A menudo he hablado por aquí del Juez Dredd, un personaje que me encanta tanto por sus épicas grandes historias, su sátira político/social y ese humor negrísimo marca de la casa. Y hoy quiero hablar de una pequeña historia que apareció publicada por primera vez en el Juez Dredd Anual de 1986 y en la que el equipo definitivo del personaje, John Wagner, Alan Grant y Carlos Ezquerra, nos mostraron lo realmente peligrosa que puede llegar a ser Mega-City One para sus habitantes.
Pese a que cuando se habla del Juez Dredd lo que siempre suena son los nombres de sus grandes sagas, La Guerra del Apocalipsis, La Tierra Maldita, en Busca del Niño Juez, El Día en el que la Ley Murió, etc, muy a menudo ha sido en las pequeñas historias auto conclusivas donde mejor se ha definido lo que son realmente Dredd y su mundo. Un formato que los autores de 2000 A.D. tienen perfectamente dominado y que les permite contar en muy pocas paginas historias memorables, quizás no en el sentido mas épico de las historias anteriormente citadas, pero si si por el buen rato que hacen pasar al lector. Y esta historia que hoy nos ocupa a cargo del equipo creativo de mayor lujo del que jamás disfruto el personaje, es no solo un gran ejemplo de lo bien que le sienta este formato a Dredd, sino que retrata a la perfección como de despiadado es el mundo el que este se mueve.
Una noche como cualquier otra en Mega-City One Dredd ha salido de patrulla para poner a prueba a uno de los novatos de la academia y decidir si tiene lo que hace falta para ser un Juez. Y aunque este ha conseguido su objetivo de apresar a John Brown, un delincuente sobre el que pesaban varias ordenes de arresto, no le ha traído consigo, sino que le ha dejado esposado en la calle, algo que no le ha gustado demasiado a Dredd.
Y no tardamos en descubrir cual es el problema de haber dejado al sospechoso esposado e incapaz de huir en ese lugar concreto. Al poco rato de estar allí un grupo de criminales se aprovechan de la situación para robarle la cartera a John Brown y rajarle la cara cuando ven que apenas tiene unos pocos créditos, y tras la marcha de estos una pareja que pasaba por allí le roba incluso la ropa.
Y es que como indica el propio Dredd poco después, esa zona de la ciudad tiene uno de los mayores índices de criminalidad, y tratándose de la ciudad que es eso es preocupante.
Wagner, Grant y Ezquerra convierten la situación en un gag digno de una película de los hermanos Zucker, llevándolo todo hasta el mas absurdo de los extremos. Uno detrás de otro multitud de delincuentes de poca monta pasan por allí para robarle a John Brown todo lo que tiene, su dentadura, sus gafas e incluso sus calzoncillos, porque no hay nada sagrado en ese rincón de la ciudad.
Por suerte para el una ambulancia aparece de improviso, sin duda sus tripulantes le ayudaran a salir de esta y John Brown podrá quedarse tranquilo por fin. A no ser que en realidad se trate de ladrones de órganos que han visto en lo que queda de el, su cuerpo desnudo, un buen botín que llevarse para venderlo en el mercado negro.
Y para cuando Dredd y el novato llegan a su destino, unos pocos minutos mas tarde de que el veterano juez se diese cuenta de lo grave que era la situación, lo único que queda de John Brown son las esposas que le aprisionaban aun sujetas a la barandilla, algo que no presagia nada bueno para el futuro profesional de ese novato que tendría que haberse informado mejor de que lugares de la ciudad son mas peligrosos de lo normal.
Historias como esta son las que me engancharon en su día al Juez Dredd gracias a las publicaciones de Ediciones Zinco. Historias en las que las aventuras épicas y la critica social cedían su sitio a ese humor negro y cafre que tan bien se les daba a este trío de geniales autores para mostrarnos con su hilarante crudeza los horrores de vivir en esa megaciudad con millones de criminales en potencia.
Una historia que también es un triste recordatorio de que John Wagner es el único superviviente de este equipo creativo que tantísimos buenos ratos nos hizo pasar, tras las muertes de Carlos Ezquerra en 2018 y de Alan Grant el pasado 2022. Dos autores increíbles cuyo talento ha dejado una marca imborrable tanto en la revista 2000 A.D. como en el mundo del cómic en general, y cuyas señas de identidad son inconfundibles en esta pequeña historia de tan solo siete paginas. Ahí tenemos ese humor tan propio de Grant que nunca quiso que Dredd fuese algo demasiado serio y que en sus manos era mas ironico de la habitual, y la habilidad de Ezquerra para convertir los momentos mas grotescos en algo mas divertido y conseguir que sus personajes no requiriesen de diálogos para transmitir lo que sentían o ese coloreado inconfundible que le daba una identidad propia a su trabajo.
Por suerte tanto ellos como otros autores que también nos han dejado y aquellos que aun tenemos la suerte de contar con su presencia, nos han dejado innumerables historias con las que disfrutar una y otra vez de su lectura, y que han hecho del Juez Dredd uno de los personajes mas interesantes del cómic de las ultimas décadas y uno del que nunca me cansare de recomendar sus historias.