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Treinta años después de Lee y Kirby… La hecatombe de los 90

Perdonad que hoy no esté vuestra dosis semanal de escarnio sobre el primer número de Wizard, pero… Es que me he dado cuenta de que esa revista salió hace treinta años. Treinta añitos de nada oiga, y eso en el fondo lo asumía y lo sabía y bueno, no pasa nada, es mejor eso que morirse, pero… Es que en uno de los artículos se comentaba que la fundación de la Patrulla X había sido hace treinta años y… Mierda. Hace tanto tiempo (más) desde la creación de Marvel hasta los 90 como desde entonces hasta ahora, ¿y qué carajo nos ha quedado en todo este tiempo?

Sí, ésto de Heroes Reborn pasó hace 28 años. Nada menos.

Seamos sinceros, ¿habríamos leído cómics de no ya de superhéroes en general si no exclusivamente de Marvel de haber empezado a leerlos con los 90? Ya, ya sé que algunos llegasteis más tarde y pillasteis el vicio igualmente, pero los que tenemos unos cuantos añazos empezamos en una edad dorada de «descubrimiento» que no tiene nada que ver con lo que nos sirvieron después. Hablamos de Claremont creando personajes como una ametralladora al grito de «¿y si fuera una mujer?» como una pregunta que le parecía sorprendente a Shooter, sí, pero a la vez también es la recreación del Universo DC postcrisis, Frank Miller, Alan Moore, Walter Simonson, Alan Davis, Mazzucchelli, John Byrne… La edad de oro del cómic de superhéroes, con permiso de los años treinta y cuarenta. Son los tiempos en los que el género se perfecciona y madura hasta tal punto que todo lo posterior acaba siendo una regurgitación de esto; si Alan Moore se queja tanto de que «le copiaron», también debería reconocer que se le copia, en buena parte, porque también estuvo en el lugar y momento apropiado. Los guionistas de los 60 y 70 no podían escribir lo que Moore puso en su Swamp Thing, Miller no podría haber existido a principios de los 70 como si lo hizo en la siguiente década. La eclosión de estos genios hizo posible todo lo posterior, igual que Chris Claremont no habría sido posible sin Stan Lee. Un Alan Moore surgido en los 90 no habría tenido ninguna opción en plena decadencia de 2000 AD -recordemos, era la época en la que Grant Morrison le dejaba vía libre a Mark Millar para arruinar la revista- o en mitad de la burbuja especulativa. En definitiva, que cada uno es hijo de su época y triunfa por hacer lo adecuado en el momento exacto.

Eso sí, portadas de Adam Hughes porque Jim Lee tonto no era, no.

Por eso tengo la sensación de que tal vez «todo estaba inventado» y por eso no deberíamos ser tan duros con sus sucesores de los últimos treinta años. Moore siguió haciendo grandes cómics durante los 90 -algunos como Voodoo no eran tan buenos, vale- mientras que otros entraron en decadencia y Miller sigue siendo controvertido hasta hoy en día, a pesar de que sus innecesarias secuelas de Dark Knight siguen siendo la mar de interesantes. Lo cierto es que no hubo una revolución tan grande en el género como la de aquellos años, y la progresiva «corporatización» de las dos grandes dejó toda innovación en manos de proyectos puntuales de editoriales independientes que nunca llegaron a tener ese lustre. Hemos dicho por aquí alguna vez que la edad de oro de cualquier lector siempre está a los 12 años -palabras de Howard Chaykin, sí- pero en mi caso yo la pondría bastante antes. Los 90 fueron la década del desmoronamiento, de la desilusión de darnos cuenta de que las cosas no iban a salir bien, de que la decadencia que algunos habían notado a finales de los 80 se había convertido en una pavorosa realidad. El falso renacimiento de finales de los 90, que aun así nos dieron algunas series más que interesantes como el Deadpool de Joe Kelly y los a ratos inspirados Vengadores de Busiek, nos ofrecieron algunos episodios curiosos de la historia de los mutantes con Alan Davis poniéndose al frente de ambas patrullas hasta el regreso en falso de Chris Claremont, que no acabó de cuajar porque las circunstancias ya no eran las mismas.

Eso sí, sus 4F llegaron a ser muy muy interesantes. Pero nada era como con Walter Simonson, como lo que nos perdimos por la incompetencia de DeFalco para mantener las cosas en su sitio.

Y es que a los mutantes, a Claremont, les pasó un poco de lo mismo que le pasó a George Lucas cuando estrenó las precuelas de Star Wars por los mismos años, él ya no era el mismo ni tampoco el público, ya no era un «Star Wars es para los niños», es que aquellas historias ya no tenían la misma frescura y tenían que adaptarse a la nueva realidad. Ni Leinil Francis Yu ni Adam Kubert eran John Byrne o Dave Cockrum ni Salvador Larroca era Alan Davis, sus editores no tenían la mirada de Louise Simonson para rechazar ideas y Claremont solo conseguía despuntar si el equipo estaba a la altura. Y no, lo siento, no lo estaba. No lo estuvo en unos cuantos años, lo estuvo en parte en los 4 Fantásticos -Claremont consiguió mantenerse en ella durante casi treinta números, siempre necesitó cierto rodaje- y a ratos lo hemos conseguido ver en su tercer regreso a Uncanny o en algún especial puntual. La Patrulla X nunca volvió a ser la que era, y el que nosotros sigamos todos esos años después rezando para que la era post krakoa «por fin sea buena» no hace más que agrandar la leyenda de los 15 años de Claremont igual que cada vez que alguien escribe Daredevil está pensando en Miller y prácticamente en nadie más.

Bueno, vale, igual en ella. Pero vamos, que en su época todos estaban pensando en Miller y hasta pasaron de su etapa.

Treinta años desde Lee y Kirby hasta Jim Lee y treinta años desde entonces hasta ahora. Veinte años desde Ultimates, Civil War, Bill Jemas, U Decide y toda aquella patochada, y si nos despistamos quince desde el final de la era de Joe Quesada, que fue la que redefinió la editorial para ser comprada finalmente por Disney y convertida en una máquina de hacer películas. Siempre hubo cómics que supieron sacarme alguna sonrisa -algunos eran de Bendis o hasta de Mark Millar, sí- pero es impepinable que los treinta primeros años, los de descubrimiento, son muy superiores a los treinta posteriores. Siendo conscientes de que los treinta siguientes me van a dejar muy cascado -que vete a saber, lo mismo para entonces sigo escribiendo por aquí- no hago más que preguntarme si en ese distante 2054 todavía tendremos cómics o solo tendremos la versión digital.

Eso si el cambio climático no ha acabado ya con todos nosotros, por supuesto.

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