Dejad de llorar por lo de Kitty, que la muy perra traicionó a Los Nuevos Mutantes. Y éso lo vivimos en primera persona, vaya que sí, porque para mi Los Nuevos Mutantes eran mi cómic favorito, no un «complemento» de la Patrulla X. Imagináos que vuestra serie favorita cae en manos de Louise Simonson, alguien a quien apreciais porque es de los buenos y todo eso, y acaba la tía matando a medio grupo, llenándo la serie de personajes de Factor X y para rematar la situación aparece El Dibujante Más Abominable de la Historia (un tipo que, para colmo de males, siempre sonríe en todas las fotos) y se carga el cómic para siempre diciendo «es que total, la serie nunca había vendido una mierda y conmigo lo petó, ¡yo la salvé!». Y ésto lo he tenido que aguantar toda la vida, sí, que ríete tú de lo de Jim Lee con Claremont.
Que la gente se lo toma a coña, pero ésto si que es un trauma y no lo de ver morir a Gwen Stacy. Hoy en día la gente no valora la muerte en los cómics, pero a finales de los 80 las resurrecciones no era algo que estuviera a la orden del día; estaban las «resurrecciones inmediatas» como la de la Patrulla X en Dallas, pero Jean Grey era la única que había vuelto de los muertos y de aquella manera, porque en realidad Fénix no era ella y patatín y patatán. Estamos hablando de que Louise Simonson y Brett Blevins se curraron un número entero de Warlock animando el cadaver de Doug Ramsey a lo largo de 24 páginas y siendo incapaz de entender que su amigo estuviera muerto mientras Dani y Rahne se echaban a llorar, de éso estamos hablando. Es uno de los cómics más espeluznantes y tristes que he leído jamás, probablemente uno de los mejores y que más me impactó de chaval, pero a la vez no deja de ser cargarse mi cómic favorito, porque el desarrollo de Doug quedó completamente truncado, y toda la historia sobre su posible infección con el virus tecnoorgánico y, sobre todo, sus relaciones personales con Kitty e Illyana -ahí había triángulo chavales, que el muy mosquita muerta le tiraba los tejos hasta a Betsy Braddock- se esfumaron y lo que es peor, su desaparición no se notó casi nada en Kitty -que estaba desertando en Excalibur, aunque de ese melón mejor hablamos otro día- Mariposa Mental -escondida en Australia- y lo que es más lamentable, en Illyana, que dejando de lado el número en el que descubre que Doug está muerto le viene de sopetón la muerte de su hermano y se olvida del pobre muchacho.
Ojalá pudiera deciros que cuando leí aquel cómic tuve el buen juicio de saber valorarlo; el cómic me encantó y me estremeció, nada más. Para entonces los Nuevos Mutantes se publicaban con un retraso tan grande en España que todos sabíamos ya que Douglas Ramsey estaba muerto, y lo que desconocíamos era cómo había muerto. Yo leí el cómic esperando lo peor, pero no discutí en ningún momento lo oportuno de aquel asesinato, de lo que le aportaba a la serie más allá de dos o tres meses de llanto o lo que iba a hacer crecer a los personajes. Y estoy convencido de que Doug era un personaje complicado de manejar, un tipo que en cuanto había una bronca se escondía detrás de una piedra o esperaba a que apareciera Warlock y le sirviera de «traje», aunque el propio Warlock funcionara mucho mejor por su cuenta sin necesidad de llevar un pasajero. Creo que Simonson y Nocenti -la alumna que se había convertido en su editora- pensó en los beneficios a corto plazo para el desarrollo de Rahne -porque a largo plazo no se notó- y sobre todo para Illyana, porque quieras que no su objetivo final siempre fue Illyana; estaba separándola de todos sus seres queridos poco a poco, dejándola sola, y lo peor de todo es que Kitty -sí, nuestra Kitty- la abandonó, la dejó sola.
