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The Flash: Carrera hacia el olvido

Empezamos mal, muy mal. No creo que hayamos tenido una chapuza más pretenciosa y grandilocuente que Flashpoint. Y lo digo siendo un tipo al que le cuesta usar las palabras «pretenciosa» y «grandilocuente» con sentido negativo -bueno, grandilocuente no tanto- porque creo que querer hacer algo grande no es malo. Lo malo es hacerlo por hacerlo, hacer que «pasen cosas» sin que las cosas que pasen vayan más allá del golpe sensacionalista.

No, no estaba pensado que esto fuera un reinicio del Universo DC.

Y sí, seguramente haya historias peores que Flashpoint -por favor, no convirtamos esto en un debate de a ver quién la hizo más gorda- pero el que aprovecharan que el Pisuerga pasa por Valladolid para resetear el multiverso DC entero de una forma más radical que Crisis en Tierras Infinitas fue el remate de una historia que nunca tuvo ni pies ni cabeza. De entrada le retconearon el pasado a Barry Allen diciendo que todo venía de un trauma «a lo Batman» -nunca entenderé que se considere a Geoff Johns buen guionista, cuando no deja de ser un regurgitador insufrible- con lo que un personaje de por sí soso pero optimista y al que lo único interesante que tenía era su amistad con Hal Jordan, acabó convirtiéndose en un tipo torturado por la culpa y blablabla. Y eso cuando directamente no era una mala copia de su sustituto Wally West, pero tampoco es cuestión de llamar a los barrylievers porque quieras que no ésto supuestamente es una crítica de The Flash, la película protagonizada por ese secuestrador de menores llamado Ezra Miller.

Toma un hueso.

Porque sí, éso es lo que nos han tirado con esta película Muschietti y compañía. Pensada originamente como una adaptación de la susodicha Flashpoint en la que Jason Momoa y Gal Gadot iban a pegarse mientras un señor con bigote de The Walking Dead hacía del padre de Batman haciendo de Batman (no en vano el propio Geoff Johns estuvo implicado en la producción de la película durante casi todo el tiempo en el que no salió adelante), Warner le encargó la dirección de la cinta originalmente en 2014 a Phil Lord y Christopher Miller, conocidos por películas extremadamente serias como Infiltrados en el Instituto (21 Jump Street, la adaptación de aquella horrenda serie de Antena 3 llamada Jóvenes policías en la que Johnny Depp y otros veinteañeros se hacían pasar por adolescentes) La Legopelícula y demás. Obviamente Lord y Miller pensaron en hacer algo más ligero y doy por hecho que que desde el minuto uno tiraron a la basura el proyecto Snyderiano -porque todo esto lo producia ejecutivamente Zack Snyder y señora, los Kevin Feige del DC Extended Universe, fuera lo que fuera eso. Misteriosamente Lord y Miller se negaron en un principio a dirigir la película y se limitaron a escribir el guión, pero por una o por otra cosa no acabaron de entenderse con la visión de los productores y acabaron pasándole al proyecto a Seth Grahame-Smith, escritor de Orgullo y Prejuicio y Zombies que a su vez era otro de los escritores de la película de Lego Batman y el Dark Shadows para Tim Burton, que también tenía una cierta asociación con Batman (recordad gente, para la WB de aquellos tiempos Batman era el centro del universo, y para la de ahora… Ya no estoy muy seguro).

Cualquier versión de DC era mejor que lo que se veía en los cines «de imagen real».

Grahame-Smith iba a ser también el director, pero en menos de seis meses abandonó por completo el proyecto para dedicarse a producir la nueva adaptación cinematográfica del It de Stephen King, con lo que la película del velocista escarlata cayó en 2016 en manos de Rick Famuyiwa, que en aquel momento no debía de haber visto el choque de trenes que había supuesto ese mismo año el estreno de Batman v Superman (o eso o era muy optimista). Famuyiwa era un director independiente que se había centrado en proyectos sobre la comunidad negra de EEUU, con lo que tal vez en Warner se pensaron que aquel director de 43 años sería más maleable que los anteriores, que ya habían participado en superproducciones y blablabla… Pero Famuyiwa los acabó mandando al cuerno a finales de ese mismo año (muy juiciosamente he de añadir, porque ahora le va estupendamente con The Mandalorian y Ahsoka) después de haber reclutado actores para personajes como Iris West o el padre de Barry Allen. Más o menos en ese momento el nombre de la película pasa a ser «Flashpoint», con lo que empezamos a sumar dos y dos y nos damos cuenta de que puede que la insistencia de WB en adaptar semejante desaguisado haya tenido algo que ver con la espantada de tantos autores. Comenzamos a ver un baile de nombres de todo pelaje, desde autores en alza como Jordan Peele hasta veteranos como Sam Raimi, Tim Burton o Robert Zemeckis, pero todos niegan que tengan algo que ver con el proyecto. 2017 pasa de largo entre rumores y queda claro que es imposible que Flash sea estrenada en 2018, momento en el que el DCEU se va al traste con el despido fulminante de Zack Snyder y el estreno de la Liga de la Justicia versión Joss Whedon. Wonder Woman y Aquaman funcionan bastante bien, pero está claro que se impone un cambio de dirección…

