Si algo había quedado claro a finales de los 60 es que el mundo del cine iba a cambiar por completo. Ya no solo era que el sistema de estudios se había puesto patas arriba con la retirada de los grandes productores y la entrada de los grandes grupos de inversión a dirigir esos estudios, si no que el mundo de la crítica había cambiado por completo con la introducción de la teoría autoral de los franceses de Cahiers du Cinema y sus películas de la Nouvelle Vague. Con un Hollywood en crisis y un cine europeo en auge que empezaba a cercarlo a nivel de prestigio y público con fenómenos como el del Spaghetti Western, nadie se esperaba que la gran revolución llegara desde Japón…
Bienvenidos al maravilloso mundo del CHROMAKEY.
Hasta ese momento, el celuloide seguía siendo el rey del cine. Había sobrevivido relativamente bien a la entrada de la televisión en los hogares, y hasta empezaban a venderse de forma un tanto limitada versiones de las películas en 8 milímetros, un formato a una resolución bastante baja a un precio demasiado prohibitivo como para hacerlo masivo. Sin embargo, por la parte industrial ya se había desarrollado el primer formato óptico audiovisual, el videodisc, que serviría de precedente directo de los enormes discos de Laserdisc pero que tampoco parecían lo suficientemente baratos como para entrar a una explotación comercial óptima. La revolución inminente, por supuesto, estaba viniendo gracias a la miniaturización del formato magnético, que si bien llevaba utilizándose desde los años 30, no había sido hasta principios de los sesenta cuando se abandonaron las bobinas de cinta magnética y se introdujeron las cintas de casete, toda una revolución que permitía no solo reproducir sonido como los discos si no que también grabarlo. Y hacer todo tipo de copias de seguridad que provocaron un gran impacto en el mundo de la música, por supuesto.
Una hora de video no daba para mucho.
Conscientes de que la aplicación del nuevo formato al audiovisual solo era cuestión de tiempo, los expertos mundiales en miniaturización de Japón se pusieron manos a la obra, y así es como Sony lanzó al mercado el U-matic en 1971. El Umatic era el primer estándar de magnetoscopio en cinta compacta del mundo, y su explotación comercial fue instantánea hasta el punto de hizo posible que la guerra de Vietnam fuera la primera guerra que prácticamente se retransmitió en directo. La calidad de imagen del Umatic no era ni mucho menos tan buena como la de las cámaras en 16mm o incluso 8mm, pero era un formato «universal» y muchísimo más barato que otros magnetoscopios propietarios que funcionaba en condiciones mucho más diversas, con lo que el estándar fue aceptado rápidamente a nivel profesional. Sin embargo, el problema fundamental del Umatic estribaba en dos factores; las cintas no duraban más de una hora y el formato era propietario de Sony, con lo que el resto de fabricantes tenía que pagarles un canon. Conscientes de que tenían que librarse de Sony lo antes posible, sus competidores de Matsushita (que englobaban Panasonic y JVC) decidieron que lo mejor era crear su propio sistema, uno que permitiera grabar las dos horas que solía durar una película, que tuviera una calidad de imagen similar a la de cualquier retransmisión televisiva y que permitiera una comercialización de masas viable o lo que es lo mismo, que fuera barato de producir tanto en el soporte magnético como en los reproductores. Y así nació el proyecto VHS.
Ya podéis decir que el VHS nació con Spiderman, ¡ea!
Por supuesto, Sony también estaba creando su nuevo «formato de masas». Umatic nunca había dejado de ser una prueba de concepto inicial destinada al espacio profesional, con lo que Sony sabía que la única forma de consolidar su posición en el mercado era desarrollar otro sistema comercial que introducir en los hogares, el Betamax. Para Sony el desarrollo de este proyecto era algo vital, aunque no tanto para JVC que, en cuanto le vinieron mal dadas en 1972, decidió cancelar el secreto proyecto del VHS. Todo parecía salir perfectamente para Sony y, cuando el ministerio de industria japonés decidió empezar un proyecto de estandarización de formatos audiovisuales, el primer proyecto que tuvieron sobre la mesa fue el Betamax de Sony. Cosa que a Matsushita no le hizo ni pizca de gracia porque eso se traducía que iban a tener que pasar por el aro de Sony, hasta que descubrieron que dos de sus ingenieros de JVC, Yuma Shiraishi y Shizuo Takano, habían desoido las órdenes de sus superiores y habían seguido trabajando durante todos aquellos años en el proyecto VHS, disponiendo ya de un prototipo que funcionaba perfectamente.
Ha nacido un nuevo mundo.
Viendo que el gobierno japonés ya había dado el parabien para que el estándar oficial fuera el de Sony, Matsushita corrió a convencer a sus rivales de Sharp, Hitachi o Mitsubishi de la necesidad de que el nuevo estándar de video fuera completamente abierto, sin tener que pagarle nada a Sony, con lo que para cuando Sony sacó al mercado el Betamax, el gobierno de Japón se encontró con que el único fabricante de electrónica que apoyaba al nuevo estándar de Sony era la propia Sony, mientras todas las demás apoyaban el VHS. Conscientes de que habían cometido un error, el gobierno decidió abandonar el proyecto de un único formato y así es como, con la salida del primer video VHS al mercado en 1976, empezó la guerra entre Betamax y VHS…
El tracking del betamax, otro de los puntos fuertes del formato de Sony.
En aquel momento había varias diferencias clave entre ambos formatos, pero se reconocía universalmente que el Betamax de Sony era superior. Eran cintas más pequeñas y de mayor resolución, con una calidad de imagen más estable que las del VHS, permitiendo que al parar las películas obtuvieras una imagen mucho mejor que la de su competidor, que te entregaba una imagen repleta de artefactos. Sin embargo y de cara al consumidor final, el VHS contaba con una ventaja que acabó decantando la guerra en su favor; al no tener que pagarle un canon a Sony, el formato era bastante más barato y, para colmo de males, el formato más grande y a menor resolución permitía que el VHS alcanzara las dos, cuatro y hasta ocho horas de grabación por cinta. Ésto acabó siendo algo decisivo desde el momento en el que el Beta original no llegaba a las dos horas, con lo que si grababas una película de la televisión nunca podías llegar a grabarla entera porque los bloques de publicidad las acababan alargando más de la cuenta, mientras que un video VHS programado podía acabar grabando toda la noche sin ningún problema.
Una comparativa de tantas sobre la diferencia de calidad entre el Beta y el VHS, la guerra sin fin.
Y aunque la guerra duraría oficialmente hasta 1988 cuando Sony sacó a la venta su primer video VHS, hay que reconocer que este último formato ya contaba con la mayor parte del mercado americano en 1980, el año en el que empezaron a aparecer los primeros videoclubs. De hecho, en 1977, los primeros acuerdos para al distribución de películas comerciales en cintas de video se habían dado principalmente con el VHS en mente, y era este formato el que había tenido más implantación durante todos esos años. El usuario final había estado comprando sus reproductores más con la idea de grabar contenidos de la televisión que de ver películas, con lo que estas todavía se comercializaban a precios prohibitivos y de ahi que el éxito de aquellos primeros videoclubs fuera tan grande. Pronto se abriría uno de estos en cada barrio y los aparatos se arraigarían en la mayor parte de los hogares, con lo que para mediados de los 80 el ritual de pasarse por el videoclub los viernes para tener amarrados a los críos durante todo el fin de semana se convirtió en una costumbre habitual.