Es raro lo del Hombre Cosa, porque dejando de lado el peculiar origen del personaje y la aparición prácticamente simultanea de criaturas de pantano parecida en varias editoriales a la vez, es uno de los personajes más aburridos y absurdos que se me pueden ocurrir. Que sí, que con los cosos del pantano se les han ocurrido muy buenas ideas y mejores historias, pero aun así no deja de parecerme increíble que alguien piense que una pila de fango sentiente -y muda- pueda ser material para tener una serie propia.
Y aun así la ha tenido varias veces, con mucho menos éxito que su contrapartida en la Distinguida Competencia sí, pero manteniendo la dignidad. De todas formas, lo que tenemos encima de la mesa es un cómic precisamente de un Chris Claremont en estado de gracia y dibujado por Don Perlin y Bob Wiacek, en una historia de… ¿Piratas del siglo XVIII? ¿Piratas en un barco volador? ¿Asaltando un avión? ¿El Triángulo de las Bermudas? ¿Qué puñetas puede estar pasando aquí? Pues la cosa es complicada de explicar, porque estos señores son piratas clásicos con su barquito de madera y tienen al Hombre Cosa encerrado en la bodega del barco como un Jabba tiene un Rancor en el sótano, y precisamente así empieza el cómic, con los piratas tirando a una azafata para que se la meriende el Hombre Cosa o algo así. Por supuesto, el Hombre Cosa es el guardián del nexo de las realidades y no come gente, pero ya se sabe aquello de que quienquiera que entre en contacto con el Hombre Cosa y tenga algo de canguelo acaba un tanto churruscado, con lo que la situación no deja de ser jodidilla.
Mary Louise Kennedy, que así se llama la asistente de vuelo, está acojonadísima y trata de defenderse, cosa que es lo peor que puedes hacer al enfrentarte esta encarnación del Hombre Cosa, porque al ser empático reacciona con las mismas emociones y violencia que aplicas sobre él. Mientras tanto, en la cubierta los piratas disfrutan del espectáculo mientras otro de los «invitados» de los bucaneros, el sheriff Daltry y su novia Barbara, tratan de rebelarse, el uno a tortas y la otra mirándolos mal, por lo que los piratas acaban tirando al agujero al sheriff y este, que es un viejo conocido del Hombre Cosa hasta el punto de llamarlo «Manny», consigue calmar a la criatura y quedar tan amigos para desconsuelo de los piratas, que no ven nada bien eso de que les hayan arruinado la función.
No contento con aguarles la fiesta de mala manera, Daltry decide ir más allá y retar a muerte al capitán pirata, Jebediah Fate, que pasa olímpicamente de su desafío y le avisa de que su señora va a pagar caro su acto de rebelión, tras lo cual la encierra junto a otras «doncellas de la tripulación» de pintorescos ropajes que la informan de que ellas también fueron secuestradas de sus aviones por los piratas y que el barco las mantiene inmortales pero a su vez les roba la voluntad y esas cosas. Vamos, que eso es un harén para piratas místicos. Mientras tanto, y aunque aparentemente sea un interludio que no nos va a importar una mierda, una torre emerge de las profundidades del océano y de ella salen una oceanógrafa y su novio el sátiro, reflotan un barco británico hundido por los piratas voladores hace trescientos años y salen volando con él como si esto fuera Peter Pan.
A la vez que pasa todo esto, tenemos que lo siguiente que nos cuenta la novia de Daltry, Barbara, es que ha estado interrogando a sus compañeras de cautiverio y le han contado la historia de como Jebediah Fate en su día era el primer oficial de una capitana pirata, Maura Hawke, a la que traicionó y abandonó junto al último de los sátiros… El mismo sátiro del interludio y la misma capitana original, pero ahora reencarnada en su descendiente. Tras recibir esta información que Daltry seguramente ha apuntado en su libreta de cosas que le importan una mierda, el aguerrido Sheriff se amotina (anda que no viene bien para estas cosas el ser coleguita del Hombre Cosa y su superfuerza) mientras Barbara mantiene una cena privada con Fate, que la quería convertir en su Reina Pirata y la muy desagradecida solo está pensando en entretenerlo mientras Daltry trata de liberar a todos los prisioneros. A Barbara no le hace ni pizca de gracia tener que soportar a semejante baboso, pero lo soporta como una campeona hasta que el barco de la capitana y su sátiro se une al amotinamiento bombardeando a los piratas de una forma muy oportuna.
Daltry y Fate tienen su duelo, el Hombre Cosa apaliza piratas y todo acaba con el malvado capitán ardiendo al contacto con el Hombre Cosa después de ser derrotado por Daltry. Y todo habría acabado estupendamente, con todas las víctimas volviendo a su casa sin ninguna memoria del incidente y todos contentos, si no fuera porque en la última página del cómic Daltry descubre que es incapaz de bajarse del barco, el cual está maldito y sale volando dispuesto a hacer fechorías una vez más. Y a todo esto, el Hombre Cosa se queda mirando, mientras el narrador -Claremont claremonteando- nos describe con pelos y señales la maldición del Holandés Errante y Barbie Bannister jura recuperar a su amado sea como sea… En los números siguientes.
No pasará a la historia este cómic como el colmo de la modernidad, no. Es cierto que Don Perlin no es el dibujante más vanguardista del momento y la serie del Hombre Cosa no deja de evocar los cómics de la EC de los 50, pero aun así no podemos dejar de pensar en que el cómic huele a principios de los 70. Claremont trata desesperadamente de contar la historia con su criticadísima verborrea, pero ésto no deja de ser lógico cuando el dibujante no es tampoco un prodigio narrativo. Y aun así hay que reconocerlo, la historia es solo un conjunto de tópicos demasiado trillados que no parece ir mucho más allá. Este segundo volumen no tardaría en ser cancelado en su número 11 (de ese cómic ya hablaremos en un futuro, que tiene tela) y Chris Claremont y Louise Simonson ya se dedicarían a cosas más interesantes; tal vez lo mejor que podemos sacar de este trabajo está en el hecho de que los dos empezaran a colaborar en este Hombre Cosa, porque por lo demás, hay que reconocer que es un cómic la mar de olvidable.