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Mark Gruenwald y Ben Grimm jugando al fútbol inhumano: El día en que Frank Miller salvó Marvel (XIII)

La etapa de Mark Gruenwald (y Ralph Macchio) al frente de Marvel Two-In-One es recordada fundamentalmente por la Saga de la Corona Serpiente, en la que un tal George Pérez tuvo bastante que ver. Gruenwald en aquel momento era un editor con tres años de carrera que compartía oficina con Denny O’Neil, debido en un principio a un sistema que tenían en la Marvel en aquellos tiempos en el que editores veteranos y novatos compartían espacio para que el uno le echara un cable al otro y así fuera aprendiendo. Gruenwald era un editor conocido por su conocimiento enciclopédico del Universo Marvel y que llegaría a ser la autoridad en torno a la tan denostada continuidad en aquellos tiempos; si tenías una duda sobre dónde andaba tal o cual personaje, Mark era el tipo al que preguntar. Pero lo dicho, Mark Gruenwald era también guionista.

Reed aquí no hace gran cosa de superhéroismo, solo rollo científico. Que no me quejo, ¿eh?

Llegados a este punto -sí, éso es Marvel Two-In-One 71- creo que debemos hablar un poco sobre la política de Jim Shooter de animar (obligar) a los editores a que escribieran. No creo que Gruenwald necesitase mucho «ánimo» para ponerse a escribir -el hombre hasta dibujaba, era un autor completo- y la política de Shooter fue efectiva a la hora de crear una generación de editores más que capaces, pero a la vez es cierto lo que diría Quesada años más tarde que esa política provocó una endogamia creativa y bastante mamoneo en la Marvel de la época; un editor escribía la serie de otro editor amiguete y éste le permitía hacer más o menos lo que le venía en gana mientras el otro le dejase hacer lo propio en su propia serie, con lo que se desvirtuaba la figura del editor. Aun así, y aunque es cierto que estos casos fueron numerosos y notables entre guionistas y editores «de bajo perfil», lo cierto es que los escritores/editores no solían tener encargos regulares y solían limitarse a historias concretas; cuando empezaban a escribir a menudo no tardaban en dedicarse a los guiones a tiempo completo, con lo que la «endogamia» se quedó para residentes como el propio Mark Gruenwald, el ya mencionado Ralph Macchio, Bob Harras, Tom DeFalco o hasta Al Milgrom.

La gente suele quejarse mucho de que los cómics de esta época son pesados de leer porque resumen mucho al principio por política editorial del momento, pero… Es que hay formas y formas de hacerlo. Y ésto es un pelín turra.

Esta política, por supuesto, tenía sus más y sus menos. Los títulos más secundarios como las licencias de muñecotes y televisión eran utilizados como campo de entrenamiento para estos editores, y más o menos se les daba más manga ancha, con lo que se les permitía ser más creativos dentro de las restricciones de la licencia (esto no pasaba en series como Transformers, en las que todo era campo, mientras que en otras como las de Lucasfilm las restricciones eran tan grandes que los autores acababan hasta las narices y muchas veces por eso tenían que acabar escribiéndolas «los de abajo»). El cómic que nos ocupa, MTO, siempre fue también algo secundario y sin mucha importancia. Al fin y al cabo no dejaban de ser historias más de promoción de la estrella invitada que otra cosa, porque lo verdaderamente importante que le pudiera pasar a Ben Grimm se contaba en Fantastic Four, que por algo era la serie principal. Así, el que editores novatos como Gruenwald y Macchio llevaran a cabo algo tan grande como la Corona Serpiente había conllevado una coordinación rara para la época, porque se curraron una macrosaga dentro de la serie que presentaba a su vez una agencia gubernamental, el Proyecto Pegaso, que a la larga iría apareciendo en muchas más series de Marvel por cortesía del propio Gruenwald, que lo metió donde pudo e hizo que sus amigos hicieran lo mismo, al igual que haría más tarde también con su saga del Azote en Capitán América. Mamoneo tal vez, ¡pero anda que no hizo universo!

Eran tan felices hasta que llegó el maldito vendecasas…

Pero ya hablando del cómic que tenemos entre manos y para que nadie se piense que Gruenwald solo barría para casa, aquí lo que se recupera es el concepto del Doctor Hydro y la Hydrobase, un invento de Bill Everett (sí, ése Bill Everett) y Steve Gerber para la serie regular de Namor que el primero estuvo realizando casi hasta su muerte. El Doctor Hydro era un científico loco de tantos que, como bien cuenta el resumen del propio cómic, secuestró un avión entero para convertir a todo su pasaje y tripulación en anfibios escamosos como él para que vivieran con él bajo el mar. Por supuesto, al personal no le hizo mucha gracia y con todo el asunto de la corona serpiente de por medio, el Doctor Hydro acabó de mala manera gracias a Namor, que eso de crear atlantes artificiales tampoco le debía de hacer mucha gracia (Hydro luego volvería porque ya se sabe que en Marvel nadie se queda muerto y tal). A partir de ese momento los mutados acabaron viviendo en la Hidrobase, una isla artificial creada por el Doctor Hydro para la investigación antes de que se le fuera la cabeza del todo. Y allí es a donde van Ben Grimm, Reed Richards y algunos inhumanos en este cómic para intentar devolver a los mutados a su estado original, ya que Richards ha descubierto una cura basada en las nieblas terrígenas.

Sí, no es muy compatible con lo que dice luego Hickman en Infinity, pero yo que sé, en aquellos tiempos Reed tampoco era considerado un psicópata por nadie.

Encargado supuestamente de la seguridad del proceso de cura de todos los mutados, Ben se aburre como una ostra y decide largarse a jugar al futbol inhumano con sus amigotes, con lo que cuando el supervillano de turno aprovecha para atacar sin que alguien que se hace llamar Mister Fantástico haga gran cosa, no hay nadie más para echar un cable. Y sí, por supuesto que no tardan en ver a los pillos huir con la cura debajo del brazo y se lían a tortas, pero como el cómic es la primera parte y tiene que continuar, el jefe de los malos acaba haciéndose con el contenedor de la cura y así se acaba el cómic. Que nadie piense que la historia de Marvel Two-In-One era sencilla, porque Macchio y Gruenwald se pasaron meses y meses así, haciendo lo que ahora se llama una «historia río» en la que unos sucesos llevan a otros, se relacionan con el resto del universo Marvel y su mayor fortaleza reside ahí, porque para entonces ya no cuentan con George Pérez y, aunque Gene Day es en ese momento ya un más que buen dibujante y Ron Wilson llegará a serlo pero sigue algo verde, al cómic le sigue faltando ese ritmo y sobrando un exceso de verborrea a la hora de detallar ciertas escenas que se explican solas y pasar por alto otras más interesantes.

A Wilson le quedaba bastante camino por recorrer.

En cualquier caso, lo dicho, MTO 71 es un buen ejemplo de cómo el concepto del universo de superhéroes usado en todo su potencial puede hacerte buena parte del trabajo de cualquier cómic, simplemente conociendo a los personajes y sabiendo cómo reaccionarán a todo lo que les eches encima y que narices, lo de Ben picado por el fútbol inhumano por su pasado como estrella del fútbol americano es entrañable. La semana que viene (o cuando sea) tendremos entre nosotros a otro que estaba empezando, JM DeMatteis con el Marvel Team-Up 101, bonito número.

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