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Me gustan los tebeos, a pesar de todo

Vamos a ordenar la casa. Vamos a poner las cosas en su sitio, limpiar el polvo, sacar las estanterías y limpiar los cajones. Hemos visto algún documental de Marie Kondo o alguna criaturita parecida y nos creemos que vamos a poder aprovechar el máximo espacio posible, hacer que nuestra morada parezca algo completamente nuevo y distinto y hasta mejorar nuestra vida, yo que sé. Pero…

¿Sabíais cómo se le curó la ordenitis a Marie Kondo? ¡Teniendo hijos! Lo que no arregle una buena dósis de realidad, ¿eh?

¿A quién queremos engañar? Cuando se llega a ciertos años de comprar tebeos, acabas teniendo un doctorado en apretujar papel. Que sí, que hay cajas y bolsas de plástico especiales, montones de historias que te venden para que se conserven perfectamente tus tesoros, pero nosotros podríamos darle una clase magistral de como usar herramientas de la vida diaria para mantener los tebeos en compartimientos estancos libres de humedad y del polvo (¿quién nos iba a decir que el peor enemigo del papel era el polvo?). Tebeos que has leído una vez y se fueron al fondo de un armario, de un cajón, de una caja o de una estantería de repente vuelven a asomar y piensas en qué carajo te impulsó a comprar semejante mierda. Pronto te das cuenta de lo que te dijeron tus padres de que vivías en un peligro de incendio permanente no deja de ser verdad, que estás rodeado de material inflamable y que tantos años de comprar y comprar podrían desaparecer en un instante.

Quemar libros está feo, ¿eh? ¡Y tebeos más todavía!

Y aun así pues oye, que te quiten lo bailao. Lo importante es lo que llevas en la cabeza, la experiencia, todo lo leído y tal. Es bonito tener cosas ahi colocadas, revivir la experiencia de leer todo eso por primera vez de vez en cuando. Incluso habrá degenerados que solo quieran el tebeo como objeto, como algo que dejan en la estantería y dicen «uh, ya tengo la colección completa» y si se molestan en leer nada, pero mejor no hablar de gentuza. Un tebeo es como un libro, se lee, se manosea, se hace que viva y te acompañe. Los tebeos importantes de uno son esos que te evocan recuerdos, que te hacen pensar en qué estabas haciendo cuando los compraste o quién eras en aquel momento y cómo completaste aquella lectura contigo mismo. Ya lo dice Howard Chaykin, la edad de oro de los cómics es siempre el año en el que tenías 12 años y empezabas a leer cómics, ese año en el que todo aquello era un mundo nuevo a descubrir. Pasa con los tebeos, pasa con los libros, el cine los lugares y las personas, te enamoras de ellas al conocerlas porque las completas contigo mismo, para bien o para mal. Llegado el momento, esos tebeos los recuperarás siendo un perro viejo y seguramente te des cuenta de que esto no era muy allá, que aquello no estaba tan bien y que bueno, vale, igual era una puta mierda. Pero el recuerdo del buen rato que te hicieron pasar, ¿qué? ¿Eh? Piénsalo, aquella tarde con el tebeo bajo el brazo y deseando llegar a casa, a leer yo que sé, el Amethyst de Dan Mishkin, el Spawn de McFarlane o el Civil War de Millar. Y sí, a la hora de dar ejemplos de cómics de mierda de principios de los 80 en lo primero que he pensado es en Bill Mantlo, pero ni quiero que os solivianteis ni tampoco quiero yo tener que morderme la lengua y no decir lo que realmente pienso, así que al final lo digo y coartad a vuestro padre. Cabrones.

¡Pues yo me sigo descojonando con esto!