No, este no es el Barry Allen de Geoff Johns, ni el de Bob Kahniger.

A principios de 2018 John Francis Daley y Jonathan Goldstein son contratados para dirigir la película; el dúo viene de dirigir Noche de Juegos, una comedia de acción protagonizada por Rachel McAdams y Jason Bateman de la que podemos entresacar que empezamos a tener un cambio de rumbo para la película hacia algo menos dramático que Flashpoint; después de todo, Ezra Miller en Justice League le ha dado un toque más «casual» y humorístico al personaje, con lo que era lógico fichar a unos directores de este perfil… Que acaban discutiendo con Miller y WB y siendo despedidos a mediados de 2019 (luego hicieron la película nueva de Dungeons&Dragons, así que supongo que están bien). Ya sin el duo creativo (ni Geoff Johns) Warner decide que, tras el éxito de directores con experiencia en terror como James Wan o David Sandberg (Aquaman y Shazam, respectivamente) igual no es mala idea repetir la operación de cambio rádical de género con Andy Muschietti, que venía de dirigir la mencionada nueva adaptación de It (esa misma que produjo Grahame-Smith, otro de los que pegó la espantada) y que sería el que sacase la película adelante y empezó a rodar la película en 2021 para estrenarla en 2023, el otro día. Apelando a la nostalgia de películas mejores como el Batman de Tim Burton y la tradición cinematográfica de DC, el multiverso original llegaba por fin a la gran pantalla tremendamente tarde, porque la idea del multiverso nacida para los superhéroes en las páginas de Flash ya había sido introducida en las películas del MCU y en éxitos fulminantes como Spiderverse, que para colmo de males tiene una película en cartelera más o menos a la vez que se estrena este accidentadísimo Flash.

Si hubieran hecho una nueva película del Batman de Keaton les habría ido muchísimo mejor.

Estrenada tras un gasto indecente de una preproducción que ha durado siete años durante la que hemos tenido múltiples cambios de rumbo (y una serie entera de Flash en televisión, no lo olvidemos) la llegada de Barry Allen a las carteleras viene empañada por los problemas judiciales y mentales de Ezra Miller que se unen al hecho de que pertenece a un viejo orden que David Zaslav, el nuevo jefe del conglomerado Discovery-WB, ha decidido tirar a la basura y reemplazarlo por el nuevo Universo DC de James Gunn y Peter Safran (los dos veteranos del terror, sí); queda claro que esta película se estrena porque dejarla para HBO max -o como se llame ahora la plataforma de streaming de Warner- era resignarse a no recuperar el dinero invertido, igual que se ha estrenado Shazam 2 o se va a estrenar el segundo Aquaman (de Black Adam mejor no hablo, porque si les hubiera ido bien lo mismo habrían cambiado de idea, yo que sé). The Flash se estrena para recuperar parte del dinero invertido, para hacer unos cuantos chistes sobre la naturaleza del multiverso DC y para dejar todo preparado para que el último (Aquaman) apague la luz. Pero después de ver la película el mensaje claro que nos dejan es que, aunque apelen descaradamente a nuestra nostalgia como si esto fuera el No Way Home de Spiderman, hay que pasar página. No, no tiene pinta de que el nuevo Batman no va a ser Michael Keaton, y tampoco la tiene de que recuperemos a otros actores más que en otros cameos multiversales. Toca dejarle hacer a los nuevos, a Gunn y a Safran, y si se estrellan… Ya habrá tiempo para inventarse otro multiverso. Porque éso es lo que hace constantemente DC, dejar que mundos mueran y otros vivan para que nada vuelva a ser como era.

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