Uno de los mayores problemas que tiene un guionista de cómics de superhéroes que entremezclan personajes de distintas series -no lo olvidemos, Illyana empezó como personaje de Uncanny y acabó en Nuevos Mutantes, mientras que Doug siempre fue un personaje integral de la serie que llegó gracias a su amistad con Kitty- es que según va desprendiéndose de ellos para que pasen a otras manos, las relaciones entre esos personajes se van olvidando porque el personaje «ya no es tuyo». La relación entre Claremont, Simonson y Nocenti siempre fue bastante buena y fluida, y ni siquiera podríamos decir que Nocenti no era editora de Excalibur porque fue ella la que estaba en aquel momento preparando el lanzamiento de la nueva serie, por lo que no se entiende que Kitty no aparezca en esta historia. Doug muere y Kitty… Está en la Isla Muir. Tengo que reconocer que hoy en día ésto hoy en día no lo habría perdonado. Tengo grabada a fuego en la memoria las imágenes de Kitty y Doug jugueteando con ordenadores, con Illyana de por medio. En una época en la que Claremont había jugado con la idea de una Tormenta sin poderes, Doug tenía un rol aún más vulnerable, porque su poder no podía usarse apenas en combate y ni siquiera sabía pelear cuerpo a cuerpo.
Y luego está lo de Magneto, pobre Magneto. Todos recordamos el número de Magneto con Kitty en una reunión de supervivientes del holocausto, sabemos el efecto que tuvo ella sobre Magneto para hacerlo pasar de ser un señor que hunde submarinos a convertirse en un abnegado profesor que se ve incapaz de estar a la altura del mito de su amigo. Katherine Pryde ni se molesta en asomar en los momentos clave, Magneto se queda solo con los chavales y metido en un Club Fuego Infernal al que se negaba a entrar -y solo lo hizo porque Tormenta le prometió mantenerse atenta- y para colmo de males Simonson es consciente de que sin Doug, sin Kitty y sin Peter, la única persona que le queda a Illyana para conservar su humanidad es la promesa de Magneto de mantener el Limbo a raya. Y éso nos lleva a Inferno, por supuesto, con el derrumbe por completo de Illyana, la invasión de secundarios de Factor X y la casi inmediata desaparición de Dani Moonstar, que ya era mi último personaje favorito del grupo.
Me ha costado treinta años pero sí, lo reconozco, Louise Simonson ya estaba cargándose Los Nuevos Mutantes antes de Liefeld. Con unos cómics que no eran ni mucho menos malos, pero sí que tenían algunos problemas alarmantes nacidos sobre todo de que Chris Claremont quisiera mantener a Excalibur completamente aparte de Los Nuevos Mutantes. Luego lo piensas y te das cuenta de que Claremont podía perfectamente haber mantenido las tres series, porque acabó trabajando a la vez en Uncanny, Excalibur y Lobezno. Y sí, las tres eran estupendas, pero habría preferido mil veces que Claremont hubiera seguido trabajando en Nuevos Mutantes que una serie de Lobezno. Lobezmo mola un montón y lo que quieras, pero era una serie perfectamente ignorable en la que no pasara absolutamente nada relevante, tal y como se ha venido demostrando durante años y años hasta que lo convirtieron en un orangután de adamantium porque les hacía gracia.
Lo más triste de todo esto es que, habiendo empezado todo esto con los últimos eventos krakoanos, me pasó que repasando los correos americanos de la época, me encontré con un lector que hablando de New Mutants 49 y la Katie Power de un futuro alternativo en el que Roberto DaCosta se ha convertido en un tirano, cita unas líneas de Katie en la que ella se declara irónicamente una especie de flautista de Hamelin que se lleva a la gente a luchar por lo correcto, haciéndoles cuestionar el orden establecido y preguntarse por qué todas las criaturas sentientes no pueden ser tratadas con la misma decencia y humanidad fundamental. Acto seguido el chaval dice «Como mutante en el armario que soy, debo confesar que a menudo he soñado con el poder, con un día en el que el Homo Superior lleve la fiesta. ¿Me podéis culpar? Pero NEW MUTANTS 49 me ha enseñado lo que conllevaría semejante tiranía. Me enseñó a usar mis poderes mutantes para el bien y no para el mal»… ¿A ver si va a resultar que lo de los krakoanos no debería sorprendernos tanto, y la responsabilidad de los autores y editores no deja de ser el contar la historia y dejarle claro a los «mutantes en el armario» que el sueño de Xavier merece la pena?