La nostalgia, ese veneno maravilloso que tanto critico sí, pero que en su vertiente más benigna es capaz de decirnos quienes éramos y quienes somos. Y somos expertos en meter tebeos en cajas sin que se estropicien, ¿no? Quiero decir, porque no sois tan miserables como yo, que los dejo en la estantería acumulando polvo, ¿no? Que tengo las estanterías desordenadas, que prefiero meterlos en cajas y en un armario, que ya los buscaré cuando me hagan falta. Que el todo digital me viene mejor, que cuando voy a comprar algo me convierto en mi madre y pienso «¿pero para qué quiero otro trasto acumulando polvo, si lo voy a tener que limpiar yo?». Pronto habrá un robot, un dron, un algo, que podrá limpiar todo esto. Y seguramente no seré tan cabrón como para hacerle limpiar un millón de figuritas y de trastos en vitrinas con un millón de recovecos. Maldita sea, como odio esas mierdas; a mi me gusta leer tebeos, me gusta ver como baila la historia sobre el papel, como se crean y destruyen personajes e imperios, me gusta eso. Los debates sobre nomenclaturas de formatos -el otro día un amigo me dijo que le habían regalado un «comic book», resultó que su concepto de comic book era un tebeo de tapa dura; si lo piensas tiene sentido, porque no deja de parecer un libro pero es un cómic, luego comic book- han llegado hasta a darme asco, no veas ya lo que haría con los especuladores que clavaban tebeos en la pared o los meten en tumbas de metacrilato. Seguramente usaría mucho ácido sulfúrico, agua de mar y cangrejos. Sí, siempre me han parecido muy cómicos los cangrejos con eso de que van de espaldas.

Conocíamos un secreto maravilloso que cambiaba nuestra percepción del mundo… ¡HASTA QUE LLEGÓ EL CAPITALISMO!

¿Habéis sido alguna vez El Monstruo? Sí, ya sabes. Ése que tiene un secreto milenario que él solo conoce, que existen los tebeos y que los tebeos molan. Ése que sabe como se leen, que autores son buenos, y mira con condescendencia a otros que, pobrecitos, no saben lo suficiente. Que no conocen El Secreto, pero que tú estás dispuesto a hacerles un monstruexplaining, o como carajo se llame eso de ser un rematado gilipollas. Oh vamos, reconocedlo, habéis sido el monstruo. Te viene un amigo, preferiblemente más joven, o una chavala a la que le haceis ojitos, y os revela que lee «comics». Jeje, que bien, a ver con qué me viene este. Y te dice que le flipa yo que sé, Rom. O Spawn. O el PutoBendisCuantoLoOdioArgh. O te dice que el Spiderman de Michelinie y McFarlane es el mejor, que es incomparable. Y tu, pues eso. Je. Pobrecito. Y tratas de llevarle por el buen camino recomendándole «Lo Bueno» e ignorándole por completo todo lo que dice, porque eres un monstruo carente de empatía que va a la suya. No, no, el bueno es Chris Claremont, no el Mantlo este. Mira como te cuenta cien veces que se llama Lobezno, pese a que su nombre sale bien gordo en la portada junto a un retrato suyo en la esquina superior y en la imagen central sale con las garras extendidas y sed de sangre eviscerando a una cabra. Y te dice que es el mejor en su trabajo, y que lo que hace no es bonito. Ya lo sé Chris, pero te quiero.

Toda una vida después, sigo descubriendo cosas nuevas de este tebeo, de Chris Claremont y del gran Dave Cockrum. Y lo feliz que me hace.

He acabado llevándome bien (hostia, ¡que logro!) con fans de los 4F de DeFalco, gente que considera que los Nuevos Vengadores de Roy Thomas -sí, ésos- son cojonudos. Fans de la Saga del Clon. De la gente que te recomienda esos tebeos koreanos super recargados, más empalagosos que un papel pintado de Fragonard, de los intensitos de Tebeos de Gente Que Sufre Porque Es Muy Real. Los tebeos son algo maravilloso y cada uno lo vive completándolos, y cada vez que vemos a alguien que «no se entera» pero disfruta lo más grande, lo que tenemos que hacer es envidiarlos. Y sin embargo pues lo dicho, que hay que limpiar esas estanterías. Con lo fácil que sería usar una cerillita, y que lo pague todo el seguro…

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