Solucionamos una de nuestras cuentas pendientes al hablar de este cómic porque Juan López Fernández, Jan, es el gran dibujante brugueriano que nos queda. Y da rabia hacerlo porque en cierta forma es reconocer que Superlópez se ha acabado, pero a la vez es algo alegre porque Jan por fin es libre de su obra y puede hacer lo que le plazca, porque no olvidemos que ya en su día le costó librarse de tener que imitar el «estilo Bruguera». Aquella forma de hacer que lo machacó durante años, hasta que demostró a sus editores que era tan bueno como para que se sintieran unos perfectos imbéciles por no haberle dejado hacer los tebeos a su gusto. Y es que fueron muchos años de cuentos infantiles, imitando hasta a Miyazaki y compañía con los cuentos de Heidi y Marco y adaptando su estilo a uno más cercano a Ibáñez o Vázquez. Jan tuvo siempre una identidad muy fuerte porque es uno de esos autores inimitables, un titán de la viñeta en toda regla y Superlópez es la obra por la que será más recordado, y por eso precisamente, tras tantos años de tener que hacer Superlópez porque era lo único que vendía, lo que le compraban, Jan dijo basta y decidió hacer lo que le vino en gana, como recuperar a Don Talarico. Y a los fans de Superlópez nos dejó… Una historia sin final.
Sueños frikis fue el último album del personaje, uno sin final planeado porque nunca lo planteó como la última historia, simplemente como la siguiente. Y es triste, porque cuando lees los últimos álbumes de Superlópez, ves un cansancio -que también lógico cuando alguien supera los 80 años en la mesa de dibujo- provocado por las ganas de hacer algo distinto. Jan seguía pensando en sus lectores más que nada en el mundo, y tras avisarles de horrores modernos como los influencers, Isis o más recientemente el juego de la ballena, hace en su último album, Sueños Frikis, un cuento contra el bullying que en el fondo es el más intergeneracional de todos, porque esencialmente es el mismo cuento que La Historia Interminable, el de alguien que usa sus libros de fantasía para evadirse de los golpes de la vida diaría. Sueños Frikis solo tiene de «nuevo» el término que se usa en su título, uno que tiene ya más de veinte años, y todo lo demás sería una repetición de lo mismo si no fuera porque… No está protagonizado por Superlópez.
Superlópez pasa a un segundo plano, es un secundario, el guía en el viaje de una heroina llamada Mayra a la que un grupo de compañeros la llaman «carapatata». Friki como ella sola y sintiéndose rechazada, está a punto de morir cuando uno de sus abusones la empuja a las vías del metro, pero es salvada por un Superlópez que se queda patidifuso cuando Mayra no solo no le agradece el haberla salvado, si no que se va echando pestes. Está tan enfadada con lo que le lanza la vida encima que ni siquiera es consciente de lo que le acaba de pasar, vuelve a su casa cabreada y trata de malos modos a su familia hasta que se encierra en sus libros y empieza a soñar con un mundo fantástico… Y de repente eso ya no es Superlópez, es Laberinto. La de Jennifer Connelly y David Bowie, la peli de Jim Henson, sí. Mayra tiene que seguir a un mago -que se hace llamar Superlosium pero sí, es Superlópez- porque si no se va a quedar sola en mitad de un inhospito bosque, por lo que lo sigue hasta un castillo donde se encuentra con una corte en la que la acosan unos caballeros que de caballerosidad poco saben y para colmo tienen la pinta de los abusones que la maltrataban en su vida normal.
Gracias a la magia de Superlópez y a que la chica es apañada, consigue salir airosa de una cena en palacio y caerle en gracia a la corte, pero cuando todo parece que va por buen camino son atacados por los orkos del país del Asko y ella intenta luchar contra ellos… Pero lo de la espada no es lo suyo. El cómic va llevando a la chica por distintas situaciones, como intentando que encuentre su lugar en la vida, la forma de resolver los conflictos, pero las resoluciones nunca son del todo satisfactorias y por una o por otra acaba teniendo que intervenir Superlópez, hasta el final de la historia en la que parece entenderse con los matones y… Entonces despierta y se enfrenta a los del mundo real. Huelga decir que, más allá de apreciar a la gente a su alrededor y volverse más educada, la resolución no es ni mucho menos pedagógica, porque Mayra acaba plantando cara a sus problemas vacilando a su abusón principal y con eso se supone que se arregla todo. Y sí, hay que plantar cara, pero es que el mismo arranque del cómic era Mayra plantándole cara y eso la llevó casi a matarse y a cabrearse con el mundo. Misma situación, misma acción y… ¿Distinta resolución porque era el final de la historia?
Pero podríamos decir que ésto sí es un final para Superlópez, porque a fin de cuentas es una historia en la que ya no es el protagonista, en la que el superhéroe es testigo de una historia en la que queda claro que al final nos tenemos que valer por nosotros mismos sin poder rezarle a Superman.
Pero a la vez, no es Superlópez, si no más bien parece una historia de Pulgarcito; los niños enfrentándose a mundos fantásticos de su imaginación, valiéndose solo de su ingenio y si acaso de un Profesor Ogro, de un guía. Tal vez algún día a Jan se le ocurra una idea para cerrar Superlópez definitivamente y haga un «¿Qué le sucedió a la Medianía del Mañana?» pero tal vez para eso tendría que disponer de nuevo de Pérez Navarro. O aún mejor, puede que Jan descubra una forma más personal de despedir al personaje, un verdadero final en el que no haya que casarlo con Luisa o hacerlo envejecer más todavía -bastante tenía ya con la pastilla para la tensión- y que nos deje a todos por satisfechos. Pero si no oye, 87 álbumes de Superlópez ya es para darse más que satisfecho, sobre todo cuando tenemos en cuenta que la mayoría de la gente sólo ha leído los diez primeros -que siguen siendo de lo mejor de la historia del tebeo- y gracias.