se revaloriza tanto, que solo ha pasado en unas pocas ocasiones. Vamos, que el hombre hacia el final del artículo reconoce que todo esto era una tontería, que solo ha pasado en uno o dos casos por lo que no puede ser considerado como una regla. Termina el artículo asegurando que «este tipo de proyectos ayudan a que la industria se expanda y se acerque a alcanzar su potencial» y que «éste es uno de muchos proyectos que ayuda a los cómics a crecer».
Sé que es fácil en la distancia, pero no Pat, desde el punto de vista de un lector de aquellos años puedo asegurarte que lo único que hicieron estas tretas fue alejarme de los cómics. Menos mal que uno es cabezón, que si no…