Hoy quiero hablar de un reciente y sorprendente (para mí) hallazgo, de un cómic del que desconocía por completo su existencia pese a ser obra de uno de mis autores favoritos de siempre, Critical Error de John Byrne. Una historia de ciencia ficción, autoconclusiva y muda que surgió de su pasión por el género, su fértil imaginación y su afán de experimentación, siendo el resultado un relato con un sabor tremendamente clásico que es además un gran recordatorio de por qué este autor ha sido considerado durante tanto tiempo como uno de los más grandes del medio. Por ello y sin más rodeos vamos a retroceder unas cuantas décadas para redescubrir esta pequeña joya con bastante que ofrecer.
El único superviviente de un catastrófico accidente espacial se encuentra perdido en un mundo aparentemente desolado, rodeado de los cuerpos de sus compañeros, sin provisiones y con muy pocas esperanzas de ser rescatado. Pero ese planeta perdido que parecía destinado a convertirse también en su tumba es mucho más de lo que parece a simple vista, es un lugar que alberga un extraño secreto, algo que podría no solo salvarle la vida sino cambiarla por completo… siempre que no cometa ningún error crítico.
Creo que no exagero si digo que he sido fan del trabajo de John Byrne prácticamente los mismos años que llevo leyendo cómics, desde que hace más tiempo del que quiero admitir me leí un número suelto de la Saga de Fénix Oscura y quedé deslumbrado por su talento. Desde entonces hice todo lo posible para no perderme nada de lo que él hacía, independientemente de en dónde trabajase o qué tipo de historias quisiese contar, ya que incluso en sus trabajos menos inspirados siempre encontraba algo de aquel artista que tanto contribuyó a que me enganchara al cómic de superhéroes. Y aun así no supe de la existencia de esta historia hasta hace relativamente poco tiempo, cuando por mera casualidad la encontré mencionada por ahí y la rastreé hasta encontrarla.
Una historia que del mismo modo que descubrí casi por casualidad, surgió de una forma también muy casual. Según cuenta el propio Byrne, un día mientras ojeaba un ejemplar de la revista Heavy Metal sus ojos se posaron sobre una simple fotografía de la película de Alien, que por aquel entonces aún no se había estrenado, y que mostraba a tres miembros de la tripulación del Nostromo embutidos en sus trajes espaciales, sin más contexto que el título de la película. Esto fue más que suficiente para poner en marcha la activa imaginación de Byrne, quien comenzó a desarrollar una historia inspirada en lo que le había hecho sentir aquella fotografía, pero su trabajo profesional se interpuso (cosillas como la Patrulla-X y los Vengadores) y aquella historia se quedó a medias.
Poco después Byrne decidió publicar un sketchbook mostrando sus procesos de trabajo, bocetos inéditos, entrevistas, etc., y pensó que un buen complemento para este sería completar aquella historia como gancho para sus fans, quienes podrían leer una historia suya que nunca se había publicado antes. Pero las ganas de Byrne por experimentar le llevaron a decidir convertir aquella historia en muda, sin ningún tipo de diálogos ni textos de apoyo, algo que provocó que de las doce páginas iniciales la historia creciese hasta las veinticinco, ya que se encontró con que sin texto alguno necesitaba más espacio para transmitir solo con su dibujo lo que quería contar. Y aunque aquella historia se publicó finalmente dentro de dicho sketchbook en 1980, la versión que yo descubrí es una reedición posterior coloreada para la ocasión por Matt Webb, que junto con algunos retoques del propio Byrne para asegurarse de que el cómic no fuese considerado pornográfico, vio la luz en 1992 a cargo de Dark Horse.
El resultado de aquel momento de inspiración es un relato sencillo aunque imaginativo que va muy al grano y que como señalaba más arriba posee un sabor muy clásico. Y es que cualquiera que sea aficionado a leer relatos de décadas pasadas, del siglo pasado para ser más concretos, reconocerá aquí inmediatamente el tipo de historias que debieron influir a Byrne. A lo largo de sus veintitantas páginas casi todo nos retrotrae a aquel tipo de historias, en las que se daban las explicaciones justas de lo que sucedía, se introducían conceptos que se dejaban sin explorar para que la imaginación del público llenase los huecos y que desembocaban en un giro argumental más o menos sorprendente que provocaba que muchos aspectos de la historia se viesen con otros ojos.
A nivel artístico nos encontramos con un John Byrne que por aquel entonces estaba en su plenitud encargándose por completo tanto del dibujo como del entintado, y aunque suelo preferir su trabajo cuando estaba embellecido por grandes talentos como Dick Giordano o Terry Austin, un Byrne en solitario y más en aquella época sigue siendo todo un placer para la vista. Aquí nos encontramos con todos sus puntos fuertes (y sus filias), su pasión por la tecnología hiperdetallada, parajes exóticos y todo tipo de criaturas extrañas, además de una gran habilidad como narrador que aquí tuvo que forzar algo más de lo normal, al tener que conseguir (con éxito debo añadir) que se comprendiese lo que quería contar pese a la ausencia de textos de todo tipo.
Y aunque Matt Webb hizo un más que notable trabajo coloreando a Byrne, con una estética a base de colores planos que a veces echo mucho de menos hoy en día, por culpa de los excesos de coloristas con más entusiasmo por las posibilidades del coloreado digital que buen gusto, tras compararla con su versión original en blanco y negro casi que me inclino más por esta última. Byrne ya demostró, unos años más tarde, con su OMAC que el blanco y negro le sienta a las mil maravillas, y es algo que no solo encaja muy bien con el tono retro de esta historia, sino que permite apreciar mucho mejor el uso de las tramas mecánicas de las que Byrne se hizo tan aficionado en aquellos años, y que también se le daba utilizar para dar sombreado y volumen a su dibujo.
Nunca es tarde para descubrir un buen cómic, y aunque este Critical Error no sea precisamente una de las obras cumbres de John Byrne, sí que es uno que vale bastante la pena descubrir no solo por ser, como ha sido en mi caso, una oportunidad para reencontrarme con el Byrne del pasado, sino por cómo nos permite descubrir nuevas facetas de un autor legendario que siempre ha tenido mucho que ofrecer.